La Tierra está en nuestras manos. Leonardo Boff

La Tierra está en nuestras manos - Leonardo Boff


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mil agentes químicos sintéticos, tóxicos en su mayoría, son arrojados a los suelos, al aire y a las aguas.

      Se han construido armas de destrucción masiva capaces de acabar con toda vida humana. Y la consecuencia última de todo ello es el desequilibrio del sistema-Tierra, que se manifiesta en el calentamien- to global. Con los gases ya acumulados resulta fatalmente inevitable que para 2035 haya aumentado la temperatura media dos grados centígrados; y si no nos esforzamos lo suficiente para reducir los gases de efecto invernadero, antes de finales del siglo habrá aumentado entre cuatro y cinco grados centígrados, lo cual hará que la vida, tal como la conocemos hoy, resulte prácticamente imposible, y la propia especie humana correrá el riesgo de desaparecer.

      El predominio de los intereses económicos especialmente espe- culativos (hacer dinero sin trabajar ni producir), capaces de reducir a países enteros a la miseria más brutal, unido al consumismo, han trivializado nuestra percepción del riesgo en el que nos encontramos y conspiran contra cualquier cambio de rumbo.

      En contraposición, está haciendo su aparición, cada vez con mayor fuerza, una cosmología alternativa y potencialmente salvadora: la cosmología de la transformación, que lleva más de un siglo elabo- rándose y que tuvo su mejor expresión en la Carta de la Tierra. Dicha cosmología, derivada de las ciencias del universo, de la Tierra y de la vida, sitúa nuestra realidad dentro de la cosmogénesis, ese inmenso proceso evolutivo iniciado a partir del big bang, hace cerca de 13.700 millones de años.

      El universo está constantemente transformándose, expandién- dose, autoorganizándose y autocreándose. Su estado natural es la evolución, no la estabilidad; la transformación y la adaptabilidad, no la inmutabilidad y la permanencia. En él, todo es relación en re- des, y nada existe fuera de esta relación. Por eso todos los seres son interdependientes y colaboran entre sí para evolucionar conjunta- mente y garantizar el equilibrio de todos los factores. El centro no lo constituye la acumulación de bienes materiales, sino la sustentación de toda la vida.

      La transformación pertenece a la lógica de la vida: una semilla se transforma en tallo, en tronco, en ramas, en hojas, en flores y en frutos. Y lo mismo ocurre con cualquier organismo vivo y con cada uno de nosotros, que ya no somos los mismos que cuando éramos niños ni seremos los mismos cuando estemos a punto de decirle adiós a este mundo. Todo es transformación, especialmente en la muerte, en que se da el gran paso alquímico y se accede a otro nivel y a otro orden de vida. Los cristianos suelen decir: no vivimos para morir; morimos para resucitar, para transformarnos en hombres y mujeres nuevos.

      Detrás de todos los seres está actuando la Energía de Fondo, tam- bién llamada «Abismo Alimentador de Todo el Ser», que dio origen y anima al universo, haciendo que se produzcan emergencias nuevas, la más espectacular de las cuales es la Tierra viva y, dentro de ella, nosotros, los humanos, como la parte inteligente y consciente de ella y con la misión de cuidarla.

      Vivimos tiempos de urgencia. El conjunto de las crisis actuales está creando una espiral de necesidades de cambios que, si no se im- plementan, nos conducirán fatalmente a un colapso, pero que, si los asumimos, podrán llevarnos a un nivel más elevado de civilización. Es en este momento cuando la nueva cosmología se revela inspira- dora. En lugar de dominar la naturaleza, nos introduce en su mismo seno, en profunda sintonía y sinergia. En lugar de una globalización unificadora de las diferencias, nos sugiere el biorregionalismo, que valora las diferencias de cada ecosistema.

      Este modelo busca construir sociedades autosostenibles dentro de las posibilidades de las biorregiones, basadas en la ecología, en la cultura local y en la participación de las poblaciones, respetando la naturaleza y buscando el «bien vivir», que es la armonía entre todos y con la Madre Tierra.

      Lo que caracteriza a esta nueva cosmología es el cuidado, en lugar de la dominación; el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser, en lugar de su mera utilización humana; el respeto por toda la vida y por los derechos y la dignidad de la naturaleza, en lugar de su explotación.

