La Fantasma. Nuri Abramowicz
llegado el momento de ponerme a trabajar. Lo primero que hice fue buscar modelos de corte de pelo y color para, en algún momento, ir a lo de Luisa con algo en concreto. No vi nada que me convenciera y enfoqué en el trabajo.
Había cientos de páginas y portales de astrología que ofrecían hacerse la carta astral gratis, elegí una: Tufuturo.com. Me inscribí con el mail que uso cuando sé que van a llenarme la casilla de promociones que no me interesan. Recibí la interpretación de mi carta astral a nombre de Stella Maris Carter, mi alias desde que tengo ocho años. La interpretación no fue despiadada como la de Miseria, pero sí totalmente contradictoria: “La influencia de la luna te hace transitar ámbitos poco convencionales, sintiéndote libre de construir vínculos independientes y creativos. Tu sol hace que te identifiques con los valores tradicionales, aunque parezcan anticuados, pero eso no es un problema: tu carisma hará que todos te sigan. Eres una líder innata”.
Si hay algo que jamás tuve es carisma, y estoy a años luz de ser una líder innata. Pero claro, debe ser porque el horóscopo le habla a Stella Maris Carter y no a mí, aunque las dos nacimos el mismo día, a la misma hora. Todavía faltaba el remate: “Tu Ascendente sugiere un camino de servicio al prójimo. Siempre sensible, dejas de lado tu ego para un bien mayor”. Quien pretenda encontrar orientación en esta sarta de contradicciones seguro se pega un tiro.
Busqué quién era el astrólogo más seguido en la web y me sorprendió encontrarme a Lilith. Casi dos millones de seguidores. Espléndida, positiva, ágil y desenvuelta. Mucho entusiasmo al hablar, mucho entrenamiento en pilates y un brushing envidiable: más parecida a una actriz de comedia yanki que al estereotipo que yo tenía de lo que era una astróloga. El posteo tenía una placa color pastel: Saturno retrógrado: claves para saber qué sentir. Claro, pensé con ironía, quizás mi error siempre fue nunca saber qué sentir de antemano. Miré su informe hasta el final, sin retener una palabra de lo que decía. Lo que más me intrigaba era cuánto tiempo le dedicaba a lograr esos musculosos brazos, cuánto costó su sonrisa blanca que seguro brillaba en la oscuridad y, sobre todo, de dónde sacó esa seguridad personal. Su voz era femenina y al mismo tiempo fuerte y prescriptiva: “Saturno se puso retrógrado en Sagitario y está a punto de tocar a Marte, excelente momento para invocar al Self Control y realizar un work out intenso. Comienza de una vez por todas con tu rutina de running o musculatura que tanto has postergado. Saturno te da la chance de que concretes lo que te propusiste”.
Abajo en la pantalla aparecía la opción de suscribirse a su canal, pagando una módica cuota en dólares o su equivalente en moneda local y un link para tomar nota de las conferencias en distintos lugares de Latinoamérica. Además tiene su libro anual de predicciones según tránsitos planetarios, agendas astrológicas y una línea de accesorios con motivos zodiacales. La astróloga capitalista encontró la veta.
—¿Hay algo para desayunar?
Ramiro me miraba desde la puerta del baño.
Lo vi despeinado, vestido con la ropa de anoche y esa actitud de “soy lo que soy y estoy contento de serlo” y pensé que había llegado el momento de decirle que lo quería mucho pero necesitaba alguien que me quisiera más y que se tuviera mayor amor propio. No podía dejarlo pendiente. Era una oportunidad única, el momento justo de despedirnos en buenos términos.
—¿Querés que salgamos? A mí me vendría bárbaro, estoy muerta de hambre, creo que no como desde ayer al mediodía.
Fuimos a desayunar al bar de la esquina que tenía mesitas afuera. En el camino pasamos por una veterinaria y le compramos una golosina a Bishú, que se entretuvo comiéndola debajo de la mesa. Ramiro me contó del nuevo cliente, yo le conté de mi trabajo y los dos nos pusimos contentos por el otro. Se hizo el silencio que estaba esperando, había llegado el momento de plantearlo. Lo miré a los ojos, él me miró y me sonrió.
