Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947. María Angélica Illanes Oliva

Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947 - María Angélica Illanes Oliva


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de ½ obligación para dos animales95. El informe anterior muestra que, si bien se trata, en este caso, de patrones conscientes de la necesidad de «leche» de las familias campesinas, repartiendo también medicinas cuando se enfermaban, las condiciones de trabajo y vida de los campesinos eran difíciles, con recursos estrechos, puesto que escaseaba el talaje para animales, debían pagar caro por el uso de animales de trabajo, no podían sembrar trigo, por lo que debían comprarlo, y los inquilinos estaban obligados a poner dos trabajadores, lo que necesariamente mermaba notablemente sus ingresos.

      Los trabajadores agrícolas sufrían, además, gran cantidad de accidentes del trabajo96, arriesgando su permanencia en los fundos y haciendas cuando se fracturaban o lesionaban gravemente, como fue el caso del obrero del fundo «El Vergel» de Rengo, Daniel Leiva, quien se encontraba hospitalizado y muy «afligido», ya que el «patrón le exige que dejen la vivienda en la que están cobijados su mujer y sus cinco hijos menores de 12, 10, 8, 6 y 2 años», siendo que se había accidentado desempeñando sus funciones, circunstancia en que un caballo «lo arrastró fracturándole la pierna; no encuentra sea justo le dejen ahora la familia sin tener donde estar y que él desde su lecho no puede valerse…»97.

      Al ritmo, principalmente, de las luchas, las demandas, los Pliegos de Peticiones, así como también debido a la carestía de la vida y la participación en algunos de los beneficios del Código del Trabajo y de la previsión social (vacaciones, libreta de seguro), los salarios campesinos, durante el período que estudiamos, fueron subiendo –nunca al ritmo de la inflación– llegando hasta cerca $8 y $10 diarios en algunos fundos de la zona central, como lo revela este documento, escrito en términos de denuncia:

      Desde hace dos años, este señor sub arrienda el fundo San Ramón. No ha reconocido las vacaciones a 7 campesinos que han trabajado más de año y medio en el fundo. Les tiene, además, retenida las libretas. A uno, que sufrió un accidente no se las pasó, por lo tanto no ha podido realizarse ningún tratamiento. Trata en forma violenta y agresiva a los campesinos y les paga $8 diarios y medio kilo de pan, pero sin derecho de recoger leña en el fundo. En los demás fundos de la zona, pagan $10 diarios como mínimo, más desayuno con galletas a la once y otra a la comida, aparte del litro de leche todos los días. Los inquilinos han hecho la denuncia a la Inspección del Trabajo, que ya hizo una visita y esperan que se resuelva su reclamo y se les pague su salario, se les devuelva sus tarjetas y se les den contratos98.

      En el norte, en la comuna de Salamanca, Illapel, hacia el año 1943 los trabajadores agrícolas estaban ganando $7 al día por el trabajo de sol a sol, lo que se consideraba una «miseria»99. No obstante este mejoramiento de los salarios del campo, en muchas partes se mantuvieron estancados. Se denunciaba que en Coquimbo los campesinos ganaban entre $1 y $2,50 diarios por la ancestral jornada de sol a sol, cuestión que también ocurría en algunos fundos de Santiago (como era el caso de la Hacienda Boca-Lemu), mientras los patrones presionaban a los inquilinos por mayor fuerza de trabajo (dos trabajadores pagados por el mismo inquilino), además de la fuerza de trabajo de toda su familia100. En Molina, los inquilinos de los fundos «Fuente de Agua» y «Las Trancas» (propietario Alejandro Gren) denunciaban que el fundo, de 14.000 hectáreas, sólo producía 60 hectáreas y que ganaban $2 al día y vivían en casas «veinte veces más malas que los corrales de los animales del patrón»101. En el sur, en la zona de la Araucanía (Arauco y Lebu) se denunciaba que, aún en 1943, los inquilinos y obreros agrícolas percibían un salario de $1,2 y $3, respectivamente, por jornada diaria de trabajo de sol a sol, lo que la prensa de izquierda calificaba como «la explotación más vergonzosa que existe en la agricultura»102. Es decir, resulta muy difícil establecer una tendencia (aún cuando muchos P/p han conseguido alzas), dependiendo cada situación de los patrones, libres de hacer y deshacer en sus propiedades.

