El amor y la sexualidad. Omraam Mikhaël Aïvanhov
todo de los cantos espirituales, de los cantos místicos que cantamos aquí. Hasta ahora, el canto era solamente para vosotros un pasatiempo, una distracción; de ahora en adelante, debéis comprender que es un alimento, una necesidad espiritual. Si no sabéis alimentaros con la música y los cantos, los intercambios menos sutiles que realicéis no os traerán más que disgustos y amarguras.
Pero esta cuestión de los intercambios todavía es mal comprendida. Algunos místicos, algunos ermitaños o ascetas eran tan ignorantes y estrechos que destruían su equilibrio, su salud, su felicidad rechazando todos los intercambios, y se desecaban, se convertían en cadáveres, sin vida, sin frutos, sin nada. Pero por supuesto, según ellos ¡cumplían la voluntad del Señor! – ¡Como si el Señor fuera partidario de la muerte y de los cadáveres!... El Señor es partidario de la vida y de la creación, porque no hace más que eso, crear. Son los humanos quienes lo han tergiversado todo y que se imaginan que el Señor está en contra del amor, en contra del matrimonio, en contra de los hijos... Según ellos, eso es ser religioso. ¡Qué religiosos más curiosos!...
Diréis: “Pero muchos de los grandes Maestros e Iniciados no se casaron, ¿acaso eran como estos fanáticos?” No, los grandes Maestros y los Iniciados son tolerantes, comprenden la creación de Dios, ven las cosas con claridad, y si viven una vida pura y casta, es porque hacen intercambios tan ricos y maravillosos en los planos sutiles que no tienen necesidad de descender demasiado en la materia para limitarse, sobrecargarse. Viven en soltería y castidad, no porque se opongan al amor, al contrario, se alimentan, beben de fuentes y regiones desconocidas por la multitud, donde todos los intercambios se hacen en la mayor luz y mayor pureza... Los ángeles les visitan, los arcángeles les visitan, el sol y las estrellas les envían sus miradas y sus sonrisas, incluso los humanos les dan su amor, su confianza. Así son colmados, ¡colmados por todos lados! ¿De qué pueden tener aún necesidad?... Y ¿por qué deberían renunciar a todas estas riquezas para hundirse en regiones pantanosas donde sólo tendrían decepciones? No me comprendéis todavía, pero ya me comprenderéis.
Está escrito en las Escrituras: “Amarás a tu Señor, Tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento, con todo tu espíritu; y amarás a tu prójimo como a ti mismo...”3 Ya veis: amar al Señor y amar al prójimo; en ninguna parte se menciona que uno deba amarse a sí mismo. Sin embargo ¿qué pasa? Los humanos se aman primeramente a sí mismos; después, si queda aún un poco en los platos, se lo dan al prójimo; y para el Señor, una vez al año, van a la iglesia a encender una vela. ¿Cómo es posible? En ninguna parte se dice: “Amaos a vosotros mismos” y sin embargo sólo hacemos eso; y respecto a los otros dos mandamientos que son mencionados, no tenemos tiempo. Los Iniciados no han dicho jamás que haya que amarse a sí mismo, porque saben que la tendencia más natural, la más aferrada, la más tenaz, es amarse, satisfacerse, comer, beber, tomar incluso lo que le pertenece al vecino... El amor por uno mismo, es lo que se ve día y noche. Y sin embargo, en realidad, diciéndoles que amasen al Señor y al prójimo, querían decir: “Amaos a vosotros mismos”, nada más. No lo dijeron sabiendo que jamás serían comprendidos, pero es lo que querían decir.
El amor a sí mismo, el amor al prójimo y el amor a Dios: estas tres formas de amor corresponden a etapas de la vida del hombre. El niño se ama a sí mismo, no piensa más que en él; más tarde empieza a amar a su padre, su madre, sus hermanos y hermanas, sus amigos... y después a su mujer y sus hijos. Al final, cuando ha amado a tantas personas que, a menudo, le han engañado, desilusionado, se vuelve hacia el Señor y es Él a quien ama, es Él a quien busca. En realidad, puedo mostraros que los grados superiores de amor están ya comprendidos en el amor a sí mismo, porque amando a los otros y amando a Dios, es siempre a sí mismo a quien se ama. Es un amor más afinado, más luminoso, más espiritual, pero es siempre a sí mismo a quien se ama. ¿Por qué no amáis a todas las mujeres, sino a una mujer? Porque esta mujer refleja alguna cosa de vosotros, y eso que refleja, es precisamente el lado de vosotros mismos. El ser humano está polarizado, y es esta polarización la que le empuja a buscar la otra parte de sí mismo a través de las mujeres o a través de los hombres, e incluso a través del Señor. Es siempre él quien busca y ama, pero no tal cual es y cómo se ve en el espejo, no; busca el otro principio, el otro polo. Si sois un hombre, el otro polo es un principio femenino; si sois una mujer, es un principio masculino.