—Me querés decir algo, te conozco.
Ramiro me sonreía mirándome fijo.
Me di cuenta de que me transpiraban las manos y se me había secado la boca. Las despedidas nunca fueron mi fuerte.
—Quiero dejar los anticonceptivos. Estamos juntos hace tiempo, ya pasé los treinta, a vos te falta poco para los cuarenta, no tiene sentido seguir esperando. Tengamos un hijo.
No pensé lo que estaba diciendo, simplemente lo dije.
CINCO
Ramiro me miró con esa sonrisa todo terreno que tantos beneficios le trae.
—Me parece bien. Vamos para adelante. Tengamos un bebé.
Así sentados uno frente a otro, con la perrita a nuestros pies y la decisión de tener un hijo flotando en el éter, parecíamos los protagonistas de un comercial de créditos hipotecarios: una joven pareja con el futuro por delante.
Después hicimos lo que casi todos los sábados, Ramiro se fue a pasar el fin de semana a Temperley con sus padres y yo subí al departamento. Mi celular estaba atestado de Miseria. Le mandé un mensaje, “Entre el martes y miércoles mando los dos primeros programas”.
No tenía la menor idea de por dónde encarar el trabajo. Me puse a escribir frenéticamente un documento atrás de otro. Todas eran fórmulas refritas sobre Aries y Tauro sin novedad ni gracia. Si seguía así iba a perder un trabajo que no quería pero necesitaba.
El teléfono volvió a sonar; Miseria insistía y yo tuve que contestar.
—¿No tenés nada, no? —Miseria me saludó con una certeza en formato de interrogación.
—No.
—No vas a poder, yo sabía.
—¿Llamaste para darme confianza?
—Llamé para decirte que si no podés, avises, hay por lo menos diez pibes que quieren escribir para mí.
—Esas sugerencias dáselas a Guido, que es el productor.
Me cortó sin decirme nada más. El agua hervía en la pava chifladora y, mientras pensaba que otra vez había olvidado retirar la pava eléctrica del service, empecé a visualizar un futuro sórdido en el que me veía golpeando las puertas de las productoras de realitys, pidiendo trabajo. Tenía altas chances de conseguirlo, porque a esta altura del año cerraban los contratos y necesitaban guionistas dispuestos a trabajar de noche. Era un trabajo monótono, en una atmósfera con olor a cables y a caspa. La salvación a la que nos sometíamos los que llegábamos al verano sin trabajo y sin dinero.
El teléfono volvió a sonar; contesté pero me quedé muda. Desconcertado ante el silencio, Guido habló primero.
—¿Amanda? Soy Guido.
—Hola.
—¿Cómo te va?
Silencio.
—¿Querés que nos veamos? ¿Podés hoy o estás ocupada?
Quedamos en vernos a las 18hs. Un horario descomprometido: tarde para trabajar, temprano para estar de trampa. Encontrarme con Guido era lo mejor que podía pasarme. Tenía que dejarle claro que estaba interesada en escribir para Miseria y, al mismo tiempo, era una oportunidad excelente para conseguir un aumento de sueldo. Y a modo de extra, encontrarme con él era lo más a mano que tenía para no sentir que había estado todo el fin de semana encerrada.
Bajé con Bishú a comprar un cigarrillo y fuimos hasta la plaza, en donde lo fumé mientras la miraba hostigar al salchicha de un divorciado.
Los divorciados tienen perros porque es la excusa para salir a la calle y sociabilizar con las dueñas o dueños de otros perros. Los casados tienen perro porque es la excusa para rajar un rato de la casa. Los chicos quieren un perro para liberarse de la atención de los padres. Los solteros heterosexuales prefieren no tener perros hasta estar en pareja. Los gays tienen talento natural para amar y ser amados por los perros. Yo amo a Bishú y no tengo talento para nada más. Quizás tenga talento para ser madre, se supone que todas las mujeres nacemos con ese talento. Tener hijos es lo más normal del mundo, lo natural.