La civilización del Anáhuac: filosofía, medicina y ciencia. Lourdes Velazquez González
de valor inferior desde el punto de vista social. Era un privilegio de las clases altas la posesión de conocimientos, creencias, modales de comportamiento y convenciones sociales, y que una persona debía tener para ser considerada culta.
Esa concepción aristocrática de la cultura declinó a partir del Renacimiento, en especial después de la creación de la ciencia natural moderna por parte de Galileo, Newton y sus seguidores, la cual comportaba un aprecio especial de las matemáticas y de las tecnologías; esto preparó el cambio de perspectiva que ocurrió en la época de la Ilustración, que concibió a la razón como característica del ser humano, y la consideró como fundamento de la dignidad personal y del progreso social, que se alcanzan mediante la educación, como subrayaron filósofos como Rousseau y Kant. Dentro de esa perspectiva, la cultura se presentaba como un bien universal y los autores franceses empezaron a llamarla civilisation (utilizando un término que anteriormente significaba un conjunto de buenos modales) y de tal manera la civilización no aparecía en oposición a la cultura, sino como una dilatación ideal de la misma. En tanto que para los pensadores alemanes cultura (Kultur) y civilización (Zivilization) tenían un significado casi opuesto. La cultura era esencialmente algo relacionado con la auténtica naturaleza humana presente en cada individuo. Mientras que la civilización era considerada como un conjunto de reglas y valores más exteriores y convencionales. Esta oposición, claramente presente en Kant, se desarrolla en los autores del Idealismo, en Schopenhauer, en Nietzsche y culmina con la famosa obra de O. Spengler, El ocaso de Occidente, en donde la Zivilization se presenta como el momento culminante de un ciclo de Kultur que se ha convertido en algo rígido y artificial y es el signo de la decadencia de ese ciclo y de su próximo fin.
Estas caracterizaciones “ideológicas” de los conceptos de cultura y civilización han alimentado muchas discusiones que han mezclado varios elementos, que sería imposible identificar un significado suficientemente unívoco de estas nociones. Por tanto, resulta más útil apoyarse en unas caracterizaciones más “descriptivas” que se desarrollaron durante el siglo xx y se basan en características muy generales y relativamente elementales que sirven para agrupar en una misma civilización una variedad de culturas a su vez caracterizadas por un abanico mucho más amplio de rasgos materiales, intelectuales, de creencias, costumbres y formas de vida que acumulan durante periodos más o menos largos y dentro límites geográficos variables de ciertas poblaciones. Esta concepción más descriptiva o empírica es la que adoptamos en este libro, siguiendo la línea trazada por autores como Guillermo Marín y Bonifaz Nuño,4 entre otros, por eso hemos hablado de una civilización del Anáhuac y de varias culturas que se han desarrollado dentro de la misma.
En este punto es interesante mencionar que la historia de la humanidad ha conocido sólo un número pequeño de civilizaciones madre, esto es, de civilizaciones que han surgido sin tener antecedentes de las cuales hayan derivado. El catálogo de estas civilizaciones madre es en cierta medida convencional e incluye las siguientes civilizaciones originarias o civilizaciones madre: Egipcia, Mesopotámica, China, India, Anáhuac, Andina.
Esta lista no pretende designar las civilizaciones “más excelentes” o “más importantes” de la historia, sino las más “antiguas” u “originales” debido a que no son derivadas de otras civilizaciones. Así, por ejemplo, la civilización romana ha sido, sin duda, una de las más grandes e importantes de la historia; sin embargo, no se considera una civilizaciones madre (no obstante su larga duración hasta los tiempos modernos y su amplia articulación en diferentes culturas a lo largo de su evolución) porque en sus orígenes entraron varios elementos de culturas anteriores, como la etrusca, las itálicas autóctonas, la griega, etcétera.
