Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947. María Angélica Illanes Oliva
«Cuando tenía trece años, comencé a trabajar en el fundo, por allá por el año 27. Ahí me pagaban $1 por el día, así que trabajaba seis días y me ganaba $6; me pagaban cada quince días, eran $12 en los quince días y no pagaban los domingos. Luego, en el año 31, cuando yo tenía diecisiete o dieciocho años, entré a trabajar más de fijo en el fundo: sin libreta porque era menor de veintiún años. En ese tiempo había que ser mayor de edad para ser obligado o inquilino, así que fui voluntario; el voluntario ganaba más: si el inquilino ganaba $1, el voluntario ganaba $1,50. En los dos años que estuve de voluntario aprendí muchos oficios. Nos pagaban a trato, según nos daban por potrero. Así, pues, tenía diecisiete o dieciocho años cuando mi padre quedó sin trabajado y me dijo: ‘le hablo al administrador si te recibe’. Le dijo que sí y me pusieron en las carretas; había que aprender a manejar las carretas, sobre todo porque eran con cuatro bueyes y las cuestas eran muy angostas en los potreros. Para todo había que tener cuidado, fijarse, tener responsabilidad en las cosas.
«La vida era muy sacrificada, y la pobreza era enorme, viera usted la pobreza. En el campo en que se criaba uno era mucha la pobreza, mucha injusticia, y la pobreza la llevaban allá los mismos ricos, por eso no los perdono. (…) El patrón nos daba la casa, pero era un rancho, qué le voy a decir. Entregaba la casa, pero lo demás corría por cuenta del inquilino (…) tenía que hacerse cargo de todo, de la reparación, por ejemplo; cuando llovía, poníamos cueros enteros de animales en las camas. Hacíamos un zanjón por dentro de la pieza para que saliera el agua: esas eran las casas que nos daban los patrones, y así vivíamos. Los niños semidesnudos, a patita pelada, no conocíamos los zapatos. (…)
«Recuerdo que el año 1931 fue cuando entré a trabajar por la ‘obligación’ de la casa; trabajé durante treinta años, todos los días del año, sin vacaciones. Trabajaba en un establo, primero como ayudante de quesero, después quedé de maestro quesero. Calcule usted, ¡treinta años vegetando! Pero el sacrificio lo hacía porque necesitaba, tenía necesidades yo.
«No había vacaciones, ni lluvias, ni festivos, ni una cosa, trabajar y trabajar… No me importaba sacrificarme, trabajar de las 4 de la mañana para ir a almorzar a las 12 a la casa, volver a las 4 de la tarde y hacer el mismo trabajo; llegaba a las 12, a la 1 de la madrugada. La Rosario y mi madre me esperaban con una comidita caliente y me iba a acostar, porque ligerito tenía que estar en pie a las 4 de la mañana. Dormía tres horas o cuatro horas mucho. Así que llegaba a almorzar a las 12, me quedaba dormido y tenía que irme de a pie un kilómetro; dormía un sueñecito y me despertaban para irme al trabajo. Trabajé casi veinte años así.
«Antes no teníamos sueldo. Yo pagaba la ‘obligación’ por la casa, un tanto por el sitio, un tanto por cada animal, hasta por la leña que sacaba del sitio. Luego el gobierno de Ibáñez nos puso un sueldo: dijo que el patrón tenía que pagarle un tanto por ciento en dinero al inquilino. Si lo tomaban a $1000, tenían que pagarle $50, era un mínimo. Así que cuando estuvo Ibáñez puede decirse que tuvimos un sueldo por primera vez.
«Cuando nos pagaban, a veces nos íbamos a cobrar al lado del río; ahí había un caballero que tenía el almacén del fundo. Él fiaba y le cobraba a la gente quincenalmente, y cuando sacaba las cuentas, había meses en que a uno le alcanzaba justo. El dueño del almacén era el pagador también; uno veía a la gente medio vivir no más. Y como dicen, lo fiado cuesta caro, pues. Póngale que a usted le pagaban el mes de mayo, junio y, al terminar la cosecha, venía usted y liquidaba toda la cuenta. Y a pedir fiado otra vez, porque con lo que se ganaba le alcanzaba para la harina, ya que se hacía el pan en casa; se vendían los animalitos en septiembre, octubre y, a medida que engordaban, se iba pagando… Una vida completamente vegetal, uno vegetaba años y años, y nunca ganaba, nunca surgía. Y así vivía la gente, todos nosotros.
