La sostenibilidad. Leonardo Boff

La sostenibilidad - Leonardo Boff


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      PRÓLOGO

      Hay pocas palabras más utilizadas hoy, por parte de los gobiernos, las empresas, la diplomacia y los medios de comunicación, que el sustantivo “sostenibilidad” y el adjetivo “sostenible”. Es una etiqueta que se intenta aplicar a cualesquiera productos y a los procesos de fabricación de los mismos, para darles un valor añadido.

      No podemos negar que en algunas partes se ha logrado implantar una lógica sostenible en los procesos de producción, en la agroecología, en la generación de energías alternativas, en la reforestación, en el tratamiento de materiales reciclables y en los vertederos, así como en la forma de ges- tionar los transportes. Son experimentos regionales valiosos, pero no es esa la dinámica global que se requiere frente a la degradación general del planeta, de la naturaleza y de la escasez de recursos. Son pequeñas islas en medio de un mar agitado por numerosas crisis.

      Lo que se da frecuentemente es una cierta falsedad ecológica al hacer uso de la palabra “sostenibilidad” para ocultar determinados problemas de agresión a la naturaleza, de contaminación química de los alimentos y de marketing comercial con el único fin de vender y obtener beneficios. Por lo general, la mayoría de lo que se presenta como “sostenible” no lo es. Al menos en alguna fase del ciclo de vida de un producto aparece el perturbador elemento de las toxinas o de los residuos no degradables. Lo que se practica con más frecuencia es el greenwash (“pintar de verde” para engañar al consumidor que busca productos no sometidos a procesos químicos). Por eso se impone el sentido crítico y una comprensión más afinada, al objeto de saber qué es sostenibilidad y qué no lo es. Este, y no otro, es el objetivo del presente libro.

      Existe una percepción generalizada de que, dado el estado en que se en- cuentra, la Tierra no tiene un futuro demasiado halagüeño. Prácticamente la mayoría de los elementos importantes para la vida (el aire, el agua, el suelo, la biodiversidad, los bosques, la energía, etcétera) se encuentra en un proceso acelerado de degradación. La economía, la política, la cultura y la globalización siguen un derrotero que no puede ser considerado sostenible, debido a los niveles de expoliación de los recursos naturales, así como de generación de desigualdades y conflictos intertribales y los consiguientes desgarros sociales que producen. Tenemos que cambiar. De lo contrario, podremos vernos seriamente afectados por situaciones de enorme drama- tismo y capaces de poner en peligro el futuro de nuestra especie y dañar gravemente el equilibrio de la Tierra.

      Lo peor que podemos hacer es no hacer nada y dejar que las cosas sigan tan peligroso curso. Las transformaciones necesarias deben apuntar hacia un paradigma distinto de relación con la Tierra y la naturaleza, así como a la implementación de unos modos más benignos de producción y de con- sumo. Lo cual implica una nueva forma de civilización, más amante de la vida, más “ecoamigable” y más respetuosa de los ritmos, las capacidades y los límites de la naturaleza. Pero no disponemos de mucho tiempo para actuar ni de mucha sabiduría y voluntad de articulación entre todos para hacer frente al peligro común.

      Más que nunca, habría que usar con propiedad la palabra revolución, no en el sentido de violencia armada, sino en el sentido analítico de cambio radical del rumbo de la historia, para permitir la supervivencia de la especie humana, de los demás seres vivos y de la preservación del planeta Tierra. Es en este contexto de urgencia en el que formulamos nuestras re- flexiones sobre la sostenibilidad, las cuales son únicamente iniciales y no pretenden ser concluyentes, pero quizá sí puedan animar el debate y movilizar a muchos para tratar de apagar el fuego que está consumiendo la Casa Común. Dado que todo se globaliza, la sostenibilidad, más que cual- quier otro valor, debe ser también globalizada. Si somos capaces de mirar el futuro de la humanidad y de la Madre Tierra con los ojos de nuestros hijos y nietos, inmediatamente sentiremos la necesidad de preocuparnos por la sostenibilidad y crear los medios necesarios para implementarla en todos los campos de la realidad.

      PRIMERA PARTE

      SOSTENIBILIDAD:

      CUESTIÓN DE VIDA

      O MUERTE

      La Carta de la Tierra, uno de los documentos más inspiradores de los comienzos del siglo xxi, nació a raíz de una consulta realizada durante ocho años (1992-2000) entre miles de personas de diferentes países, cultu- ras, pueblos, instituciones, religiones, universidades, científicos, sabios y representantes que aún perviven de las culturas primitivas. Representa un importante grito de atención acerca de los riesgos que amenazan a la huma- nidad. Al mismo tiempo, enuncia esperanzadamente una serie de valores y principios que han de ser compartidos por todos, capaces de abrir un nuevo futuro para nuestra convivencia en este pequeño y amenazado planeta.

      El texto, breve, denso y fácilmente comprensible, en cuya redacción me cupo el honor de participar junto con Mijail Gorbachov, Steven Rocke- feller, Maurice Strong y Mercedes Sosa, entre otros, se abre con una frase preocupante:

      Nos hallamos ante un momento crítico en la historia de la Tierra, en una época en que la humanidad debe elegir su futuro... La elección es nuestra y habría de ser entre formar una alianza global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros o, por el contrario, arriesgarnos a ser destruidos y a destruir la diversidad de la vida (Preámbulo).

      ¿Cómo organizar una alianza para el cuidado de la Tierra, de la vida humana y de toda la comunidad de vida y, de ese modo, superar los refe- ridos riesgos? La respuesta no podrá ser otra que la siguiente: mediante la sostenibilidad real, verdadera, efectiva y global, conjugada con el principio del cuidado y la prevención.

      Aun antes de definir más apropiadamente qué es la sostenibilidad, po- demos adelantar que fundamentalmente se refiere al conjunto de procesos y acciones destinados a mantener la vitalidad y la integridad de la Madre Tierra y la preservación de sus ecosistemas, con todos los elementos físicos, químicos y ecológicos que posibilitan la existencia y la reproducción de la vida de las generaciones actuales y futuras, así como la continuidad, la expansión y la realización de las potencialidades de la civilización humana en sus distintas expresiones.

      Atendiendo al tenor de la Carta de la Tierra, la sostenibilidad aparece como una cuestión de vida o muerte. Nunca antes, a lo largo de la historia cono- cida de la civilización humana, hemos corrido los riesgos que actualmente amenazan a nuestro futuro común. Tales riesgos no se reducen por el hecho de que muchísimas personas, pertenecientes a todos los niveles del saber, se encojan de hombros ante tan trascendental asunto. Lo que no podemos hacer es llegar demasiado tarde, ya sea por descuido o por ignorancia. Más vale el principio de precaución y de prevención que la indiferencia, el cinismo y la despreocupación irresponsable. El mismo papa Francisco pone énfasis en la importancia del principio de precaución:

      En la Declaración de Río de 1992, se sostiene que, “cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces” que impidan la degradación del medio ambiente. Este principio precautorio permite la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse y para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o mo- dificarse. Así se invierte el peso de la prueba (LS, n. 186).

      Si concedemos la centralidad debida a la alianza del cuidado, seguramen- te llegaremos a un periodo de sostenibilidad general que nos proporcionará alivio, alegría de vivir y esperanza de construir más historia rumbo a un futuro más prometedor.

      Nuestras reflexiones van a estar orientadas por estas sabias palabras


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