La Tierra está en nuestras manos. Leonardo Boff

La Tierra está en nuestras manos - Leonardo Boff


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en los últimos tiempos el ser humano ha inaugurado una nueva era geológica: el antropoceno. Lo cual significa que él, el hombre, (anthrōpos, en griego) resulta ser la gran amenaza para la biosfera y el más que probable exterminador de su propia civilización.

      Hace ya mucho que los biólogos y cosmólogos vienen advirtiendo a la humanidad acerca del nivel de nuestra agresiva intervención en los procesos naturales, lo cual está acelerando enormemente la sexta extinción en masa de especies de seres vivos, que lleva ya varios años en curso. Tales extinciones pertenecen, misteriosamente, al proceso cosmogénico de la Tierra.

      En los últimos 540 millones de años, la Tierra ha conocido cinco grandes extinciones en masa (prácticamente, una cada cien millo- nes de años) que han exterminado gran parte de la vida tanto en los mares como en tierra firme. La última de ellas tuvo lugar hace 65 millones de años, cuando resultaron diezmados los dinosaurios, entre otras especies. Pero ha habido otras más recientes y que tam- bién han supuesto grandes devastaciones de seres vivos. Hace unos doce mil años, tuvo lugar un calentamiento no excesivo que trajo a la Tierra una especie de primavera. Por otro lado, y al mismo tiempo, se produjo de manera misteriosa la extinción de los grandes mamí- feros, entre ellos los mamuts. Se estima que el 50% de los animales que pesaban más de 5 kg., y el 75% de los que pesaban más de una tonelada desaparecieron por completo. Curiosamente, África se vio libre de este misterioso desastre, mientras que sí se vieron afectados los demás continentes.

      Hasta ahora, todas las extinciones habían sido originadas por las fuerzas del propio universo y de la Tierra, al igual que ocurría con los meteoros rasantes o las mutaciones climáticas. Pero la sexta extinción está siendo acelerada por el propio ser humano, sin cuya presencia tan solo desaparecía una especie cada cinco años, mientras que actualmente, y a causa de nuestra agresividad industrialista y consumista, hemos multiplicado por cien mil el número de tales ex- tinciones, según afirma el cosmólogo Brian Swimme en una reciente entrevista publicada en el Enlighten Next Magazin, n. 19.

      Los datos son aterradores: Paul Ehrlich, profesor de Ecología en Stanford, calcula en 250.000 el número de especies exterminadas cada año, mientras que para Edward O. Wilson, de la Universidad de Harvard, la cifra sería inferior: entre 27.000 y 100.000 especies por año (R. Barbault, Ecologia geral – Estrutura e funcionamento da biosfera, Vozes, Petrópolis 2011, p. 318).

      El ecólogo E. Goldsmith, de la Universidad de Georgia, afirma que el mundo, al empobrecerse y degradarse cada vez más, y ser menos capaz de sustentar la vida, ha revertido en tres millones de años el proceso evolutivo. Lo peor es que no caemos en la cuenta de esta devastadora práctica ni estamos preparados para valorar lo que significa una extinción en masa, que consiste, simplemente, en la destrucción de las bases ecológicas de la vida en la Tierra y la más que probable interrupción de nuestro «ensayo» civilizador e incluso, tal vez, de nuestra propia especie.

      Thomas Berry, el padre de la ecología norteamericana, escribió: «Nuestras tradiciones éticas saben lidiar con el suicidio, el homicidio e incluso el genocidio, pero no con el biocidio y el geocidio» (Our Way into the Future, Bell Tower, Nueva York 1990, p. 104).

      ¿Podemos desacelerar la sexta extinción en masa, dado que somos sus principales causantes? ¡Podemos y debemos hacerlo! Una buena señal es que estamos despertando la conciencia de nuestros orígenes, hace 13.700 millones de años, y de nuestra responsabilidad en el futuro de la vida. Es el universo el que suscita todo eso en nosotros, porque está a nuestro favor y no en contra nuestra. Pero exige nuestra colaboración, dado que somos los principales causantes de tantos daños. Ha llegado la hora de despertar..., ahora que estamos a tiempo. Lo primero que hay que hacer es renovar el pacto natural entre la Tierra y la humanidad. La Tierra nos da todo cuanto necesitamos. Pero ¿cómo se lo retribuimos nosotros? De acuerdo con el pacto, nuestra retribución debería consistir en cuidar y respetar los límites que puede soportar la Tierra. Sin embargo, debido a nuestra ingrati- tud, le pagamos con tiros, cuchilladas, bombas y prácticas ecocidas y biocidas.

