Feminismos para la revolución. Laura Fernández Cordero
1803 - Burdeos, 1844
Monsieur Fourier, escribe Flora Tristán en 1836, necesito leer su libro, le ruego me lo envíe. Tiene 33 años y carga con una herencia negada, descendencia en disputa y un marido violento. Él la perseguirá casi toda la vida, ella escapará viajando: al Perú del padre muerto, para exigir reconocimiento de su encumbrada familia criolla; a Londres, para trabajar como dama de compañía y recorrer la miseria del corazón capitalista; a cada rincón de Francia, para arengar a los trabajadores: ¡uníos!
A pesar de su ascendencia ilustre (en la que se rumorea la posible paternidad de Simón Bolívar) y de todos sus nombres –Flora-Célestine-Thérèse-Henriette Tristán y Moscoso Laisney–, recibió apenas una compensación económica con la que costeará escrituras y conferencias. A sus viajes los llamó peregrinaciones y, a fuerza de rechazos, se proclamó paria, expulsada por su condición de mujer separada, desheredada y migrante. De sus dramas personales hizo textos políticos. Escribió sobre las mujeres extranjeras, en favor del divorcio y en contra de la pena de muerte. Fue notable por su agudeza y, de repente, célebre por sobrevivir al atentado de su ex marido, quien la emboscó y le disparó en 1838. Recién entonces logró la separación legal y recuperó a su hijo y a su hija.
Si el primer viaje le dictó Peregrinaciones de una paria (1837), las cuatro estadías en Inglaterra aparecieron como Paseos por Londres (1840), reveladoras visitas al Parlamento, asilos, barriadas pobres y cárceles. Allí descubrió la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft y visitó a Anne Wheeler, traductora de Charles Fourier y coautora de otro libro que lo decía todo: La demanda de la mitad de la raza humana, las mujeres, contra la pretensión de la otra mitad, los hombres, de mantenerlas en la esclavitud política y, en consecuencia, civil y doméstica (1825).
Inspirada por varias geografías y muchas voces, creyente en cierta superioridad femenina y un cristianismo liberador, Tristán llegó a ser una paria que habitaba el centro parisino y se codeaba con la escuela saintsimoniana, los círculos socialistas europeos y los salones más efervescentes. Con temple epistolar, tejió densas redes intelectuales, políticas, sensuales. Algunas biografías la pintan apóstol que sublimó el deseo sexual. Otras, estratega de la independencia femenina. No faltan sugerencias de un amor lésbico con Olympe Chodzko, intrigante política y destinataria de los párrafos más voluptuosos.
Ardorosa en su cruzada, Tristán predicó en dieciocho ciudades cuando la ya desgastada monarquía de Julio prohibía reunir más de veinte personas. Perseguida por la policía y por la fiebre, agitaba Unión Obrera (1843), libro por el cual es considerada precursora tan indiscutible como poco reconocida del Manifiesto Comunista (1848). Moriría en ese mismo viaje, dejando en 1844 los manuscritos de El tour de Francia (1833-1844). Estado actual de la clase obrera en los aspectos moral, intelectual y material, que sería publicado de manera completa en 1973. Mientras ella gastaba en esa gira su último aliento, Marx comenzaba a mirar asombrado el levantamiento obrero en Silesia y Engels tomaba notas en las barriadas por las que ella ya había paseado. Pero no es la falta de cita lo que deberíamos lamentar, sino la entronización del “proletariado” por sobre aquella lúcida invocación a “obreros y obreras” con la que, tan temprano, se anudaban la clase y el género.