El ser humano tal como los Iniciados lo comprenden, es un ser completo. Los dos polos, positivo y negativo, son las dos partes de una unidad que se dividió en el transcurso de la evolución. En su origen, el ser humano era a la vez hombre y mujer, es lo que se llama andrógino. En el momento en que se produjo la separación de sexos, cada uno se fue hacia su lado, pero cada principio lleva en sí mismo la huella, la imagen del otro profundamente grabada en su alma. Es por ello que, cuando un hombre ve, entre cientos y miles de mujeres, un rostro que se aproxima a la imagen que él lleva en sí mismo, es feliz, y hace todo lo posible por tener su presencia. Desgraciadamente, la mayoría de las veces, al cabo de un tiempo, se da cuenta que esta imagen no corresponde completamente a su imagen, y la abandona para buscar otra en la que espera una vez más encontrar su otra mitad, su alma gemela. Esto es cierto tanto para las mujeres como para los hombres, ningún ser es una excepción. Pero un día, este reencuentro de los dos principios se realizará verdaderamente, porque el amor entre los dos principios es más poderoso que todo.
En realidad, nuestra alma gemela es uno mismo, el otro polo de nosotros mismos. Si estamos abajo, el otro polo está arriba y comulga con el Cielo, con los Ángeles, con Dios en la perfección y la plenitud. Por esto, en todas las Iniciaciones se enseñaba a los discípulos cómo unirse a este otro polo. En la India, el Jnani-Yoga proporciona métodos gracias a los cuales el yoghi logra unirse a su Yo superior, porque uniéndose a su Yo superior se une a Dios mismo. En Grecia, se encuentra la misma idea expresada en la fórmula grabada en el frontispicio del templo de Delfos “Conócete a ti mismo”. Aquí, conocerse, no es conocer su carácter, bueno o malo, con sus cualidades o sus defectos, no, eso es demasiado fácil. Está escrito en el Génesis: “Y Adán conoció a Eva” y “Abraham conoció a Sara”... El verdadero conocimiento es una fusión de los dos principios. “Conócete a ti mismo” significa: encuentra el otro polo en ti y te convertirás en una divinidad. Si sois un hombre, el otro polo es una mujer y la conoceréis como un amante conoce a su amada; no completamente de la misma manera, por supuesto, porque esta fusión, este conocimiento se realiza en las regiones de la luz. Es cuando penetráis en esta luz, cuando os volvéis uno con vosotros mismos.
Encontramos este mismo precepto expresado de un modo un poco diferente en los Evangelios: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento y con toda tu fuerza...” Lo que sobreentiende que sólo podemos comulgar con el Señor a través de nuestro ego superior. Es también lo que quería decir Cristo cuando decía: “Nadie puede ir hasta el Padre sino es a través mío...” Cristo es el símbolo de la Divinidad, del Verbo, del Hijo de Dios que está en cada alma como una chispa oculta en alguna parte, perdida, sepultada.4 Uniéndose a su alma superior, el hombre se une a este principio de Cristo, que está por todas partes, en todas las almas, y a través de él, se une a Dios. Únicamente podéis ir hasta Dios a través de vuestro ego superior, puesto que él lo contiene todo y representa lo mejor y más puro de vosotros mismos. Por eso, todas las prácticas de meditación aconsejan hacer un trabajo con el pensamiento, a fin de alejarse lo más posible del mundo físico, material y elevarse hasta el mundo más luminoso para alcanzar la Divinidad, el principio de nuestra alma superior. Y como existe siempre una polarización, se crea una afinidad, una simpatía, un vínculo con el principio complementario, ya que el masculino es siempre atraído por el femenino, y el femenino por el masculino.
Cada ser, teniendo el otro principio en él mismo, sólo puede encontrar a Dios a través del otro principio. Por esto la mujer encuentra a Dios a través del hombre, porque el hombre representa el otro principio y este principio la une al Padre Celestial. Y el hombre sólo puede encontrar la Divinidad a través del principio femenino, ya sea una mujer o la naturaleza misma (que es un principio femenino) o la Madre divina. Pero sin este principio femenino, no hay nada, ningún impulso, ninguna inspiración, ningún trabajo, nada. Y sin la presencia del principio masculino, el principio femenino queda informe, inerte, estéril. Estudiad cómo hace las cosas la naturaleza y veréis cómo el