      Lo segundo es reforzar la reciprocidad o la mutualidad: buscar aquel tipo de relación que nos permita sintonizar con los dinamismos de los ecosistemas, usándolos de manera racional, devolviéndoles la vitalidad y garantizando su sostenibilidad.

      Para ello necesitamos reinventarnos como especie: una especie que se preocupe de las demás especies y aprenda a convivir con toda la comunidad de vida. Debemos ser más cooperativos que compe- titivos, tener más cuidado que voluntad de someter, y reconocer y respetar el valor intrínseco de cada ser.

      Lo tercero es vivir la compasión no solo entre los humanos, sino con todos los seres; una compasión como forma de amor y de cuida- do. A partir de ahora, todos ellos dependen de nosotros para seguir viviendo, si no quieren verse condenados a desaparecer.

      Tenemos que olvidarnos del paradigma de dominación, que re- fuerza la extinción en masa, y vivir el paradigma del cuidado y el respeto, que preserva y prolonga la vida. En pleno antropoceno, urge inaugurar la era ecozoica, que pone lo ecológico en el centro de todo. Solo así habrá esperanza de salvar nuestra civilización y permitir la continuidad de nuestro planeta vivo.

      6. LA VIDA PROVIENE DEL CAOS GENERATIVO

      En nuestros días, se debate ampliamente acerca de cuestiones relacionadas con la vida: la clonación, la manipulación genética, la concepción «in vitro», etcétera. Se trata de un debate que está en la calle. Por eso, dada la importancia del tema, vamos a presentar una serie de reflexiones extraídas de las ciencias de la Tierra que nos ayuden a profundizar nuestra comprensión de lo que es la vida. Para ello acudiremos a relevantes científicos.

      Los creadores de la física cuántica, como Niels Bohr (1885-1962) y Werner Heisenberg (1901-1976), que diferían en numerosos aspec- tos, estaban de acuerdo en que la física cuántica era apropiada para explicar fenómenos relacionados con las partículas elementales y las redes energéticas, pero insuficiente para explicar la vida.

      «La vida muestra tal diversidad que excede la capacidad de com- prensión del análisis científico», sentenciaba Bohr en su famosa conferencia de 1932 sobre «Luz y Vida».

      Por su parte, Werner Heisenberg, refiriéndose a un largo diálogo mantenido con Bohr, concluía diciendo: «Soñamos con el día en que la biología llegue a fundirse con la física y la química tan completamente como la física y la química se han fundido en la mecánica cuántica» (Diálogos sobre la relación entre Biología, Física y Química, 1930-1932).

      Ese día llegó con Ilya Prigogine (1917-2003), Premio Nobel en 1977 por su aplicación de la física cuántica a los fenómenos alejados del equilibrio y, consiguientemente, en situación de caos. Todo funcio- nó correctamente al mostrar que la vida emerge del caos (Order out of chaos), por lo que la vida irrumpe de la materia cuando se halla alejada del equilibrio. La vida representa autoorganización de la materia (autopoiesis).

      Para comprender la relevancia de esta afirmación hemos de superar la comprensión «materialista» de la materia y rescatar su sentido originario de mater (madre, de donde proviene «materia») de todas las cosas. La materia es energía densificada, es altamente interactiva, es fuente de espiritualidad, como solía subrayar Pierre Teilhard de Chardin.

      Tras haber alcanzado un determinado grado de complejidad de la materia, nos dice el Premio Nobel de medicina en 1974 Christian de Duve (1917-2013) en su famoso libro Polvo vital. El origen y evolución de la vida en la tierra (1999), la vida surge como imperativo cósmico en cualquier parte del universo.

      Uniendo esta visión, en la línea de Darwin, a la teoría de la Evo- lución Ampliada, se gestó una visión coherente de todo el universo. Ya no hay compartimentos estancos o paralelos: de un lado, seres orgánicos; del otro, seres inorgánicos. Lo que hay son distintos ni- veles de complejidad y de órdenes dentro de un continuum cósmico de energías en inter-retro-conexiones que articulan el orden-des- orden-nuevo orden, haciendo surgir, en un determinado momento, la vida en toda su espléndida diversidad. Y dentro de la vida, como expresión de una complejidad aún mayor, la conciencia refleja de los seres humanos.

      Por más diversas que sean las formas de vida, todas ellas provie-


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