El Fuego dice Maravilla. Celia Alina Conde
campo y tenés dos hermanos que querés más que a vos mismo −evidentemente relajarse le soltaba la lengua.
Ismael se apoyó en el respaldo y la observó sorprendido.
Mara levantó las cejas varias veces y también se reclinó hacia atrás. No terminaba de decidir de qué manera contarle su historia. Justo el “Indio feo” volvió escoltado por Cusco y los tres partieron al Insomnio.
Insomnio, parte II
Capítulo 13
Alguien repite “buscan a Silvia”. La mujer avanza entre las mesas ondulando la cadera con un tema que suena lento “Every rose has its thorn”. Les clava los ojos, sobre todo a Mara. Se dirige a los dos hombres con un par de ademanes amables y una sonrisa pidiéndoles que las dejen hablar solas. Se arrima a Mara y le susurra:
—Felicitaciones, nena, me encontraste.
Después de acomodarse una al lado de la otra, toma un poco de uno de los dos vasos que traía y agrega:
—Soy Silvia, pero acá me dicen La Lupe −la mira con asombro−. Nunca me imaginé que iba a ser tan fácil reconocer a alguien de la familia. −Se acerca todavía más balanceando la cabeza como si no creyera lo que ve, agita el líquido dentro de su vaso y deja el otro frente a Mara−. Sos igual a tu papá. Desde que me vine, no tengo muchas visitas de la familia. −Estira los labios rojos hacia adelante a la vez que alarga los brazos sobre la mesita sosteniendo su bebida−. A fin de cuentas es una ventaja, creeme que sí... pero no sé, ahora que te veo... −Le vuelve a fijar esos tremendos ojos negros y cambia de tema.
—¿No te dijo tu papá que somos un montón? −y se responde−. ¡Qué te va a decir ese, gracias que sabe hablar!... Y a mí con lo que me gusta usar la boca −explica riéndose−. Increíble lo diferente que se puede ser con un hermano. Siempre me gustó la gente que sabe hablar. Los que no esquivan ir directo al grano. Van y lo dicen bien. ¡Qué sé yo! Allá en Santiago todos me decían que hablaba demasiado, que era una lengua larga... boca sucia, y claro que era boca sucia... ¡¿Cómo no?! En ese pueblo de mierda... −Mara recorre la cara de su tía concentrada. Continúa sonando “Drive” de The Cars que las ayuda a no levantar la voz.
—Te vas a reír pero en este laburo ser bocona puede ser muy útil... −ante la expresión de Mara agrega−... Además, además, −y se vuelve a reír−. Es útil primero porque te podés defender y segundo porque si sabés chamuyarte a un tipo podés ganar más platita. Obvio que también ayudan unas buenas tetas, o una carita como la tuya... Sos linda, ¿eh? Una mezcla linda...
Mara se marea, pero intenta mostrar todo el interés posible. Silvia lo nota y quiere saber:
—Perdoname, a mí y a mi boca. ¿Cómo te llamás? No te pregunté... −Cuando escucha casi salta de la alegría−. ¿Mara?... ¿Maravilla? ¡Qué buen nombre! Alicia en el país de las maravillas... Es mi cuento favorito. ¡Es una señal! Me parece que este lugar conmigo es tú lugar.
Mara siente un pinchazo agudo en la cabeza y se toma la frente...
—¿No te sentís bien? −Le toca suavemente el hombro.
—Antes de buscarte tuve una pelea con mi viejo...
—... Y te pegó. Emilio sigue siendo un sorete. ¿Lo sabías? Claro... Sos dura si llegaste hasta acá. −La abraza unos segundos y luego le hace señas a una mujer que está ahí no más−. Una de las chicas te va acompañar a mi casa. Vivo arriba. Descansá todo lo que necesites. Allá... −apuntó con el mentón al techo— nadie te va a molestar. Después subo y seguimos charlando. Ahora descansá, descansá, mamita. −Le pasa la mano por la espalda con firmeza y la ayuda a pararse. La música cambia, rítmica y estridente “Roam”, de B-52’s. Con la piel manchada por las luces de colores se acercan las dos caminando despacio hasta un amplio dintel que da a una especie de vestíbulo. Rápidamente la sostiene “Pichí”, mano derecha de Silvia, es bajita, así que a Mara no le cuesta apoyarse.