      La fuerza de esta cosmología reside en el hecho de que es más acorde con las verdaderas necesidades humanas y con la lógica del propio universo. Si optamos por ella, tendremos la oportunidad de crear una civilización planetaria en la que la vida de la Tierra y del ser humano, el cuidado, la cooperación, el amor, el respeto, la alegría y la espiritualidad ganarán en centralidad. Será el gran cambio salvador que necesitamos urgentemente.

      2. LA COSMOLOGÍA DE LA DOMINACIÓN, EN CRISIS

      Nos referíamos en el apartado anterior al conflicto entre dos cos- mologías: la de la conquista y la de la transformación. La conquista implica dominación, y esta, a su vez, produce un inmenso sufrimiento, especialmente el ocasionado por la actual crisis económico-financie- ra, en todos los estratos sociales, tanto ricos como pobres. Más que el asombro, es el sufrimiento el que nos hace pensar. Es el momento de ir más allá del aspecto económico-financiero de la crisis y descender a los fundamentos que la han provocado. De lo contrario, las causas de la crisis seguirán produciendo crisis cada vez más dramáticas, hasta transformarse en tragedias de dimensiones planetarias.

      Lo que subyace a la actual crisis es la ruptura de la cosmología clásica que perduró durante siglos, pero que ya no es capaz de ex- plicar las transformaciones acaecidas en la humanidad y en el pla- neta Tierra. Dicha cosmología surgió hace al menos cinco milenios, cuando empezaron a constituirse los grandes imperios, adquirió fuerza con la Ilustración y culminó con el proyecto contemporáneo de la tecnociencia.

      Partía de una visión mecanicista y antropocéntrica del universo, según la cual las cosas están yuxtapuestas una al lado de la otra, sin conexión alguna entre sí y regidas por leyes mecánicas. No poseen valor intrínseco alguno; únicamente valen en la medida en que se ordenan a su uso por el ser humano, el cual estaría fuera y por en- cima de la naturaleza como su dueño y señor (maître et possesseur, en expresión de René Descartes), el cual puede disponer de ella a su antojo. Y partía, además, del falso supuesto de que podría producir y consumir de forma ilimitada dentro de un planeta limitado. Esa abstracción ficticia llamada «dinero» representa el valor mayor y pretende hacer creer que la competición y la búsqueda del interés individual darán como resultado el bienestar general. Es la cosmo- logía de la dominación.

      Fue esta cosmología la que condujo a la crisis en el ámbito de la ecología, de la política, de la ética y, actualmente, de la economía. Las ecofeministas llamaron nuestra atención respecto de la estrecha conexión existente entre antropocentrismo y patriarcalismo, que desde el neolítico violentó a la mujer y a la naturaleza.

      Afortunadamente, desde mediados del siglo pasado, y procedente de diversas ciencias de la Tierra, en especial la teoría de la evolución ampliada, está imponiéndose una nueva cosmología, más prometedo- ra y susceptible de contribuir a superar la crisis de manera creativa. En lugar de ver el universo como un cosmos fragmentado, compues- to por la suma de seres muertos y desconectados entre sí, la nueva cosmología lo ve como un conjunto de sujetos relacionales, todos ellos inter-retro-conectados. Espacio, tiempo, energía, información y materia son dimensiones de un gran y único Todo. Incluso los átomos, más que como partículas, son vistos como ondas y como cuerdas o fibras con miles de millones de vibraciones por segundo. Más que como una máquina, el cosmos, incluida la Tierra, aparece como un organismo vivo que se autorregula, se adapta, evoluciona y a veces, en situaciones de crisis, da saltos en busca de un nuevo equilibrio.

      La Tierra, según reconocidos cosmólogos y biólogos, es un planeta vivo –Gaia– que articula lo físico, lo químico y lo biológico de tal for- ma que resulta siempre benéfica para la vida. Todos sus elementos están dosificados de un modo tan sutil como solo un organismo vivo podría hacerlo. Solo a partir de los últimos decenios, y ahora de ma- nera inequívoca, da señales de estrés y de pérdida de sostenibilidad. Tanto el universo como la Tierra se muestran determinados por un propósito que se revela en la emergencia de órdenes cada vez más complejos y conscientes. Nosotros mismos somos la parte cons- ciente e inteligente del universo y de la Tierra. Por el hecho de ser portadores de estas capacidades, podemos hacer frente a las crisis, detectar el agotamiento de ciertos hábitos culturales (paradigmas) e inventar nuevas formas


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