La civilización del Anáhuac: filosofía, medicina y ciencia. Lourdes Velazquez González
muere con ella, a menos de ser continuamente retransmitido y aprendido por otras personas, es decir, a menos que este conocimiento sea parte de una tradición viva.
Los españoles encontraron en México una cultura viva y floreciente, cuyos maestros, verdaderas enciclopedias humanas, preservaban y transmitían oralmente los contenidos de una larga tradición, de forma en gran medida independiente de la existencia (por notable que esta fuera) de textos escritos.
Además, formaba parte de esta tradición oral la enseñanza relacionada con la forma de interpretar los textos escritos, de modo que los jóvenes que recibían la que podríamos llamar educación superior, especialmente en los calmécac, aprendían a “descifrar” los textos escritos, y memorizaban una gran cantidad de composiciones, desde himnos sagrados hasta anales históricos. Por tanto, cuando los primeros misioneros (o los indígenas cultos, o los funcionarios, como especificamos anteriormente), consultaron a los grandes “maestros” de esta tradición, transcribiendo en forma fiel sus informes y llenando miles de páginas en lengua náhuatl (formulada fonéticamente), no hicieron más que traspasar a una forma escrita de tipo alfabético una tradición oral fielmente conservada, que incluía, entre otras cosas, la decodificación de las fuentes escritas redactadas con la escritura pictoglífica de los códices más antiguos. Por esta razón, es correcto incluir entre las “fuentes directas” este tipo de testimonio, como lo haremos más adelante.[5] Si a esto le sumamos el hecho de que estas transcripciones del náhuatl eran acompañadas a menudo por las respectivas traducciones al español, no podemos dejar de notar cómo la combinación de estos factores haya significado, para el desciframiento de la lengua de los antiguos mexicanos, el equivalente al descubrimiento de la Piedra de Rosetta para el desciframiento del lenguaje del antiguo Egipto.
La que acabamos de describir fue una época afortunada y muy breve. De hecho, el afán de un conocimiento documental meticuloso, fiel y exhaustivo, complementado además por una comprensible curiosidad espontánea, fue motivado, entre otras cosas, como dijimos, por el programa consistente en suplantar esta cultura, así como por el prejuicio casi obsesivo de que se tratara de poblaciones dedicadas a creencias y prácticas idolátricas y supersticiosas, e incluso sujetas a influjos diabólicos. En pocas palabras, se trataba de una cultura que era útil conocer a fondo para erradicarla en forma eficaz de las mentes y de los corazones de esas poblaciones, y así implantar en ellas las semillas de la civilización cristiano-occidental (además de poder subyugarlas y explotarlas sin escrúpulos). Por esta razón, la cultura náhuatl fue destruida y reemplazada por una cultura hispanoamericana que, aun sin poder (lógicamente) borrar por completo el componente indígena, resultó ser fuertemente europeizada y, en particular, adoptó el español como lengua culta. Por eso muchos hablan de un “México prehispánico”. De hecho, si por un lado es muy cierto que no pocos mexicanos se distinguieron, en los siglos sucesivos, en los sectores “altos” de la cultura,[6] por otra parte hay que recordar que su trabajo era parte de la cultura hispánica y, en ella, ocupó una posición sustancialmente subordinada hasta el momento de la descolonización.
Por último, queremos eliminar una duda que podría surgir a propósito del valor “científico” de las fuentes en lengua náhuatl recopiladas por los españoles en las formas anteriormente descritas.
Podría pensarse que los diligentes frailes que reunieron los testimonios de los indígenas carecían por completo de esas cualidades “metodológicas” que consideramos indispensables hoy en día para la confiabilidad de la documentación resultante. Sin embargo, no fue así, y para aclararlo presentaremos la forma en que trabajó uno de los misioneros más significativos, fray Bernardino de Sahagún, franciscano que llegó a México en 1529. Fray Bernardino aprendió muy rápido el náhuatl y mostró desde el principio un interés insaciable por documentarse acerca de las características de la cultura “gentil” (es decir, “pagana”) de las poblaciones que llegaba a conocer. En todos los lugares que visitaba, buscaba a los ancianos más sabios y les pedía que le contaran todo lo que recordaban sobre su antigua cultura. Apuntaba o hacía apuntar todo literalmente, tal como ellos lo expresaban, y luego lo comparaba con los relatos de otros informantes corrigiendo, suprimiendo, añadiendo innumerables veces.
