Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947. María Angélica Illanes Oliva
a levantar también rostro y voz, como Ana Lazo, secretaria del Sindicato del fundo «Piguchen» de la comuna de Putaendo, cuando por sí y a nombre de sus compañeras, habló a su patrón Alegría Catan para plantearle que no debían lechar más de 14 vacas cada una, tal como estaba estipulado en su contrato. Como respuesta, Catan «le dio de bofetadas hasta lanzarla al suelo, donde le dio de puntapiés». Sin aminorarse por esta violencia, Ana se presentó al día siguiente en la casa patronal a exigir una explicación: la recibió la patrona. quien la trató con tal violencia que Ana fue a parar al hospital108.
Se denunciaba que en la hacienda Nogales y Pucalán, las lechadoras trabajaban en un lugar insalubre, en medio del barro. Se les pagaba 20 centavos por balde. En uno de esos días de ordeña, Guadalupe Tapia habría sido agredida por el capataz Manuel Vega con una penca, dañándole espalda y hombro; a pesar del reposo de 12 días otorgado por el médico, Guadalupe debió seguir trabajando109.
Las lechadoras eran, por lo general, mujeres campesinas que cotidianamente, siendo aún de noche, en invierno y verano, debían levantarse de sus camas y dirigirse a los establos húmedos y fríos a ordeñar las vacas del fundo. Su salud se iba deteriorando por un salario precario. «La miseria es el pan nuestro de cada día y todavía se agrava con la enfermedad de mi mujer. Como trabajaba en la lechería, con el frío del invierno se pescó un reumatismo tremendo. En esta cama ya va para los tres meses. Con lo que uno gana ni pensar en medicinas…», declaraba un campesino del valle y comuna de Salamanca, hacia 1943110.
Como Ana, la presencia y acción de las mujeres campesinas se fue haciendo más visible, especialmente en momentos de emergencia y crisis de sobrevivencia, como ocurría, como veremos, durante los despojos de sus tierras. Fueron muy activas las mujeres en huelgas campesinas de la época, como la huelga de San Luis y Chacabuco (que trataremos más adelante), saliendo de sus casas y de su rutina cotidiana para recorrer la ciudad capital tocando puertas y buscando apoyo para la huelga, despertando la conciencia de sus derechos.
El discurso femenino del Frente Popular, especialmente a través del MEMCH y las militantes de izquierda del período en estudio, levantaron algunas palabras y banderas para las campesinas, instándolas a la organización y a la participación en la lucha por el mejoramiento de sus condiciones de vida, especialmente ante la carestía de los artículos indispensables. Las miserias que vivían las mujeres en el campo fue un problemática que interesó e indagó La Mujer Nueva (órgano de prensa del Movimiento de Emancipación de las Mujeres de Chile, MEMCH), incorporando en su discurso la crítica a las malas condiciones de vida, de trabajo y salario que sufrían las campesinas. «El salario corriente de la mujer que hace trabajos agrícolas es de 60 ctvs. y 80 ctvs. diarios, trabajando de sol a sol», denunciaba Elena Caffarena –una de las dirigentes del MEMCH– en un discurso pronunciado a fines de 1935111. La Mujer Nueva incorpora en su texto algunos escritos de campesinas e incluso acude al terreno mismo a ver y sentir con su propio cuerpo la vida que llevaban.
Elvira Ramírez, campesina de Lo Espejo, saca a la luz su escritura en La Mujer Nueva y describe a las mujeres del campo como «bestias de carga que marchan cabisbajas bajo el látigo indomable del arriero», por el camino trazado de su «explotación, hambre y desnudez». Que en la tierra donde germinaba el dorado y nutricio trigo, dice Elvira, se producía también la pobreza de quienes lo sembraban y cosechaban: cruel contraste. Que la mujer campesina trabajaba desde el alba hasta el anochecer «por la miseria de un peso diario, dándoles por vivienda una pocilgas inmundas y por comida un pan negro y mal oliente». Que las lechadoras debían levantarse entre las 3 y las 6 de la madrugada, trabajando en charcos «por el ridículo pago de $30 mensuales y una ración diaria de ½ litro de leche con el que deben alimentar a 5 ó 6 niños». Niños que estaban destinados a seguir el camino de las «cadenas que soportan sus padres»… Desesperada, Elvira lanza su grito a La Mujer Nueva: «¡Mujeres de la ciudad! Fraternizad con nuestras hermanas campesinas, hacedlas despertar del sueño obscuro en que se encuentran sumidas, atraedlas a vuestro lado, hacedlas escuchar la clarinada que en el horizonte de la mañana nos dice: “Mujer, ayúdate, libérate; rompe el yugo que te oprime!”»112.