Unión Obrera
A los obreros y a las obreras
Obreros y obreras
Escuchadme: desde hace veinticinco años, los hombres más inteligentes y más abnegados han consagrado su vida a la defensa de vuestra sagrada causa;[1] ellos, con sus escritos, discursos, informes, memorias, encuestas, estadísticas, han señalado, han constatado, han demostrado al gobierno y a los ricos que la clase obrera, en el actual estado de cosas, se encuentra material y moralmente en una situación intolerable de miseria y de dolor; han demostrado que, de este estado de abandono y sufrimiento, resultaba necesariamente que la mayoría de los obreros, amargados por la desgracia, embrutecidos por la ignorancia y por un trabajo que excede sus fuerzas, se convertían en seres peligrosos para la sociedad; han demostrado al gobierno y a los ricos que no solo la justicia y la humanidad imponían el deber de acudir en socorro de las clases obreras mediante una ley sobre la organización del trabajo, sino que incluso el interés y la seguridad general reclamaban imperiosamente esta medida. ¡Pues bien! Desde hace veinticinco años, tantas voces elocuentes no han logrado despertar la solicitud del gobierno en torno a los peligros a que está expuesta la sociedad frente a siete u ocho millones de obreros exasperados por el sufrimiento y la desesperación, un gran número de los cuales se ve emplazado entre el suicidio… ¡o el robo!…
Obreros, ¿qué se puede decir ahora en defensa de vuestra causa?… ¿Acaso no ha sido dicho y redicho todo, desde hace veinticinco años, en todas las formas posibles y hasta la saciedad? No hay nada más que decir, nada más que escribir, porque vuestra desgraciada situación es bien conocida por todos. No queda más que una cosa por hacer: actuar conforme a los derechos escritos en la Carta [de 1830].
Ha llegado el día en que se hace necesario actuar, y a vosotros, a vosotros solos, os corresponde actuar en interés de vuestra propia causa. ¡Os va en ello la vida… o la muerte! Esa muerte horrible que mata a cada instante: ¡la miseria y el hambre!
Obreros, dejad pues de esperar por más tiempo la intervención que desde hace veinticinco años se pide en vuestro favor. La experiencia y los hechos os dicen suficientemente que el gobierno no puede o no quiere ocuparse de vuestra suerte cuando se trata de mejorarla. De vosotros solos depende, si lo deseáis firmemente, salir del laberinto de miserias, dolores y degradación en el que os consumís. ¿Queréis asegurar a vuestros hijos el beneficio de una buena educación industrial, y a vosotros mismos la certeza del descanso en vuestra vejez? Podéis hacerlo.
Vuestra forma de acción no es la revuelta a mano armada, el motín en la plaza pública, el incendio ni el saqueo. No, porque la destrucción, en lugar de remediar vuestros males, no haría más que empeorarlos. Los motines de Lyon y de París así lo han atestiguado. No tenéis más que una posibilidad de acción, legal, legítima, confesable frente a Dios y los hombres: LA UNIÓN UNIVERSAL DE LOS OBREROS Y DE LAS OBRERAS.
Obreros, vuestra condición en la sociedad actual es miserable, dolorosa: con buena salud, no tenéis derecho al trabajo; enfermos, lisiados, heridos, viejos, tampoco tenéis derecho a la hospitalización; pobres, faltos de todo, no tenéis derecho a la limosna, porque la mendicidad está prohibida por la ley. Esta situación precaria os sume en el estado salvaje en que el hombre, habitante de los bosques, se ve obligado cada mañana a pensar en el medio de procurarse el alimento de la jornada. Semejante existencia es un verdadero suplicio. La suerte del animal que rumia en el establo es mil veces preferible a la vuestra; él está seguro de comer al día siguiente; su dueño le guarda en la granja paja y heno para el invierno. La suerte de la abeja, en su cavidad del árbol, es mil veces preferible a la vuestra. La suerte de la hormiga, que trabaja en verano para vivir tranquila en invierno, es mil veces preferible a la vuestra. Obreros, sois desgraciados, sí, sin duda; pero ¿de dónde viene la causa principal de vuestros males?… Si a la abeja y a la hormiga, en lugar de trabajar concertadamente con las otras abejas y hormigas para aprovisionar la vivienda común de cara al invierno, se les ocurriera separarse y querer trabajar solas, también ellas morirían de frío y de hambre en su rincón solitario. ¿Por qué pues vosotros permanecéis aislados?… ¡Aislados sois débiles y caéis aplastados bajo el peso de toda clase de miserias! ¡Pues salid de vuestro aislamiento! ¡Uníos! La unión hace la fuerza. Tenéis a vuestro favor el número, y esto ya es mucho.
Yo vengo a proponeros una unión general de los obreros y obreras, sin distinción de oficios, que vivan en el mismo reino; una unión que tendría por objetivo CONSTITUIR LA CLASE OBRERA y construir varios edificios (Palacios de la UNIÓN OBRERA), igualmente repartidos por toda Francia. En ellos se educaría a los niños de ambos sexos, desde los 6 hasta los 18 años, y se acogería a los obreros lisiados o heridos y a los ancianos. […] Oíd hablar a las cifras y os haréis una idea de lo que se puede hacer