Suben dos pisos por una escalera alfombrada. En el primero atraviesan una serie de pequeñas puertas numeradas a lo largo de un pasillo, en el fondo una escalera caracol. Suben y dan a un pequeño hall y luego a una habitación espaciosa donde Mara se siente tranquila al fin.
—Esa puerta antes del balcón es el baño, ¿querés? −Y lo señala.
—Sí, por favor −contesta Mara. La mujer redondita la acompaña y le abre la ducha. Deja un toallón y sale.
Mara observa el gran espejo de la pared hipnotizada por la lisa superficie brillante. No puede creer que en un baño haya tanta luz, tanto brillo, tanta limpieza y tanto espacio. El piso le parece hermoso, lo toca. Piensa que sería un buen lugar para festejar su cumpleaños de quince. Es la primera vez que se siente tan libre. “Tantotán”. Se sonríe mientras se desviste.
Capítulo 14
Mara se queda abajo de la lluvia caliente un rato. Observa la espuma, el vapor y los dibujos cambiantes que puede hacer con su pelo pegado a la cerámica clara de la pared. Está encantada con la sensación de la ducha y el brillo del agua. Es la primera vez en su vida que se baña con esa libertad. Se seca y entra en la habitación con una intensa necesidad de acostarse y encuentra a la mujercita esperándola al borde de la cama que le dice:
—Mirá, me llamo Pichí, acá a las chicas les enseño masajes. Si querés te hago un poquito. A la Lupe le pareció que por ahí te vienen bien... Vení. No tengas miedo. −Le hace un gesto con la mano golpeando el colchón. Mara se acerca segura de que el cambio que ha empezado también tiene que ver con este momento, con entregarse.
−Muy bien. Acostate acá, boca abajo. Ella se deja llevar, no tiene fuerzas para resistirse.
Lo último que escucha es un comentario lejano del tatuaje.
Durante el sueño se siente igual que si sobrevolara una colosal muñeca. Flotando sobre un inmenso laberinto de piezas que más o menos reconoce. En todas ellas se repite el símbolo, un dragón, mezcla de lobo y murciélago, los números romanos MDCXIV y el nombre “Csetje”, en distintos tamaños, muchísimas veces. Percibe una rara energía al acecho... mezcla de ansiedad, temor y enojo. “Una linda mezcla”. Escucha su ritmo respiratorio, hace circular ese aliento a través de todo el paisaje aun en los lugares más oscuros, animándolos. Libera oleadas de tensión. Sus músculos ceden y se relaja cada vez más profundamente. Al final, se observa a sí misma descansar en un capullo de suaves y luminosos tonos rosados.
La voz alegre de su tía la trae otra vez a tierra.
—¡Buen día, sobrina! ¡Qué bueno que te hayas despertado!... Dormiste un montón. ¿Cómo estás? ¿La cabeza? Preparé el desayuno... mejor dicho, almuerzo... bueno, merienda. −Silvia se pone su reloj pulsera. Está sentada al lado de Mara que recién abre un poco los ojos.
—Vino Luisa, una amiga enfermera de mucha confianza, y te revisó. Nos dejó más tranquilas a la Pichí y a mí, pero le tenemos que avisar que estás bien. −Se levanta a buscar su agenda. Va y viene vestida con una bata roja que le flamea por detrás igual que una bandera. Así continúa siendo hermosa, con sus ojos hinchados de la noche y el pelo a medio recoger. Mara, un poco aturdida, la sigue con la mirada y le sonríe, “parece la más puta de las campanitas”, piensa para sí. Alta sobre unas chinelas de pompón acomoda una pila de ropa y le pregunta:
—¿Cómo te fue con la Pichí...?, una genia, ¿viste? Es un avión la petisa. A mí también me enseñó −continúa−. nos conocimos trabajando en lo de otra amiga que te quiero presentar, Cusco.
—¿Cusco? −Mara levanta la cabeza sorprendida y repite señalando un gran tamaño con una mano levantada−. ¿Cusco? Ella nos guio a vos. Pasamos con los dos señores que venían conmigo por su casa antes de llegar acá.
—¡Esa bruja! Ella me cuidó cuando llegué de Santiago. ¿Sabés que nuestro pueblo se llama Matará? ¡Mamita! Yo no sabía nada de cómo vivir