Con el fin de ir a constatar con su propio cuerpo la situación que vivían las lechadoras, Carmen acudió al campo, donde se levantó antes de las 4 de la madrugada. Caminó entre charcos con mucho frío, en medio de la lluvia y la noche… esperaba encontrar un lugar seco en el establo. Por el contrario, Carmen se encontró con que allí caía la lluvia a raudales por el techo de tablas, corriendo el agua por dos acequias internas: humedad por doquier. Entonces pudo observar a las «quince mujeres sentadas en sus banquitos, con el balde entre las piernas, con los pies mojados, algunas con especies de zapatos, la mayoría descalzas, todas salpicadas por las inmundicias que las vacas dejaban caer». Al llenar un balde, acudían con él «al controlador», quien tenía cuidado, dice Carmen, de «contar un litro menos». Al final de la semana Carmen supo de sus salarios: «Las que han recibido $7 salen radiantes de felicidad, las más sólo han recibido $4 ó $5 por la semana entera de trabajo». Pero las lechadoras conocían su poder: cualquier retraso en la ordeña significaba que la leche no podría embarcarse en el tren, lo que ocasionaría la pérdida de la ganancia del patrón. Sin embargo, para cualquier acción de demanda por un mejoramiento en sus condiciones laborales y salarios, necesitaban de su unidad. De igual manera que Elvira, Carmen hace un llamado de ayuda a las mujeres campesinas del país por parte de las mujeres de la ciudad para impulsar su unión. «Ellas quieren liberarse de esta situación y piden nuestra ayuda. Nosotras no sólo no podemos negársela, sino que debemos adelantarnos a ellas, ayudándolas a su organización y en sus luchas»113.
El año 1937 llegan noticias de una primera huelga de mujeres campesinas que constituían la mayoría de la fuerza de trabajo de una hacienda de Sotaquí. Ellas, junto a los hombres, trabajaban en plena noche en los potreros, desde las 2 de la madrugada hasta las 10 horas, arrancando lentejas «mojadas de pies a cabeza por el rocío, mal alimentadas, mal vestidas y (mal tratadas) con la hostil acción de los mayordomos», por una paga de $3.50. Al ser notificadas de que se les bajaría el salario a $3, el «grupo de mujeres decidió no trabajar y (…) acordaron declarar la huelga y efectuaron el paro en señal de protesta. A este movimiento iba adherido también el personal de hombres. Como estas operarias no fueron oídas, a pesar de ir con todo respeto, se retiraron a sus casas, dispuestas a no trabajar si no se les mejoraba el salario y disminuían las horas de trabajo». En la misma tarde pudieron ver el fruto de su movimiento: se les restableció el salario de $3.50 por una jornada laboral desde las 3 de la madrugada hasta las 9 horas. «Una ráfaga de luz y esperanza y una persuasiva lección para el obrerado agrario. En esta pequeña huelga se dejó ver lo que vale la unificación proletaria»114.
En vista de este mismo objetivo organizativo, Eliana Sagredo, sobreviviente de Ranquil, hacía un llamado a los obreros de las ciudades a organizar a la mujer campesina:
(…) la organización de la mujer campesina puede ser considerada muy seriamente por los hermanos obreros de las industrias. Hay que rodear de cariño a la mujer campesina, a fin de que se ponga al lado del hombre, estimularlo con sus luchas, ayudar en el trabajo organizativo necesario para alcanzar mejores condiciones de vida en el campo. Muchos ejemplos tenemos en nuestro país, en que las mujeres han marchado al lado de sus hombres, en la política y en el combate revolucionario contra los usurpadores de sus tierras. Las mujeres de la zona del salitre, carbón y del cobre se han organizado en Comités contra la vida cara y han participado en las luchas, junto al pueblo explotado y perseguido. Ellas empuñaron las armas en Lonquimay y ellas fueron huelguistas en las huelgas del fundo San Luis y la Hacienda Chacabuco y lucharon con arrojo en muchas otras ocasiones (…). Las mujeres, incorporadas a una organización, a un comité de mejoras, de ayuda contra la carestía, adquiere grandes conocimientos que le servirán en la histórica lucha de las masas laboriosas del campo contra el latifundismo y las condiciones semi feudales en la economía agraria. Las formas de organización pueden ser de las más sencillas, como ser: comités de dueñas de casa, centro de madres, comités contra el alza de las subsistencias. Por ultimo, debo decir, que a los sindicatos agrícolas les corresponde orientar, estimular e impulsar los trabajos de nuestras compañeras del campo115.
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