En resumen: las civilizaciones madre tuvieron un origen autónomo, se asentaron en un territorio y empezaron a cultivarlo asegurándose la base de su nutrición. Por esto, cada una se caracteriza por un determinado grano (trigo, maíz, arroz, etc.) que constituye su base alimenticia. Después de haber cubierto sus necesidades elementales de subsistencia, crearon una filosofía, una religión, un Maestro, un lenguaje y varias instituciones sociales. Esto significa que cada una de ellas tuvo una estructura de pensamientos no sólo para interpretar el mundo y los eventos de la vida, sino también para darle un sentido a la existencia y abordar el problema de la transcendencia, tanto desde el punto de vista del individuo como de la comunidad. De estas exigencias fundamentales se desarrollaban cuatro sistemas básicos concernientes a la alimentación, a la salud, a la educación y a la organización social. Como se ve, se trata de marcos muy generales comunes a las diferentes culturas que históricamente se han desarrollado dentro de una misma civilización y que cada cultura a su vez ha concretado de manera diferente. Sin embargo, mucho más fuertes y marcadas son las diferencias con respecto a otras civilizaciones. Por ejemplo, el sistema de educación practicado en la cultura medieval occidental –con sus planes de estudio basados en las “artes” del trivio y cuadrivio, y destinados para clérigos y laicos, y enmarcados dentro de una concepción cristiana del ser humano y de la divinidad– es muy diferente del sistema educativo de la toltecáyotl que practicaban las diferentes culturas del Anáhuac, siendo abierto a todos los miembros de la comunidad, sin diferencia de género y con finalidades de formación física y espiritual bien definidas en el marco de una original cosmovisión al mismo tiempo filosófica y religiosa que trataremos en los próximos capítulos.
¿Por qué Toltecáyotl?
La civilización del Anáhuac y las culturas que de ella surgieron, en particular la náhuatl, encuentran en la toltecáyotl las condiciones necesarias para darle sentido a su existencia.
La flor y el canto, arte y poesía, son las herramientas para conocer las cosas esenciales de la vida en el camino espiritual, el camino del conocimiento. Este conocimiento lleva a tener una vida en equilibrio, que es el fin de la toltecáyotl “el arte de vivir en equilibrio”. La toltecáyotl es la mayor y más valiosa herencia que nos legaron nuestros ancestros, fundadores de la milenaria civilización denominada Anáhuac.
Por medio de la flor y el canto (in xochitl in cuicatl, arte y poesía) el gran guerrero, no un soldado, mantenía su guerra florida contra su yo interno, Necoc Yaotl, es decir, eran sus armas contra su ego e importancia personal. Ella le brinda los recursos necesarios al ser humano para lograr la plenitud existencial, la sabiduría, la experiencia individual y colectiva indispensables para solucionar los problemas de orden material, y una vez resueltos, valerse de la sabiduría milenaria, para resolver el desafío existencial de trascender la vida en el plano espiritual.
Las culturas surgidas en el Anáhuac proclamaron ser buscadoras de la ciencia espiritual. Su objetivo era que las personas llegaran a ser integrales. Para ello crearon escuelas en las que se enseñaba astronomía, herbolaria, matemáticas, artes marciales y danza; además la educación era obligatoria, gratuita y estaba a cargo del Estado. También era universal, ya que estaba abierta a todas las maneras de concebir el mundo. Crear seres humanos dueños de un rostro (in ixtli) y de un corazón (in yollotl) –una personalidad y una espiritualidad– por medio de un sistema educativo que contemplaba todos los aspectos de la mente, el cuerpo y el espíritu.
La Toltecáyotl es la mayor y más valiosa herencia que nos han legado, quienes son los padres fundadores de nuestra milenaria civilización. El Patrimonio Cultural que han producido a través de la sabiduría producida por la investigación y sistematización del conocimiento a lo largo de ocho mil años.
Si la India tiene a Buda y China al Tao, nosotros, la civilización del Cem Anáhuac, –tan antigua como ellas–, tenemos la Toltecáyotl. Sabiduría humana que nos ha permitido satisfacer las necesidades y desafíos materiales de la vida. Pero también, dar respuesta al desafío de trascender la limitada y efímera existencia humana en el plano material.[5]
Los mexicas lo llamaron nawi ollin teotl, que significa “energía que gira en cuatro puntos”: del instinto a la inteligencia y de la voluntad a la conciencia. A sus escuelas las llamaron casa de jóvenes y atado de casas (telpochcali y calmecac).
Además nuestros ancestros consideraban la existencia de cinco elementos principales