La sostenibilidad. Leonardo Boff
países que en otros.
La estrategia de los poderosos consiste en salvar el sistema financiero, no en salvar nuestra civilización y garantizar la vitalidad de la Tierra.
El papa Francisco hace constar en su encíclica sobre cómo habitar la Casa Común, que “los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente”... Por eso, hoy “cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta” (LS, n. 56).
El genio del sistema capitalista se caracteriza por su enorme capacidad de encontrar soluciones para sus crisis, generalmente promoviendo la destruc- ción creativa. De este modo, gana destruyendo un sistema y gana también reconstruyéndolo. Pero esta vez ha topado con un obstáculo insalvable: los límites del planeta Tierra y la cada vez mayor escasez de bienes y servicios naturales. O encontramos otra forma de producir y asegurar la subsistencia de la vida humana y de la comunidad de vida (animales, bosques y demás seres orgánicos), o tal vez asistamos a un fenomenal fracaso, a una grave catástrofe social y ambiental.
b. La insostenibilidad social de la humanidad a causa de la injusticia mundial
La sostenibilidad de una sociedad se mide por su capacidad de incluir a todos y garantizarles los medios necesarios para una vida suficiente y decente. Pero ocurre que la crisis que asuela a todas las sociedades ha desgarrado el tejido social y ha arrojado a millones de seres humanos a la marginalidad y la exclusión, creando una nueva clase de gente: la de los desempleados estructurales y los precarizados, es decir, la de quienes se ven obligados a realizar trabajos inestables y con bajísimos salarios.
Hasta que hizo su aparición la crisis económico-financiera de 2008, había en el mundo 860 millones de personas que pasaban hambre. Hoy son más de 1,000 millones. Los desgarradores gritos de los hambrientos y los mise- rables se elevan al cielo, pero son pocos los que oyen sus lamentos. Hemos alcanzado unos niveles de barbarie y de inhumanidad como en muy pocas épocas de nuestra historia.
Existe una lamentable falta de solidaridad entre las naciones, ninguna de las cuales ha destinado, como se había acordado oficialmente, ni siquiera el 1% de su Producto Interior Bruto a mitigar el hambre y las enfermedades que esta produce y que devastan inmensas regiones de África, Latinoamérica y Asia. El grado de humanidad de un grupo humano se mide por su nivel de solidaridad, de cooperación y de compasión frente a sus semejantes en necesidad. Según este criterio, somos inhumanos y perversos, hijos e hijas infieles de la Madre Tierra, siempre tan generosa para con todos.
Con enorme énfasis, el papa Francisco sostiene que las grandes mayorías que viven en los países pobres serán las primeras víctimas de los cambios climáticos.
Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particular- mente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y de protección (LS, n. 25). El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos (LS, n. 51).
En términos globales, podemos afirmar que la convivencia entre los hu- manos es vergonzosamente insostenible, puesto que no garantiza losmedios de vida necesarios para una gran parte de la humanidad. Todos co- rremos el peligro de atraer sobre nosotros la ira de Gaia (cf. J. Lovelock, La venganza de la Tierra, Planeta, Barcelona 2007), que es paciente para con sus hijos e hijas, pero que puede ser terrible para quienes sistemáticamente se muestran hostiles a la vida y ponen en peligro la vida de los demás. Tal vez Gaia no desee tenerlos más en su seno y acabe eliminándolos de alguna forma solo de ella conocida (catástrofe planetaria, bacterias inatacables, guerra nuclear generalizada...).
c. La creciente disminución de la biodiversidad: el antropoceno
El actual modo de producción, que aspira al más elevado nivel posible de acumulación (“¿cómo puedo ganar más?”), conlleva la dominación de la na- turaleza y la explotación de todos sus bienes y servicios. Para ello se utilizan todas las tecnologías imaginables, desde las más sucias, como son las ligadas a la minería y a la extracción de gas y de petróleo, hasta las más sutiles, que utilizan la genética y la nanotecnología. La mayor agresión para el equilibrio vital de Gaia es el uso intensivo de agrotóxicos y pesticidas, pues devastan los microorganismos (bacterias, virus y hongos) que, en número de miles de billones, habitan los suelos y garantizan la fertilidad de la Tierra. El efecto más lamentable es la disminución de la enorme riqueza que la Tierra nos pro- porciona y que no es otra que la diversidad de formas de vida (biodiversidad). La extinción de especies pertenece al proceso natural de la evolución, que no deja de renovarse y siempre permite la emergencia de seres dife- rentes. En su historia de 4,400 millones de años, la Tierra ha conocido diez grandes disminuciones. La del periodo Pérmico, acaecida hace 250 millones de años, fue tan devastadora que ocasionó la desaparición del 50% de los animales y del 95% de las especies marinas. La última, de enormes propor- ciones, tuvo lugar hace 65 millones de años, cuando impactó sobre Yucatán, en el sur de México, un meteorito de 9.5 km de diámetro que diezmó la población de dinosaurios, los cuales habían vivido durante 33 millones de años sobre la faz de la Tierra. Nuestros ancestros, que vivían en las copas de los grandes árboles escondiéndose de los dinosaurios, pudieron entonces descender al suelo y realizar su proceso evolutivo, que culminó en nuestra actual especie, el homo sapiens.
Debido a la intemperante e irresponsable intervención humana en los procesos naturales durante los tres últimos siglos, hemos inaugurado una nueva era geológica denominada antropoceno, la cual sucede a la del holo- ceno. El antropoceno se caracteriza por la capacidad de destrucción del ser humano, que acelera la desaparición natural de las especies. Los biólogos no se ponen de acuerdo en relación con el número de seres que desaparecen anualmente. Nosotros seguimos en esto al más conocido de los biólogos vivos, el estadounidense Edward Wilson, de la Universidad de Harvard, que acuñó la expresión biodiversidad y estima que están desapareciendo entre 27,000 y 100,000 especies cada año (Robert Barbault, Ecologia Geral, Vozes, Petrópolis 2011, 318).
Según un estudio publicado por el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) en 2011, más del 22% de las plantas del mundo se encuentran en peligro de extinción, debido a la pérdida de sus hábitats naturales y como consecuencia de la deforestación en aras de la producción de alimentos, del agronegocio y de la ganadería (Anuario PNU- MA 2011, 12). Y con la desaparición de los bosques se ven peligrosamente afectados los animales, los insectos y el régimen de unidad, fundamental para todas las formas de vida.
Los desiertos no paran de expandirse cada año el equivalente a la super- ficie del estado brasileño de Bahia (567,000 km2), y la erosión se extiende imparablemente, frustrando cosechas y generando hambre y la consiguiente migración de miles y miles de personas.
El papa Francisco advierte en su ya citada encíclica, Laudato Si', acerca de las graves consecuencias de la pérdida de la biodiversidad para toda la humanidad, y al mismo tiempo subraya el gran valor de esta riqueza viva que de manera irresponsable estamos diezmando:
La pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de espe- cies que podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes, no solo para la alimentación, sino también para la curación de enfermeda- des y para múltiples servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental. Pero no basta pensar en las distintas especies solo como eventuales