Feminismos para la revolución. Laura Fernández Cordero
pocos meses antes del revuelto Mayo de 1968. Esos fragmentos confusos y habitados por personajes novelescos revelan un lúcido delirio. Karl Marx, Friedrich Engels, Flora Tristán, Rosa Luxemburgo y León Trotski citaron esa vieja idea que Fourier hizo axioma: el progreso de una sociedad se mide por el grado de emancipación de las mujeres. Mucho más pacatas, las revoluciones posteriores no llegarán a celebrar ni la camaradería carnal ni la diversidad del deseo de una sola noche en Armonía.
El nuevo mundo amoroso
En armonía los placeres son asunto de Estado
El tema [del amor] parece frívolo a esos civilizados que [lo] relegan al rango de cosa inútil y lo hacen, bajo la autoridad de Diógenes, ocupación de los perezosos. Tampoco lo admiten más que a título de placer constitucional sancionado por el matrimonio; no sucede lo mismo en la armonía, donde, al volverse los amores asunto de Estado y fin especial de la política social, debe darse necesariamente gran importancia al amor, que en efecto retiene el primer rango entre los placeres; la cábala gastronómica, otro placer de armonía, retiene el primer rango en títulos, pero el amor lo retiene en la realidad. Se trata aquí de asegurar también a las personas de toda edad el encanto del amor como podemos encontrarlo hoy en la juventud. La solución de este caprichoso problema exigirá cierto razonamiento. ¿Nos asustaremos por unas pocas espinas cuando se trata de penetrar en el nuevo mundo amoroso? Por lo demás, nada de espinoso tendrá el camino, sino solo una controversia más placentera que difícil. Prometí […] que no encontraríais más abrojos […] y voy a mantener mi palabra.
Establezcamos bien el problema [por] debatir en estas tres secciones. La civilización no sabe procurar los diversos encantos del amor a quienes están en edad de gozar de él y se trata aquí de hacerlo no solo para aquellos que están en la edad, sino también para quienes han pasado de esta. Hacer por los viejos aún mucho más de lo que la civilización hace por los jóvenes es una brillante perspectiva para unos y otros. Que ella pueda disponerlos hacia una atención seria.
El egoísmo: efecto inevitable del amor limitado a la pareja
Lo que ha inducido a error a todos los filósofos civilizados sobre el destino del amor es que siempre han especulado sobre los amores limitados a la pareja; desde ese momento, no pudieron llegar más que a un mismo resultado: al egoísmo, efecto inevitable del amor limitado a la pareja; es necesario, pues, especulando sobre los efectos liberales, cimentar sobre el ejercicio colectivo, y yo no seguiré otro camino. No habría ningún [modo] de hacer que Psique y Narciso se entregaran a otros dos individuos. Esto sería una doble infidelidad, una pasión infame, repugnante. Pero voy a probar que, al entregarse cada uno a una masa de pretendientes y en ciertas coyunturas aplicables al orden civilizado, ambos se convertirán en ángeles de virtud a los ojos del público, a los ojos de los pretendientes y a sus propios ojos, y que de ello resultará un lazo general, incluso con el público menos amoroso que los pretendientes, pero entusiasmado como ellos por el sacrificio filantrópico del que habrá dado pruebas la pareja angélica.
Que nadie se apresure a prejuzgar sobre este problema antes de conocer los resortes extraños que serán puestos en juego. La armonía tiene los medios para ennoblecer […] todo lo que puede favorecer la sabiduría o el acrecentamiento de las riquezas y la virtud o extensión de los lazos sociales; deshonra a todo lo que intenta empobrecer a los hombres y disminuir los lazos.
El safismo en armonía
Habrá podido extrañar que haya yo hecho safianas de todas o de casi todas las damas de Cnido. Algunos sacarán la consecuencia de que si las mujeres son todas safianas, los hombres habrán de ser todos pederastas. Esa consecuencia no sería justa, ya que los dos sexos son contrapuestos en materia de amor y no idénticos. Igualmente, no se tendrá el mismo número de vestales de uno y otro sexo. No habrá mayoría vestálica en femenino y minoría en masculino, y lo mismo ocurrirá en amores ambiguos.