«Pero, por una parte, la misma gente tenía la culpa, porque no hacía nada por salir de esa rutina. Y como le digo, veníamos a pagarnos ahí, en un mesón largo: aquí estábamos pagándonos y en la otra punta, a unos cinco metros, estaba el dueño vendiendo vino; tenía bodega el caballero y traía vino al almacén. Entonces la gente que llegaba a comprar, se tomaba una cañita…, pero si se tomaban una caña, les daban ganas de tomarse la otra y entonces se curaban. Se la tomaban la platita. ¿Por qué –digo yo– tener ahí mismo la tentación para la gente que le gustaba el trago? No les importaba»45.
Según el censo de 1930, la población chilena alcanzaba a 4.287.445 personas, de las cuales 2.168.224 correspondía a población rural; el 50,6%46. De éstos, 506.341 eran asalariados agrícolas: 104.569 inquilinos, 238.158 obreros agrícolas y 11.081 empleados. De acuerdo a cifras de la Inspección General del Trabajo para 1936, el personal agrícola se concentraba en la provincia de Santiago (41.655), Talca (23.042), Ñuble (28.995), Cautín (29.031) y Valdivia (25.595)47.
¿Qué entenderemos por campesino? En general en América Latina, este concepto abarca «tanto la idea de un campesino puro, como también la de uno que comparte elementos con los trabajadores agrícolas, ya sea porque vende parte de su mano de obra o porque contrata trabajadores temporales»48. Para el caso de Chile, el concepto de campesino es aún más amplia y general:
En la experiencia chilena, desde que se generaliza el empleo del término campesino y se hace referencia a los «campesinos» o al «campesinado» (…) el concepto se ha utilizado en sentido amplio, abarcando el conjunto de las poblaciones que trabajan la tierra bajo distintos sistemas o estructuras. El término campesino ha adquirido así una connotación claramente antropológica, al abarcar a todos quienes, viviendo en el medio rural, realizan directamente con sus manos las labores de campo, en oposición al de agricultor, terrateniente o patrón49.
En esta misma línea conceptual, cuando aquí hablamos de campesinos en sentido amplio, hacemos referencia –siguiendo también la orientación de los propios documentos– a aquel que trabaja la tierra con su cuerpo y con el de su familia, ya sea vendiendo su fuerza de trabajo o trabajando por cuenta propia. No obstante, diferenciamos al campesinado independiente (pequeños propietarios, colonos, ocupantes) de lo que llamamos campesinado hacendal o apatronado, nominación que aquí incluye a los medieros, inquilinos y trabajadores rurales en sus diversas capas, rostros y relaciones (de los cuales daremos definiciones en detalle en los párrafos siguientes), todos los cuales quedan, de uno u otro modo, directamente subordinados al terrateniente.
Desde el punto de vista productivo, el campesinado independiente (como también el mediero o aparcero y también otras figuras independientes como los mapuche) con la venta de sus productos en el mercado local no busca y/o no logra obtener utilidades que le permitan reinvertirlas con fines de mayor producción, «sino sólo conseguir dinero para comprar aquellos bienes que no puede producir en su predio, o para hacer los gastos que le permitan mantener o aumentar su status en la comunidad. El campesino es, por consiguiente, un productor de subsistencias»50. Por su parte, a los mapuche los denominamos específicamente como su nombre lo indica: mapuche o gente de la tierra.
En general, todos estos grupos comparten en común el ser cultivadores de la tierra a través del trabajo de su cuerpo entregado directamente a ella y con el fin de producir su subsistencia familiar o comunitaria, quedando, por lo general, críticamente sometidos a las fuerzas dominantes existentes dentro y fuera de las grandes propiedades, las que han tomado el control histórico del territorio y del país.
¿Cuáles eran los distintos rostros y figuras del campesinado chileno en esta época?
Los campesinos, en su rostro de pequeños propietarios independientes, existieron desde la época colonial y crecientemente durante la fase republicana, a menudo como resultado de los procesos de parcelación de los «pueblos de indios» que se iniciaron en la década de 183051, por subdivisión de haciendas o por «venta de las tierras marginales de las haciendas», dando origen a lo que se ha denominado campesinado parcelario. En el siglo xx, la expansión de La Frontera hacia el sur del país, favoreció la formación de pequeños campesinos, ya por entrega de parcelas a los soldados de la conquista de la Araucanía, a los inmigrantes o, como veremos, a través