El Pastor hacedor de discípulos. Bill Hull

El Pastor hacedor de discípulos - Bill Hull


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Bill Hull le da a la historia un sentido de autenticidad. Él no habla como un teórico, sino como una persona con experiencia, un pastor activo que ha buscado edificar una iglesia alrededor del mandato de ir y hacer discípulos. La validez de su ministerio se apoya en la forma como la congregación ha crecido en número y visión y cómo ahora se reproduce a sí misma en la asociación de varias iglesias hijas.

      Aquí hay un mensaje que quienes aspiran al liderazgo de la iglesia necesitan escuchar y considerar. No todos estarán de acuerdo con sus conclusiones, pero nadie puede leer la historia sin aceptar una nueva perspectiva del pastor discipulador. Para algunos, puede ser el nacimiento de una nueva concepción de ministerio.

      Dr. Robert E. Coleman

      Introducción

      Crisis en el Corazón

      Que la iglesia se encuentra en crisis no es nada nuevo. Nació en crisis y se ha mantenido así hasta el día de hoy. Por definición, crisis significa “separar,” “encontrarse en un punto de regreso.” Las crisis exigen que tomemos una decisión, y lo que hace crítica esta decisión es que una equivocación podría llevarnos al desastre.

      Cientos de líderes pueden mencionar miles de crisis acontecidas en la iglesia en Estados Unidos. Muchos libros se han escrito y se han enviado mensajes acerca de la crisis en la predicación, el evangelismo, la familia cristiana, la integridad tanto del clero como de los empresarios cristianos. Otros señalan la crisis en las misiones alrededor del mundo, en la educación teológica, en las universidades cristianas y algunos incluso en la muerte lenta de la Escuela Dominical.

      La palabra crisis se ha vuelto tan común, que muchos han dejado de escuchar las advertencias de los profetas modernos y sienten gran escepticismo respecto a la validez de esas muchas llamadas crisis. El público cristiano se ha cansado del grito ferviente de sus líderes cuando hablan de la vida al borde del abismo. El cercano apocalipsis de alguna manera parece que nunca se va a materializar; por lo tanto, toda advertencia acerca del destino inminente parece cada vez más como un “aullido de lobo.”

      A pesar de tal cinismo, debo insistir en que la crisis en el corazón de la iglesia es más profunda, más amenazante y más importante que cualquier otra cosa. El hecho de que la Iglesia pueda seguir sin ser confrontada con sus divisiones, la coloca en una posición muy peligrosa. Ignorar la crisis es como si alguien con un problema del corazón no lo tratara y se resistiera a reconocer los signos de advertencia: su incapacidad para subir escaleras con facilidad, hacer ejercicios sin sentir fuertes dolores en el pecho o respirar normalmente. La vida puede seguir adelante de forma limitada ante tales circunstancias, pero un día, el corazón de esa persona se detendrá súbitamente y entonces será demasiado tarde para restaurar la salud del sistema cardiovascular enfermo.

      Para seguir la analogía de Pablo acerca de que la iglesia es el cuerpo de Cristo, la crisis no se encuentra en una de las extremidades (manos, piernas o pies). En otras palabras, no es directamente una crisis de su función y trabajo, sino de lo que gobierna la habilidad del cuerpo para llevar a cabo su función y trabajo. La crisis se encuentra en el corazón de la iglesia. El sistema cardiovascular de la iglesia, el cual es su parte más trascendental, determina la salud de todo el cuerpo. La condición del corazón y el libre y normal flujo de la sangre a través de las venas y arterias, determina la capacidad del cuerpo para funcionar normalmente.

      La iglesia evangélica se ha vuelto débil, blanda y demasiado dependiente de medios artificiales que sólo pueden simular un verdadero poder espiritual. Las iglesias se parecen un poco a centros de entrenamiento para poner en forma a los creyentes y mucho a la sala cardiopulmonar de un hospital local. Hemos proliferado en la autoindulgencia religiosa, el síndrome de “lo que la iglesia puede hacer por mí.” Estamos excesivamente satisfechos con los éxitos convencionales: cuerpos, dinero y edificios. El cristiano promedio habita en la cómoda posición de “Yo le pago al pastor para que predique, administre y aconseje... Yo le pago a él para que me ministre… Yo soy el consumidor, él es el minorista… Yo tengo las necesidades, él me las cubre… ¡Para eso yo le pago!”