Vemos desde ahora que las mujeres en su estado de libertad de perfectibilidad, como las de París, tienen una inclinación muy pronunciada al safismo. Los periódicos de París se han quejado algunas veces de que esta tendencia se generalizaba entre las jóvenes de la capital; este sexo es más inclinado que el otro al homosexualismo. Ahora bien, en un nuevo orden en el que cesen todas las desconfianzas y enemistades femeninas, en el que el mecanismo de las series de las fusiones y otros equilibrios pasionales haya hecho desaparecer todos los celos actuales de las mujeres, no será extraño que todas o casi todas se entreguen a una intimidad que es ya tan común en los lugares en que son más cultas. Como consecuencia de esta inclinación, he supuesto a las mujeres, como a los hombres, enamoradas colectivamente de la heroína [Fakma], género de amor tanto más interesante cuanto que pueden procurarse la asociación de prosafianos, y las he hecho aceptar en masa, quedando cada una de ellas en libertad de no reclamar sus derechos.
Conviene advertir que Isaúm[, como intermediario,] encontrará excelentes ocasiones de provecho y podrá adjudicarse a casi todas las cnidias que se acerquen a cortejar a la heroína. Ninguna de ellas se negará. De este modo, su desinterés con Fakma queda bien pagado. Por otra parte, y esto es preciso según la regla admitida lo mismo en armonía que en la civilización, en este mundo no se hace nada por nada. Pero siempre se han querido crear placeres compuestos allí donde el orden civilizado no los crea sino simples, que degeneran en abyectos y no dejan más que insípidos recuerdos. Si Isaúm gozara de treinta y dos cnidias, no sería otra cosa que una orgía, un desorden sin [laguna en el texto] mientras que, si las obtiene a título de pupilas de Fakma y por haberlas llevado junto a ella y haber negociado su admisión sucesiva, será tanto como unir al amor los motivos de gratitud y unas ilusiones de safismo y de intervención angélica. Será, en fin, reunir varios placeres del cuerpo y del alma en un lazo con el que los civilizados no sabrían hacer otra cosa que una orgía repugnante e indigna de entusiasmo así como desprovista de graciosos recuerdos.
La poligamia domina por doquier
Los que juzgan las obras por los títulos tendrán aquí un buen tema de glosa sobre el título de amores polígamos y omnígamos. Unos repetirán la frase ingeniosa de Molière de que la poligamia es un caso digno de la horca, de donde [se sigue] que la omnigamia es archidigna de la horca; otros perorarán sobre el pathos filosófico, sobre la moral y la política, y se los podrá confundir en pocas palabras con [palabra ilegible] siguiente. Si la poligamia es un vicio digno de la indignación de los filósofos, ¿cómo puede ser que no hayan encontrado ningún medio de extirpar la sociedad bárbara que tiene en régimen de poligamia a quinientos millones de hombres y que entre los trescientos millones de salvajes y civilizados los primeros practiquen a menudo esta poligamia como virtud, en tanto que los civilizados la practican todos en secreto, aunque esté reputada como vicio, crimen de adulterio, en su opinión? ¿No debemos sacar la conclusión de que habría que encontrar la manera de tolerar lo que no se puede impedir y que cuando un vicio o pretendido vicio domina legalmente entre la mayoría del género humano y clandestinamente entre la minoría, lo cual es dominar en todas partes, sería mucho mejor hacer para sacar partido que entregarse a inútiles declamaciones contra una flaqueza inseparable de la naturaleza humana?
Inclinaciones universales a la poligamia
Si existiese entre los hombres una aversión general a la inconstancia amorosa y a la poligamia secreta, si se viese a las mujeres odiar igualmente la inconstancia y el adulterio llamado “cornudez”, habría que sacar la conclusión de que la naturaleza humana se inclina a la fidelidad amorosa y que la política debe conformarse en sus especulaciones a tal inclinación; pero cuando es cosa averiguada, por el ejemplo de los bárbaros y civilizados libres, que todos los hombres aman la poligamia, y por el ejemplo de las damas civilizadas, hasta cierto punto libres, que aman igualmente la pluralidad de hombres o al menos el cambio periódico y los relevos de favoritos de paso, agregados al titular que lo [urde] todo y sirve de máscara a las variantes amorosas, cuando, digo, estas verdades están corroboradas por siglos de experiencia, ¿cómo unos sabios que pretenden estudiar la naturaleza y la verdad pueden desconocer estos oráculos de la naturaleza y poner en duda la insurrección secreta del género humano contra toda legislación que exija de él esa fidelidad amorosa perpetua cuya ley impone el matrimonio?