El amor y la sexualidad. Omraam Mikhaël Aïvanhov

El amor y la sexualidad - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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desnuda, es Isis que los Iniciados deben contemplar sin velo. Los velos corresponden a los siete planos: físico, etérico, astral, mental, causal, búdico, átmico. Cuando el séptimo velo es levantado, se contempla la Madre divina, la Madre Naturaleza, desnuda, es decir en su materia más pura, más sutil, completamente fusionada con el espíritu.19 En la vida, si deseáis conocer a alguien, tratad de conocerle a él mismo y no solamente sus ropas. Si queréis conocer a vuestro Maestro, no es suficiente con mirar cómo come o bebe, quedarse con su envoltorio exterior. Hay que retirar todos sus envoltorios hasta encontrar la región donde se encuentra verdaderamente, porque es ahí donde le conoceréis. No soy Isis, sino Osiris con velo, y si os detenéis en uno de mis velos, en el lado exterior, os aburriréis, mientras que si descubrís a aquél que está detrás de la apariencia, jamás os aburriréis y descubriréis una fuente de alegría inagotable.

      Por otra parte, eso es lo que hago con vosotros. Si no tuviera esa manera de ver, hace tiempo que me hubiera cansado de vosotros. Habría dicho: “¡Pero, si no hay nada interesante, son siempre las mismas caras!” Afortunadamente no pienso así. Desde hace tiempo os he desvestido, exactamente como los hombres cuando conocen a una mujer. Pero no me interpretéis mal. Nunca se ha sabido interpretar esta tendencia que tiene el hombre de querer desvestir a la mujer para mirarla. Este instinto le ha sido dado por la naturaleza para impulsarlo a no quedarse en el lado exterior, sino para ir más lejos, más alto, allí donde ella está verdaderamente desnuda, es decir en la mayor pureza, en el mayor esplendor, en la mayor luz. En lo alto, no existe nada vergonzoso, ya que no es el cuerpo físico de la mujer que se contempla, sus cabellos, su pecho, sino su alma, la Divinidad. Los humanos no saben interpretar el lenguaje de la naturaleza: sienten ciertos instintos y se detienen en sus manifestaciones más groseras; capitulan, se hunden, ¡es el fin!

      Por tanto, cuando os digo que os desnudo, no me interpretéis mal; quiero decir que no quiero conoceros solamente en el plano físico, sino que os busco en otra parte, en el plano divino, y cuando os miro, veo hijos e hijas de Dios. Entonces, eso se vuelve extraordinario, continúo viviendo en la alegría, y así la vida circula. De otra manera, desde hace tiempo, me habría marchado. ¿Acaso vosotros no debéis actuar con respecto a mí de la misma manera, en vez de mirarme siempre exteriormente? Está bien por un momento, pero no os detengáis eternamente porque no ganaréis gran cosa. Os digo esto para vuestro bien, para que encontréis esta fuente de alegría inagotable que es la vida. La forma es necesaria, por supuesto, pero no puede satisfaceros mucho tiempo, es un punto de partida. Es como un frasco que sólo es indispensable para proteger el perfume, esta quintaesencia que es la vida.

      Debéis deteneros en el espíritu que reparte la vida, que reparte la luz, que vibra, que crea mundos... Ahí, nunca tendréis decepciones, mientras que de otra manera, tarde o temprano os decepcionaréis. La forma sólo puede satisfaceros si está animada. Si está animada, es otra cosa, podemos detenernos en ella, pero inconscientemente estamos bebiendo vida. Como cuando contemplamos un cuadro; este cuadro nos maravilla porque contiene una vida; sí, incluso en un cuadro hay una vida, la vida del creador que ha puesto una parte de sí mismo al pintarlo. Los hombres y las mujeres son también cuadros en los que el Creador ha puesto la vida, su vida, y debemos pues buscar esta vida. Si no nos acostumbramos a buscarla, debemos esperar disputas, divorcios, tragedias, ¡es inevitable!