En relación con su método de trabajo, fray Bernardino de Sahagún explicó que durante tres años leyó y repasó por su cuenta sus anotaciones, y las dividió en libros, y cada libro en capítulos, y algunos libros en capítulos y párrafos.
El resultado de este trabajo fue una obra monumental, una verdadera enciclopedia del mundo náhuatl, en la que es posible encontrar de todo: desde la teología hasta el conocimiento médico, pasando por las recetas de cocina.
Pero el hecho metodológicamente aún más significativo es que fray Bernardino de Sahagún tuvo la honestidad intelectual de conservar incluso las minutas de su paciente trabajo, con los textos originales intactos. Pocas veces cedió a la tentación de criticar o condenar lo que estaba traduciendo y, puesto que conservamos esos originales, aún hoy podemos descubrir y corregir los eventuales e inevitables prejuicios y errores que se han infiltrado en su traducción. Tampoco puede ser ignorada la actitud fundamentalmente positiva que asumió hacia las doctrinas que encontraba, tratando de interpretarlas, cuando le parecía posible, para resaltar sus cualidades. Por ejemplo, en una carta dirigida al Papa Pío V el 25 de diciembre de 1570, fray Bernardino de Sahagún escribió:
Entre los antiguos filósofos, algunos dijeron que no existía Dios, y esta opinión era muy difusa: Ximócrates dijo que había ocho dioses y diosas. Antístenes dijo que había muchos dioses populares, pero solo un dios omnipotente, creador y gobernante de todas las cosas. Esta opinión o creencia es la que he encontrado a lo largo de toda esta Nueva España. Creen que existe un Dios que es puro espíritu, omnipotente, creador y gobernador de todas las cosas... A este Dios le atribuían total sabiduría, belleza y benevolencia.[7]
Después de todas las explicaciones proporcionadas, podemos proceder a un breve elenco de las fuentes más importantes, limitándonos a las que también han sido publicadas. Nos limitaremos a indicar los títulos de las fuentes, remitiendo a la bibliografía que se encuentra al final de este libro en donde se incluyen las indicaciones relativas a los datos completos de su publicación.
Fuentes directas
Los textos nahuas[8] más antiguos están contenidos en códices pintados, redactados en material vegetal muy resistente, obtenido de algunas especies de agave y similar al “papel amate” que sigue siendo utilizado para crear coloridos dibujos de carácter artesanal, bastante conocidos por los turistas que visitan México. Eran muy numerosos, pero muchos de ellos fueron destruidos por los conquistadores españoles, quienes se empeñaron en erradicar las tradiciones culturales indígenas, impulsados, entre otras cosas, por un malentendido afán de evangelización. Como resultado, se buscaron y destruyeron una gran cantidad de aquellos textos que representaban la base culta de una cultura considerada “pagana” e “idólatra” (lo que, por desgracia, es común en casi todas las formas de conquista colonial habidas a lo largo de la historia).[9]
Dicho esto, cabe señalar que los españoles habían sido precedidos en esta obra de destrucción por los aztecas, quienes, conscientes de su inferioridad cultural e intelectual con respecto a los pueblos del Valle de México a los que habían subyugado militarmente, intentaron fortalecer su dominio neutralizando las manifestaciones de la cultura superior de sus sumisos (dicho de otra forma, la conquista azteca también fue una forma de “colonización interna” de los pueblos amerindios). Los códices supérstites cruzaron el Atlántico, y se encuentran dispersos en varias bibliotecas europeas. Es difícil estimar su número porque la mayor parte de ellos no ha sido publicado, ni estudiado y ni siquiera catalogado de forma adecuada.[10] Los que son conocidos no son, a final de cuentas, gran cosa.
Cuando hablamos de “códices” consideramos tanto a los que fueron redactados antes de la Conquista (y que están escritos, como se ha visto, en escritura pictográfica), como a los posteriores, que contienen las transcripciones en lenguaje fonético y, a veces, incluso las traducciones en lengua española, como se ha dicho. Esta denominación se