Otra Argentina es posible. Néstor Jorge Bolado
Desarticular las barras bravas
7. Manifestaciones en la vía publica
8. Desmotivar al delincuente por las consecuencias de sus actos
9. Reforzar el sistema carcelario
VII. Déficit habitacional y desempleo
2. Conectividad en todo el país y ámbitos
3. Barrios vulnerables
4. La ganadería un ejemplo potencial de desarrollo e inclusión social
5. Otras alternativas para generar empleos formales de calidad
1. Estatismo o actividad privada
2. Las empresas públicas privatizadas, nacionalizadas y estatizadas
3. Gasto público e ineficiencia
4. Políticas intervencionistas y subsidios indiscriminados
5. Tarifas de energía eléctrica, gas y agua
6. Tarifas para el transporte público
1. Matriz de costos, precios, salarios y jubilaciones
2. Deuda interna y externa soberana
3. Presupuesto base cero y superávit fiscal
4. La necesidad de un plan
5. Plan estratégico integral a seguir
6. Generar confianza, inversiones y su financiación
7. Una última opción, el plan B
Agradecimientos
Quiero expresar mi agradecimiento a mi esposa, Celia, por su dedicación para que nuestros proyectos se conviertan en realidad, por crear el ambiente propicio que me permitió escribir este libro, durante los largos meses de cuarentena, y por tantas otras cosas imposibles de enumerar.
Más lejano en el tiempo, el reconocimiento a mi padre, a pesar de los pocos años que pude disfrutarlo, y a mi tío Ismael, por los valores y las enseñanzas que ambos supieron transmitirme y que todavía hoy continúan tan vigentes.
Introducción
La pandemia del COVID-19 ha traído aparejado un sinnúmero de efectos no deseados, de muy distinta manera y mayor o menor magnitud a todos los países, pero que no deben inducirnos a errores de apreciación o confusión alguna.
En Argentina, se desconoce cabalmente cuáles serán los costos finales que dejará la pandemia en términos de vidas humanas, económicos, psicológicos, sociales y educativos, como así también sus secuelas. Más difícil aún resulta evaluar con objetividad otros daños colaterales y la eficiencia de la extensa cuarentena con sus múltiples variantes. Al igual que frente a otros desafíos, todo parece indicar que nuevamente hemos fracasado.
Pero eclipsada por el COVID-19 subyace otra realidad mucho más preocupante aún, cuya gravedad, desde marzo de 2020 a la fecha, se ha ido incrementando hasta alcanzar niveles alarmantes y que afecta a los poco más de cuarenta y cinco millones de habitantes del país, sin ninguna distinción.
En efecto, está inmersa entre nosotros una amenaza latente mucho más grave; en concreto, la exacerbación irracional de la división e intolerancia en la sociedad argentina, comúnmente denominada grieta y cuya profundidad y naturaleza es más grande de lo que aparenta ser. Es evidente que, por diversos motivos, esta realidad ha sido relegada a un segundo plano en la lista de nuestras prioridades y las de nuestros gobernantes.
La verdadera grieta es que como sociedad no nos ponemos de acuerdo en qué país queremos ser, cómo lograrlo y si toleramos la corrupción y el delito o no. Es por eso que hablar de un antagonismo entre ideas de izquierda o de derecha, de las bondades del liberalismo, neoliberalismo, socialismo, populismo, progresismo y sus múltiples combinaciones del centro, de las políticas de distintos partidos o alianzas electorales o diferencias entre pobres y ricos, no tiene ningún sentido: es mucho más complejo y anterior aún. La división de una sociedad, obtenida sobre la base de paradigmas falsos y con no pocos ejemplos de prácticas destructivas de los efímeros logros o avances económicos y políticos que ocasionalmente se hubieran alcanzado, resulta improcedente. En definitiva, el camino que se ha elegido seguir, para beneficio exclusivo de una minoría, es de nuevo el equivocado; los costos son muy elevados y, por fortuna, hasta ahora, sin grandes enfrentamientos.
Se critica el desarrollo de los acontecimientos o se tolera, con mayor o menor resignación, la realidad cotidiana que nos toca vivir y se aguarda el milagro que nunca llega. Mientras tanto, la decadencia y la desintegración siguen avanzando en una suerte de canibalización social y económica. Sin duda, sería muy desalentador lamentarnos de los hechos, de sus consecuencias, y buscar vanamente la justificación de nuestra inacción cuando sea demasiado tarde e irreversible. En un pasado no muy lejano ya lo hemos experimentado.
Hay una buena parte de nuestra sociedad que cree en la democracia bien entendida, en los valores, el estudio, el trabajo y el esfuerzo. Siente un gran desánimo, una sensación de impotencia y frustración, ante la inminencia de otra oportunidad perdida, pero no se rinde. Asimismo, convive con otro segmento de la sociedad que está en las antípodas. En efecto, persiste en una concepción completamente diferente de lo que es la democracia y sus instituciones, el derecho a la propiedad, la educación, la justicia, y sostiene un enfoque económico que atrasa. Al mismo tiempo, y como partícipes necesarios, nos encontramos con líderes controvertidos en varios aspectos, pero muy creativos para lograr sus propios objetivos a cualquier costo, sin importarles las consecuencias o instrumentar lo que realmente es mejor para el país.
Está claro que la mayoría de la elevada cantidad de funcionarios y legisladores bajo la nómina del Estado en todas sus variantes tienen o han tenido otras preocupaciones u obligaciones distintas a las requeridas por la nación y las circunstancias. Los errores y las omisiones, e incluso la improvisación frente a la complejidad del escenario pasado, presente y futuro, son irritantes. Es notorio que las agendas de