La sostenibilidad. Leonardo Boff
irracional (Robert Barbault, Ecologia Geral, 418).
Dicho con una expresión tomada de la vida cotidiana: la Tierra se en- cuentra, hace ya bastante tiempo, “en números rojos”. Necesita más de un año y medio para reponer lo que le hemos sustraído durante un año. En otras palabras, la Tierra ya no es sostenible. ¿Cuándo entrará en quiebra?
¿Qué será de nuestra civilización y de las generaciones presentes y futuras cuando nos falten los medios de vida indispensables para nuestra propia supervivencia y para llevar adelante los proyectos humanos, cada vez más nuevos y exigentes?
Como es fácil deducir, necesitamos garantizar la sostenibilidad general del planeta, de los ecosistemas y de nuestra propia vida. Se trata de una cuestión irrenunciable, si queremos seguir viviendo. Como muy acertadamente adver- tía Mijail Gorbachov en 2002, en el transcurso de las reuniones del grupo que forma la “Iniciativa Carta de la Tierra”, “necesitamos un nuevo paradigma de civilización, porque el actual ha llegado a su término y ha agotado sus posibilidades. Tenemos que llegar a un consenso sobre nuevos valores; de lo contrario, en treinta o cuarenta años la Tierra podrá existir sin nosotros”.
Hasta la aparición del ser humano, hace entre cinco y siete millones de años, la Tierra se regía instintivamente por las fuerzas que determinaban el funcionamiento del universo y de ella misma. Una vez aparecido el ser humano, la Tierra se atrevió a asumir el riesgo de confiar su destino a uno de sus productos, la comunidad humana, y decidir sobre el futuro de sus sistemas vitales básicos. Es este un acontecimiento tan importante como la aparición de la propia vida. Como especie, los humanos nos hacemos responsables de la vida o la muerte de las demás especies y hasta de la nuestra propia. De ahí la exigencia de reflexionar sobre la sostenibilidad y sobre nuestra capacidad y responsabilidad de garantizarla para toda la comunidad de vida.
e. El calentamiento global y el riesgo del final de la especie
Es propio de la geofísica de la Tierra el que de vez en cuando (se calcula que aproximadamente cada 26,000 años) cambie de clima: unas veces, más frío; otras, más cálido. En cualquier caso, su temperatura media se halla en torno a los 15 grados centígrados, óptima para la conservación de la vida. En los últimos siglos, desde el comienzo del proceso de industrialización, se han venido lanzando a la atmósfera miles de millones de toneladas de gases con efecto-invernadero, como son el dióxido de carbono, los nitritos o el metano, que es 23 veces más agresivo que el dióxido de carbono y otros gases. De ese modo, el calentamiento de la Tierra ha ido creciendo progre- sivamente hasta alcanzar un nivel realmente peligroso, como fue detectado y denunciado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, en inglés), en el que más de un millar de científicos, reunidos en París el 2 de febrero de 2007, constataron que no nos encaminamos hacia el tan temido calentamiento global, sino que ya estamos inmersos de lleno en él. No falta mucho para que el aumento de la temperatura llegue a los 2 grados centígrados. Lo cual exige dos medidas fundamentales: la primera, adaptarse a la nueva situación, y quien no lo consiga, como es el caso de muchas especies de seres vivos, estará condenado a ir desapareciendo; la segunda medida consiste en tratar, por todos los medios posibles, de mitigar los efectos nocivos para la biosfera y para la especie humana.
Tales medidas solo surtirán efecto si la humanidad como un todo se propone seriamente reducir la emisión de gases contaminantes y causantes del calentamiento. El protocolo de Kyoto, en torno al cual se reunieron los jefes de Estado y de gobierno de la Tierra, preveía una reducción del 5.2% de dichos gases. Pero los principales países contaminantes, como los Estados Unidos y China, no suscribieron tales medidas. El dato, con todo, no deja de ser ridículo, porque la comunidad científica aconseja urgentemente la reducción de al menos un 60% de esos gases nocivos.