      Podemos ver esto más claramente en la adoración idólatra de las súper iglesias en Estados Unidos. Entre más grande sea esta y entre más imite en sus métodos al espíritu empresarial norteamericano, será mejor. La seducción es total cuando las iglesias más grandes, más creativas y más “exitosas,” son el estándar con el que medimos a las otras iglesias.

      El segundo defecto de tal medición es que usted ha hecho la pregunta equivocada: “¿Cuántas personas hay?” La pregunta correcta es: “¿Quiénes son estas personas? ¿Qué clase de familia tienen? ¿Son honestos en los negocios? ¿Están preparados para dar testimonio? ¿Conocen la Biblia? ¿Están haciendo algún impacto para Cristo en sus lugares de trabajo, en sus vecindarios o entre sus amigos y compañeros? ¿Están ellos haciendo la diferencia en el mundo como Cristo lo espera?” Estas son las preguntas correctas, los temas del corazón y el criterio para determinar la magnitud de un ministerio.

      La iglesia evangélica ha perdido el deseo de hacerse las preguntas correctas y el coraje para enfrentar las respuestas. La decisión crítica que enfrenta la iglesia es: ¿Nos comprometeremos nosotros mismos con los temas del corazón? ¿Nos arrepentiremos de nuestras absurdas decisiones y regresaremos al trabajo que Cristo nos ordenó? Pero ¿cuáles son los temas del corazón? ¿Cuál es el sistema cardiovascular de la iglesia?

      George Orwell escribió: “Ahora nos hemos hundido a una profundidad en la que la reafirmación de lo obvio es la primera tarea de los hombres inteligentes”. En la iglesia de hoy, lo obvio es revolucionario. Nada es tan traicionero como lo obvio. Entender y ejecutar lo obvio es tan difícil como caminar en una cuerda floja en medio de fuertes vientos. Volver a lo obvio y aplicarlo de nuevo, sacude a la iglesia desde sus cimientos. Cuando usted lo expone, los líderes contaminados asentirán con sus adormecidas cabezas. Cuando usted lo aplica, ellos se burlarán y lo catalogarán como radical, inexperto y paraeclesial.

      ¿Qué verdad obvia hace que los creyentes se incomoden? Simplemente esta: la iglesia existe para una misión. La iglesia existe gracias a una misión, así como el fuego existe gracias al oxígeno. La iglesia no existe para sí misma. Esto choca de frente con la mentalidad autoindulgente y egocéntrica que domina a los evangélicos. Mire los libros cristianos más vendidos, escuche la televisión evangélica, hable con el creyente común; el tema común es una preocupación por las necesidades que se tienen. Si la iglesia va a obedecer a Cristo, esto tiene que parar. Los cristianos no dejarán de tener necesidades, pero la preocupación y la prioridad dada a las necesidades por encima de lo ordenado por Cristo tiene que detenerse.

      El enfoque del personal de una iglesia y de su cuerpo congregacional no es interno, sino externo. La misión de la iglesia es influenciar a este mundo, tal como las parábolas lo exponen: sal, luz, levadura, ejército, embajadores, peregrinos, etc. Todo esto expresa movimiento e influencia. La iglesia crece cuando sus miembros se vuelven más efectivos en influenciar a otros.

      Como cualquier crisis del sistema cardiovascular, esta ha dejado a la iglesia débil y dependiente y ha colocado a los pastores en el difícil papel de entrenar a un equipo de baloncesto desde la sala de emergencia de un hospital. Los jugadores deben tratar firmemente de hacer lo mejor, pero claro está, ellos no pertenecerán a la Asociación Nacional de Baloncesto. Tristemente, la iglesia obra con una gran desventaja y, por lo tanto, hoy es mucho menos que lo que Dios ha deseado. Pero


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