El legajo de la casa vieja. Jesús Albarrán
de mi hijo y eso hace que también lo seáis míos.
—Y el de el agradecimiento, Don Manuel —volví a decirle— Siempre le estaremos agradecidos
Regresamos a la cocina a despedirnos de la madre y la hermana de Juan. Allí estaba también el pequeño, Raulito, que inmediatamente se lanzó sobre su hermano Juanito con la alegría desbordada de su corta edad. Me pareció un chico educado y espabilado.
—Adiós, señora. Muchas gracias por todo —nos besó en la mejilla y su hija, Aurorita, también se apresuró a besarnos, primero a Gabino y después a mí.
Me dio la sensación de que el beso que me daba a mí se prolongaba más de lo normal. Si no era así, al menos fue lo que yo deseaba, y así lo percibí… Y ¡cómo olía! Fue un momento que rememoré después durante mucho tiempo.
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