      Respecto de la situación de medieros y arrendatarios de tierras, la situación que vivían en la época era bastante angustiosa, dependiendo absolutamente de la autoritaria y oscilante voluntad patronal de entregar tierra en mediería y en condiciones siempre difíciles de sobrellevar y de costear por dichos medieros y arrendatarios, quienes eran, por lo general, humildes campesinos vecinos al terrateniente que se estaban jugando día a día su supervivencia y, por ende, su «libertad». Se denunciaba, al respecto, que en San Clemente y Molina (1937), «los arriendos por cuadra ya llegan a $1.300 adelantados por así exigirlo el terrateniente de los alrededores», mientras en algunas partes las tierras en arriendo se estaban rematando a $1.500 la cuadra, lo cual imposibilitaba el acceso a ellas a los campesinos arrendatarios, quienes debían, además, contar con bueyes, enseres y semillas. Se decía que ese año 1937 ya no habría tierras para arrendar en la zona «pues esta es la mejor manera de aniquilar a los medieros y arrendatarios de tierras hasta reducirlos al triste papel de simples trabajadores del campo, con salarios de $1.20 al día y una ración de porotos viejos con grasa, acompañados de una galleta de afrechillo…»103.

      En suma, a pesar de algunos logros que se alcanzaron al calor de las luchas, las demandas y la fuerza de la historia, las precarias condiciones de vida y las arbitrarias relaciones laborales en los campos de Chile se mantuvieron durante el período en estudio, prolongándose hasta la década de 1960. Un detallado informe sobre la situación del inquilinaje en San Vicente de Tagua Tagua realizado por el Departamento de Economía Agraria del Ministerio de Agricultura a fines de los años sesenta, resaltaba la pobreza de este grupo con ingresos «extremadamente bajos», habitando malas viviendas, mal alimentados y muchos en condición de analfabetos: un 40%. Aún en esa década de 1960, el «80% de los inquilinos no tenía contratos de trabajo», el 74% habitaba «viviendas inadecuadas», mientras el «75% no gozaba de feriado», siendo notorio la «falta de horizontes» del campesinado chileno: ‘Aquí no se arriba nunca’, ‘uno trabaja para puro sostenerse’, ‘apenas alcanza para comer’, ‘la gente está acostumbrada a vivir siempre apretada’ (…)»104.

      3. El otro brazo, la otra mano: las mujeres campesinas. Historia y literatura

       Viven su vida lóbrega y tétrica nuestras mujeres campesinas. Sufridas y silenciosas, levántanse al alba, cumplen su doble papel de esposas y madres, a la vez que trabajan para el patrón. Bajo la sombra de árboles seculares, ya como domésticas o en las lecherías, donde reciben un jornal risible.

       Habitantes en un miserable rancho de una sola pieza, viven en la más espantosa promiscuidad. Extraordinariamente fecundas, incultas y supersticiosas, atienden como pueden a sus innumerables hijos, los que, llegando a la edad de 12 años, van a formar la larga fila del inquilinaje de la hacienda. Sin más conocimientos que los que sus padres pudieron darles, o más tarde conocerán las primeras letras en el cuartel si es que se encuentran aptos para cumplir sus deberes militares.

       La sindicalización campesina ha hecho aún más tétrico su porvenir: centenares de campesinos despedidos de los fundos deambulan por los caminos con sus familias hambrientas y errantes… pero desde el fondo de las pupilas de nuestras mujeres campesinas brilla ahora una nueva luz: la voluntad de vencer, de tener para sus hijos un porvenir mejor. Deber de nosotros, militantes del PS, será tratar, por todos los medios a nuestro alcance que aquellas esperanzas sean en breve una bella realidad».

      Rebeca Muñoz105.

      En el sistema hacendal, el trabajo de la mujer era importante. El Censo Agrícola de 1936 registró un número de 121.190 mujeres-inquilinas y 20.661 trabajadoras temporales residentes en las haciendas o fundos y 13.024 que residían fuera del predio106.

      Las mujeres inquilinas e hijas de inquilinos trabajaban tanto en faenas productivas de los fundos y haciendas, como también de empleadas domésticas en las casas patronales, además de preocuparse de la producción de la huerta del cerco correspondiente a su inquilinato y de las tareas domésticas de crianza y cuidado de hijos y de la casa. Como plantean las autoras Ximena Valdés, Loreto Rebolledo y Ángelica Willson, la estabilidad de las mujeres en las haciendas dependía de su relación con un hombre trabajador de la hacienda, ya como esposa o como hija. En caso de enviudar, la mujer inquilina podía ser expulsada por el patrón, ya que perdía su derecho a «puebla»


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