La civilización del Anáhuac: filosofía, medicina y ciencia. Lourdes Velazquez González
variada. Este tema ha sido tratado en forma abundante por numerosos historiógrafos y carece de sentido entrar en demasiados detalles. Sin embargo, es indispensable proporcionar los elementos principales de este marco.
Contrariamente a lo que algunos podrían pensar, existen pocas fuentes escritas relacionadas con las formas “altas” de la cultura del México antiguo. Las que podríamos llamar “directas” están redactadas en náhuatl, es decir, en un idioma de orígenes muy antiguos, hablado por muchas poblaciones del altiplano mexicano, y que al momento de la llegada de los conquistadores españoles era la “lengua nacional” del Imperio mexica (mal llamado Azteca). Ésta no se extinguió de inmediato, y hasta la fecha es hablada por algunos millones de mexicanos, en especial en muchas localidades de la provincia del país. Las fuentes que podríamos llamar “indirectas” están redactadas en español y están constituidas por relatos de conversaciones que algunos religiosos sostuvieron, en los años inmediatamente posteriores a la Conquista, con varios “informantes” indígenas de nivel cultural bastante elevado. Algunas de estas fuentes son muy significativas, porque también contienen la versión en náhuatl de los testimonios recopilados, debido a esto pueden ser incluidas entre las fuentes directas.
Como veremos más adelante, por medio de algunos ejemplos, el náhuatl no fue una lengua elemental y pobre. Por el contrario, poseía una estructura gramatical y sintáctica muy compleja que, entre otras cosas, permitía también (gracias a un sutil juego de sufijos, prefijos e infijos) la expresión de nociones abstractas. Como prueba de esto, es suficiente decir que existen algunas gramáticas y diccionarios de esta lengua,[1] la cual hoy en día es enseñada en algunas universidades e instituciones culturales, de modo que la lectura de las fuentes relativas no presenta mayores dificultades que las encontradas en la lectura de textos redactados en una de las lenguas muertas generalmente estudiadas.
Por esta razón, sería científicamente más correcto hablar de civilización náhuatl o del Anáhuac (y paralelamente, de filosofía, cosmología, antropología, cultura y medicina náhuatl), en lugar de civilización mexicana del periodo precuauhtémico. De hecho, el adjetivo “mexicano” podría dar la impresión de que se pretende hablar de la cultura de los mexicas, es decir, del pueblo que estaba en su apogeo cuando llegaron los españoles, y que muy a menudo es erróneamente identificado con los aztecas (en realidad, éstos eran un grupo étnico pequeño dentro del pueblo de los mexicas, que gracias a sus habilidades militares, había subyugado a muchos pueblos). Los mexicas llegaron al Valle de México en una época bastante tardía, y su capital México-Tenochtitlán (que constituye el núcleo histórico de la actual Ciudad de México) se fundó en 1325, sólo trescientos años antes de que Cortés la subyugara, en 1521. Es cierto que los mexicas habían alcanzado una posición de hegemonía política y cultural (este hecho explica por qué se remonta a ellos la etimología de la palabra “México”); sin embargo, a pesar de que imprimieran rasgos específicos a su cultura, ésta tenía raíces mucho más antiguas, que se encuentran precisamente en las culturas de lengua náhuatl y, por ejemplo, en lo que respecta a la medicina, el arte y la filosofía se remontan hasta el legendario pueblo de los toltecas, quienes (según los testimonios recopilados por los primeros conquistadores españoles) eran considerados por los indígenas cultos como los inventores de la ciencia médica y la filosofía.[2]
Lo que decimos no es, en realidad, nada extraño, si pensamos que estamos acostumbrados a hablar de las civilizaciones griega o latina simplemente refiriéndonos a la lengua en la que estas civilizaciones se expresaban, abarcando de esta manera pueblos muy distantes en el espacio y el tiempo, e incluso pertenecientes a etnias diferentes. A pesar de estas notables diferencias, ellas formaban parte de la misma koiné, es decir, un patrimonio común de conocimientos, ideas, concepciones del mundo y del hombre, tradiciones y costumbres, que eran vehiculados a través de la lengua común. En un sentido perfectamente análogo, entonces, se puede y se debe hablar de una civilización náhuatl o del Anáhuac (y no se trata de una opinión personal, ya que es compartida por muchos especialistas del tema): ésta no sólo es mucho más antigua que México-Tenochtitlan, sino que supera ampliamente los estrechos confines del dominio mexica e integra elementos de todas las grandes culturas que existieron antes, incluyendo gracias a su sincretismo los frutos de las culturas de los olmecas, de los teotihuacanos y de los toltecas.