El calentamiento global esconde hechos realmente extremos: por una parte, arrasadoras inundaciones; por otra, tórridas sequías, la irrupción de devastadores huracanes, el hambre de millones de seres vivos, la des- trucción de cosechas..., provocando la emigración de poblaciones enteras y el alza de los precios de los alimentos (commodities), así como la disputa y auténticas guerras tribales por espacios y recursos.
El tema del calentamiento global resulta polémico y es rechazado por muchos, especialmente por representantes de grandes corporaciones, obcecados por sus propios intereses económicos. Pero es un hecho que puede constatarse de un modo cada vez más convincente, como lo ilus- tran el huracán Katrina, que destruyó la ciudad estadounidense de Nueva Orleans, o el tsunami ocurrido en el sudeste asiático, que produjo millares de muertos, o el terremoto producido en Japón y seguido de otro tsunami, que destruyó las centrales nucleares de Fukushima, poniendo en peligro la vida de miles de seres humanos. Pero la prueba irrefutable la constituye el nivel del mar, cuya elevación es un indicador plenamente confiable. Un nivel que se eleva por dos motivos: el deshielo de los casquetes polares y del permafrost (suelos congelados de Siberia y del norte del planeta), que se derriten y vierten más agua a los océanos; y el calentamiento hace que el mar se expanda, suba de nivel y comience a amenazar a los países insulares y a las playas de todas las costas, como ya está verificándose en muchas partes del mundo (J. Lovelock, Gaia: alerta final, 2009, 73).
Existe una alerta, sin embargo, que debe ser tomada muy en serio y que fue hecha hace ya años por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos con la entrada del metano, liberado por el deshielo generalizado, el clima de la Tierra podría elevarse abruptamente por encima de los 4 grados centígrados. Con tal nivel de calentamiento, ninguna de las formas de vida que conocemos podría resistir, y todas ellas irían debilitándose y desapareciendo progresivamente. Una gran parte de los seres humanos se verían condenados del mismo modo, salvo pequeños grupos que se refugia- rían en oasis o en puertos en los que aún serían posibles la adaptación y la mitigación de los efectos. De este modo se salvarían unos cuantos, pero sin los beneficios de la civilización que con tantas penalidades hemos creado.
f. Conclusión: fieles a la Tierra y amantes del autor de la vida
Las anteriores reflexiones nos convencen de la urgencia de pensar en la sostenibilidad de un modo correcto y distanciado de los modismos vigentes. Más aún: debemos comenzar a elaborar un modo sostenible de vida en todos los ámbitos, tanto de la naturaleza como de la cultura. No se trata de salvar nuestra sociedad del bienestar y la abundancia, sino simplemente de salvar nuestra civilización y la vida humana, junto con las demás formas de vida.
Para ello es importante que demos la primacía a Gaia, la Madre Tierra, y solo después a los seres humanos. Si no garantizamos la sostenibilidad del planeta por encima de todo, todas las demás iniciativas serán vanas y no podrán sustentarse.
Viene aquí como anillo al dedo la amonestación de Friedrich Nietzsche en el prólogo a su Así habló Zaratustra: “Los exhorto, hermanos míos, a permanecer fieles a la Tierra”. No menos importante es la palabra de la Revelación en el libro de la Sabiduría, que nos consuela del siguiente modo: “Señor, tú amas a todos los seres... porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (Sab 11,24.26).
SEGUNDA PARTE
LOS ORÍGENES
DEL CONCEPTO
DE SOSTENIBILIDAD
La inmensa mayoría estima que el concepto de “sostenibilidad” es de un origen muy reciente, concretamente a partir de las reuniones organizadas por la ONU en los años setenta del pasado siglo, cuando surgió con fuerza la conciencia de los límites del crecimiento, que ponen en crisis el modelo vigente en casi todas las sociedades mundiales.
Pero lo cierto es que el referido concepto tiene tras de sí una historia de más de 400 años que muy pocos conocen. Conviene recapitular brevemente su recorrido. Sin embargo, es importante aclarar previamente el contenido del concepto de “sostenibilidad”, lo cual podemos hacer con una rápida consulta de diccionarios especializados en lengua castellana, el de la Real Academia de la Lengua, por ejemplo. En la raíz de “sostenibilidad” y de “sostener” o “sustentar” se encuentra la palabra latina sustentare, con