Feminismos para la revolución. Laura Fernández Cordero
Ahmed, Cultural Politics of Emotion, 2014
La palabra no olvida su camino.
Mijaíl Bajtín, Problemas de la poética de Dostoievski, 1929
Introducción
Voces de otros tiempos memorables
Laura Fernández Cordero
Es un enero muy raro, el verano de un año que parece no haber empezado todavía, a pesar de los brindis. Combato el tedio de lavar los platos con un podcast sobre literatura. Se presenta a la entrevistada del día como una “antóloga” y, mientras le saco a una copa sus rastros de vino, pienso en la palabra “entomóloga”, en la naturalista alemana Maria Sibylla Merian, persiguiendo insectos y dibujando sus metamorfosis entre las flores, en la bella manía de la clasificación, en el herbario poético de Emily Dickinson, en las etiquetitas sobre cada ejemplar inmortalizado… Y aunque no tenía presente este verbo, conjugo: yo antologo.
El libro de Merian, una contribución a la ciencia y a la belleza de fines del siglo XVII, tenía por título “La oruga, maravillosa transformación y extraña alimentación floral”. Casi doscientos años después, un poema de Dickinson se detenía en el deslizar de una serpiente sobre la hierba. Ojalá mi promesa de antologar compartiera ese estado de serena contemplación, en vez de una inquietud por encontrar, en la lujuriosa fronda de la biblioteca feminista, el texto que merece la captura y la colección.
El primer listado fue imposible. El segundo, delirante. Los elementos que tamizarían la selección –izquierda y feminismo–, los más escurridizos: indefinidos en sus contornos, desbordantes en sus escrituras y tendientes a la taxonomía infinita. Además, son tantos los ejercicios de recuperación, edición y visibilización de biografías que estaba en duda la necesidad misma de una nueva antología. ¿Acaso no detectamos e identificamos ya a numerosas pioneras? ¿No nos basta con las vidas ejemplares que conocemos? ¿No sacudimos lo suficiente panteones y cánones a fuerza de poner en evidencia sus borramientos? ¿Ya olvidamos que fuimos tentadas por alabanzas que forjaron a heroínas y divas? ¿Cuántas veces imaginamos una progresión en etapas de menor complejidad o mayor ingenuidad hasta nuestro presente iluminado? Pero todos esos pecados, cometidos por necesidad y con entusiasmo, fueron los que lograron multiplicar las lecturas feministas y alimentaron el desborde contemporáneo. Si allí hay espacio para una nueva antología es porque quizá ya no necesitamos presentar mujeres intachables, vidas consistentes o biografías de novela. De un tiempo a esta parte, pasamos de los deslumbramientos a disfrutar la relectura; fue y es un regreso atento a las voces quebradas, dubitativas, inconsistentes, polémicas y hasta suicidas.
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Esta antología reúne catorce nombres y sus textos. No son representativos, no son los únicos posibles, no agotan ni la vida ni la obra de cada voz autoral; no se compondrá con ellos una biblioteca consistente. Se ofrece como un muestrario más en el ejercicio de la memoria feminista, uno personal, puesto que me toca reunirlos, y también colectivo, porque han vivido en la multitud de lecturas y a ellas quieren volver.
Mi exploración comenzó a partir de una escena de fines del siglo XIX. La encontré mientras rastreaba los primeros ecos locales del término “feminismo”: una conferencia en Buenos Aires, donde el profesor argentino Ernesto Quesada explicaba a un grupo de mujeres las novedades de ese fantasma que recorría el mundo. En su presentación afirmó que la mejor versión era la estadounidense, tan moderna, y no la del “sentimiento femenino ruso exaltado inspirado por la impetuosa y perturbadora Claire Démar”. ¿Quién era esa francesa cuyo brío llegaba hasta Rusia? Descubrí que sus escritos, apenas dos, no estaban traducidos al castellano ni formaban parte de los cánones conocidos; pero esa sola advertencia del profesor me decidió a tomarla como primera voz de esta serie donde lo común es el tenor de los calificativos recibidos: exaltadas, virulentas, altisonantes, exageradas, veleidosas, impulsivas, irracionales, primitivas, emocionales, sensibleras, desubicadas, frenéticas.