En particular, su expansión (consecuencia de su prestigio, mucho más que efecto de una conquista) alcanzó áreas que los mexicas nunca dominaron militarmente.[3]
La lengua náhuatl era hablada y escrita. Sin embargo, su escritura no era de carácter alfabético-fonético, sino esencialmente ideográfico, estaba constituida de forma prevalente por pinturas muy coloreadas, a las que se añadía un sistema de glifos que contenía un gran número de grafemas, algunos de ellos de tipo ideográfico, y otros que representaban sílabas. Estos grafemas eran suficientes para establecer fechas, expresar nombres de lugares y personas, cuerpos celestes, fenómenos meteorológicos como los terremotos, conceptos y prácticas religiosas, una gran cantidad de objetos, plantas, animales, piedras, metales, edificios, cargos sociales, eventos de la vida, acciones, etc. En pocas palabras, tenía características similares a las de la lengua escrita del antiguo Egipto. Esta lengua aparece en los más antiguos “códices”, es decir, los que fueron escritos antes de la Conquista. De hecho, los primeros conquistadores (o mejor dicho, en la mayoría de los casos, los religiosos que los acompañaban con el propósito de evangelizar a los pueblos indígenas) son los artífices de que el náhuatl también recibiera una transcripción fonética, utilizando el alfabeto y los fonemas de la lengua española de la época. Los misioneros de todos los tiempos tuvieron que aprender los idiomas de los pueblos indígenas para comunicarse con ellos, así como para poder predicar y evangelizar. Pero los religiosos a los que nos referimos no se limitaron a este aprendizaje práctico (que en sí mismo no suponía la necesidad de pasar a una escritura), sino que se preocuparon por conocer a fondo los hábitos, las costumbres, creencias, tradiciones de los pueblos conquistados: para tal fin, recopilaron y examinaron una enorme cantidad de testimonios directos, expresados en náhuatl, por “informantes” indígenas (casi siempre de nivel cultural apreciable) y los transcribieron con fidelidad utilizando la escritura fonética. De esta manera, también descifraron, con la ayuda de dichos informantes, la escritura ideográfica de los códices más antiguos. Este trabajo fue ulteriormente facilitado y desarrollado gracias al hecho de que muchos indígenas cultos aprendieron el español, por lo que en unos pocos años un grupo bastante numeroso de personas dominó perfectamente el español y el náhuatl.
Finalmente, a esto se añadió el hecho de que la Corona de España exigiera a sus funcionarios informes muy meticulosos sobre el estado de la Colonia bajo los aspectos más diversos (incluidos los de naturaleza más “culta” en vista de las disputas muy acaloradas que surgieron acerca del estatus que se les debía reconocer a los indígenas, es decir, si debían considerarse o no como simples paganos idólatras, rudos y primitivos, y, por tanto, como pertenecientes a una raza inferior y dignos de ser tratados como esclavos o seres subhumanos).
A este propósito, una cuestión importante es la referente al peso que debe atribuirse a la tradición oral. Hoy en día, la metodología histórica ha justamente reconocido el valor de este tipo de fuente, pero permanece la tendencia a tomarla en serio sólo en los casos de culturas desprovistas de escritura. Se trata de un malentendido deplorable: incluso en el mundo occidental, la transmisión oral desempeñó un papel importantísimo hasta la invención de la imprenta, gracias a la cual los textos escritos pasaron a ser fácilmente disponibles y, de esta manera, condenó a una progresiva decadencia del ejercicio del aprendizaje mnemónico. Por otro lado, en todas las culturas tradicionales el aprendizaje mnemónico siempre ha jugado un papel esencial: no sólo porque, para cada individuo, el saber coincide con lo que recuerda de lo que aprendió (“no hace ciencia el entender sin retener”, sentenció Dante con toda razón), sino también porque la calidad del conocimiento de una persona era proporcional a su exactitud, su minuciosidad, a la confiabilidad de lo que había aprendido y eso consistía principalmente en saber retener los conocimientos acumulados de una tradición.[4] El único inconveniente grave no es la infidelidad de la memoria (no muy diferente a la posibilidad de transmisión de errores al copiar los manuscritos o de errores