      Ahora bien, si vosotros os preguntáis porqué los Iniciados sienten admiración ante la belleza de una criatura, os lo diré. Los verdaderos Iniciados que van siempre en busca de la armonía y de la perfección que está en lo alto, saben que se refleja por todas partes, en las piedras, los animales, las plantas, las montañas, los lagos, los ríos, los océanos, las estrellas; pero saben que en ninguna parte esta armonía, esta belleza, esta perfección está mejor representada que en el cuerpo humano. En cualquier otra parte se halla desparramada; los océanos son una parte del cuerpo cósmico, los ríos otra, las montañas y el cielo aún otra. Sólo el hombre y la mujer reflejan el cuerpo cósmico en su totalidad. Dios ha resumido todo el universo en el hombre y la mujer. Por esto, cuando ven una criatura que refleja mejor que otras los esplendores de este universo, los Iniciados la contemplan con delicia a fin de unirse a la belleza divina. Se dicen: “He aquí una criatura que me habla de las virtudes de Dios...” Contemplándola, reencuentran la belleza divina. Mientras que los hombres y las mujeres ordinarios, en vez de saber que los humanos reflejan el Cielo, se lanzan sobre ellos y los dañan. Son como caballos que galopan por una pradera llena de flores: todas las flores son pisoteadas. Si fueran Iniciados, se maravillarían mil veces ante este esplendor del Cielo. Entonces, ¡cuánta inspiración, cuánta fuerza, cuánta energía y cuanta voluntad extraerían para continuar su trabajo.

      El cuerpo del hombre y de la mujer es un resumen del universo. El discípulo debe saber cómo mirarlo, respetarlo, maravillarse ante él, y sobre todo tomarlo como un punto de partida para unirse al mundo sublime, en lo alto, para glorificar al Señor y avanzar así en el camino de la evolución. En ese momento, puede descubrir todos los secretos de la naturaleza, ya que Isis, que no debe sufrir más todas estas violaciones, todas esas destrucciones de su cuerpo, se revela ante él. Dirá: “Este ser es atento, me ama, me respeta, me admira, voy a mostrarme a él...” Es así como la verdad se revela, ya que Isis es eso, la verdad. La verdad se revela a su espíritu en su desnudez, es decir tal como es en lo alto y no abajo, oculta tras unos velos: una ilusión, maya. Así pues la verdad se revela a aquél que sabe cómo comportarse correctamente ante los misterios del amor.

      Bonfin, 24 de julio de 1962

      Nota complementaria

      Algunos tienen una extraña idea del estado en que el hombre se encuentra en lo alto, en el Cielo. Creen que va allí solamente con su cabeza y nada más, ya que el hígado, el estómago, los intestinos y sobre todo el sexo no son órganos demasiado nobles. Pero os diré que el hombre va entero, intacto al Paraíso, ¡y si supierais con qué esplendor, con qué belleza y pureza!... tal como Dios lo creó en su origen. Y tiene pulmones pero de otra forma, un cerebro, orejas, ojos, pero bajo otra forma, o más bien de otra quintaesencia, porque no hay más formas allá en lo alto, sino más bien corrientes, luces, fuerzas. Todo en él está organizado y funciona como si tuviera un estómago, brazos, piernas, nada falta, todo está allí, pero bajo la forma de virtudes, cualidades, facultades. Porque los órganos de nuestro cuerpo físico son en realidad la representación, el reflejo de cualidades y de virtudes condensadas. Y si pudierais ver al ser humano en este estado, con estos colores y estas luces que salen y brotan de él sin cesar, nunca os cansaríais de contemplarlo.

      Pero la ciencia oficial está aún muy lejos de saber lo que es el ser humano, tal y como Dios lo ha formado en sus talleres de arriba. Sólo los grandes clarividentes, los grandes Maestros han podido ir hasta allá para ver y nos han revelado que el ser humano en lo alto no tiene ninguna forma; está hecho únicamente de fuerzas, corrientes, energías, luz y emanaciones, cuya condensación ha dado lugar a órganos físicos tal como nosotros los conocemos. Por tanto, el estómago, el hígado, el bazo, el cerebro, los ojos, las orejas, las piernas, los brazos representan en lo alto fuerzas.


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