De biografías reacias a la condensación, las voces compiladas se expresaron en momentos históricos muy agitados. Flora Tristán en los inicios del siglo XIX francés, sacudido por revueltas, restauraciones y el despuntar de la lucha obrera. Tras la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791) de Olympe de Gouges, el Código napoleónico clausuró gran parte de las promesas de la Revolución de 1789 y provocó que escritoras como Jenny D’Héricourt y tantas otras renovaran la lucha en sus clubes y periódicos. Hombres como Charles Fourier –a quien se le ha atribuido la creación del término feminisme– y Joseph Déjacque –quien habría acuñado el neologismo libertaire, ayer sinónimo de anarquismo y hoy disputado por las derechas– serían material de lectura crítica y ambivalente presencia aliada para estas mujeres.
Uno de los periódicos de las nuevas jornadas revolucionarias de 1848, La Voix des Femmes, resonó hacia 1896 en la publicación anarquista La Voz de la Mujer de Buenos Aires. Sus redactoras fueron perseguidas por el mismo Estado que capturó y analizó a La Bella Otero, aquella que logró por un momento hacer del encierro psiquiátrico un escenario, regalando retrato y dedicatoria a su carcelero lombrosiano. Otras, como la feminista María Abella Ramírez, dispondrán del privilegio de su voz pública para disparar contra la Iglesia católica argentina. Si volvemos a Europa, veremos cómo los fuegos de Rusia atrajeron a la alemana Clara Zetkin, líder de la socialdemocracia, y a Rosa Luxemburgo, compañeras de esa misma lucha por la que vivió la revolucionaria Aleksandra Kollontay. Hasta allí llegaría, ilusionada, la anarquista Emma Goldman, quien pronto abandonaría la Unión Soviética para dejarse encantar por la España revolucionaria en 1936. Hacia la península viajó, también, la argentina Ana Piacenza con el sueño de trabajar por la causa en varios frentes, entre ellos la organización Mujeres Libres, cuya revista era leída por la escritora Maria Lacerda de Moura en una comuna de emigrantes europeos en Brasil.
Detrás de estos nombres propios palpitan legiones. Masas, grupúsculos, organizaciones, clubes, aquelarres, círculos de lectura, hordas. No podemos dar cuenta de todas: hay que saber escuchar el estruendo bajo las frases de las que llegaron a la autoría y a la placa consagratoria. Sus biografías están unidas por acontecimientos y escrituras. Por citas recíprocas, por lecturas mutuas. Por magisterios y admiraciones. Como eficaces archivadoras amigas, se editan entre sí, componen los mismos periódicos, se pasan fotocopias. Una incesante interlocución que nos arrastra y nos suma porque, cada vez que leemos, compartimos un texto o escribimos, nos hacemos parte de ese camino que la palabra no olvida.
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Esta antología se quiere sonora, una apuesta de amplificación que va del “Yo hablo” de una escritora como Claire Démar al silencio estratégico de una librepensadora como Maria Lacerda. Porque antes de tener nombre, el feminismo ya era una cuestión de voz. De alzarla y escribirla. De actuarla y resonar. Mientras las voces fueron pocas, eso que llamamos patriarcado apenas tembló. Cuando fueron muchas y unieron sus tonos diversos, lo que parecía natural se reveló histórico, lo evidente se tornó injusto y lo antes acallado se hizo denuncia pública. Voces que argumentaban suave, contestaciones fuertes, críticas sobre los críticos, reniego de las filosofías previas, acusaciones con dedo en alto, burla a los vigilantes, mohínes seductores, narraciones autocelebratorias, exhibición de pesares, humor. También fueron variados los géneros que transitaron: folletos, tratados, poemas, notas de opinión, novelas, ensayos, autobiografías, editoriales, entrevistas, cartas de amor.
Para visitar esa biblioteca profusa, es deseable reponer épocas y circunstancias, como intentan hacer las presentaciones que acompañan cada texto. En su brevedad no alcanzan a dar cuenta de la intensidad de esas vidas ni de la profundidad de sus obras; pero el repaso biográfico pone a esas escrituras en diálogo con los acontecimientos históricos y resalta sus puntos de encuentro a través de los tiempos. Aunque también es posible saltearlas, olvidar todos los contextos y jugar a descubrir ecos inesperados, brutales actualizaciones, anacronismos hilarantes. Darse al peligro de la relectura con su eficacia descontrolada. Descubrir que algo todavía retumba en tu organización, en tu sindicato, en la