Actuel Marx N° 26: Sexo-Género/Raza/Clase. Latinoamérica desde una óptica interseccional. Группа авторов
o no producen discursos políticos que expresen un autoreconocimiento como «clase». La confusión es obvia entre, por una parte, la acción política que se define por los propios sujetos como «clase» –en tanto modo de nombrar la propia subjetividad política, que podría reconocerse en una expresión del tipo «somos una clase en lucha» o «no somos una clase en lucha»–, y, por otra, la posibilidad de un análisis de la acción política, los movimientos, las organizaciones y los sujetos, desde un enfoque sobre la clase y su (no) constitución10.
Como consecuencia de este uso selectivo del enfoque marxista, advertimos el riesgo que transporta el reconocer e interpretar las «diferencias» de experiencias de lucha a partir de dicotomías que, más que instrumentos analíticos, se vuelven dispositivos que edifican divisiones ontológicas al interior de las prácticas de los sectores subalternos. Por ejemplo, cuando se leen desde una mirada clasificatoria y estática aquellas modulaciones entre demandas o luchas «culturales o identitarias» y demandas «materiales o económicas»11; o cuando se utiliza del mismo modo la distinción entre luchas que se despliegan en el ámbito de «la producción de mercancías» y luchas en el ámbito de la «reproducción de la fuerza de trabajo»12.
Estas distinciones y categorías nos pueden ayudar a comprender ciertas especificidades y lenguajes de un momento histórico de las luchas subalternas13. No obstante, pueden resultar verdaderas obstrucciones si colaboran a la instalación –a priori– de nuevas fronteras o miradas esencialistas y estigmatizadoras entre las distintas modulaciones de lucha y sus expresiones identitarias y organizativas. En este caso es alto el sesgo relativista que tiende a desdibujar las posibles articulaciones entre las luchas, en parte por causa de la exaltación permanente de los particularismos que las definen, antes que por los problemas y sentidos comunes que las atraviesan y organizan.
Por ejemplo, en algunos de nuestros resultados de investigación previos para Argentina, constatamos la ausencia o fragilidad de las descripciones de los vínculos entre las organizaciones ambientales en defensa de bienes comunes y los partidos políticos o sindicatos. Aquí ha sido más bien concentrado el esfuerzo por mostrar el contenido «verde» de las luchas «obreras o campesinas», por ejemplo, mientras que poco sistemáticos son los ejercicios que realizan el camino inverso, esto es, analizar los contenidos «clasistas» en las resistencias ambientales. Incluso en el caso de ofrecerlas desde lecturas conceptuales más expresamente reivindicadoras de la perspectiva marxista, los vínculos o alianzas entre luchas ambientales y «otras experiencias de lucha» (campesinos e indígenas organizados por el acceso o recuperación de sus tierras, organizaciones representantes de la lucha sindical, o sectores organizados de trabajadores informales o de desocupados, por caso) son presentados por diversos análisis desde la centralidad del concepto de «red»14, dejando de lado, por ejemplo, una noción sobre «solidaridad» vinculada a la constitución de clase15.
En resumen, ante el enorme volumen de reflexiones respecto de las distancias y particularidades de las experiencias de resistencia activa en la región, será necesario ponderar cuánto de la manera en la que hemos construido las herramientas teóricas y analíticas para hablar sobre la inherente heterogeneidad de las luchas ha sido edificada desde un prisma de la «diversidad» o la «diferencia» que no refleja, por sí misma, la escala de los problemas alrededor de los cuales surgen los conflictos. En otras palabras, si bien la condición de fragmentación de la conflictividad y su localización en específicos contextos es parte de la manera en la que las luchas contemporáneas se estructuran y desarrollan, los problemas que organizan las disputas son globales o regionales. El orden capitalista –más aun en su forma neoliberal actual– se produce y reproduce en un complejo y articulado movimiento donde toda la vida social deviene fuerza productiva y todas las relaciones (familiares, sexuales, culturales, de raza, etc.) se convierten en un engranaje de relaciones de producción, ya que la sociedad entera se vuelve, como dice Federici, «fábrica de relaciones capitalistas»16. Si no es posible afirmar que existan zonas o campos de la conflictividad de nuestras sociedades que nada tengan que ver con esta lógica de estructuración de las relaciones capitalistas a escala global y transversal, un enfoque clasista sobre la conformación de sujetos políticos tiene mucho que aportar.
Un salto a la clase: claves para una recuperación
no reduccionista de la clase como forma
de subjetividad política
Recuperar un enfoque clasista para el análisis de la conflictividad social no resulta un capricho dogmático. Nuestro planteamiento parte por reconocer, como planteamos más arriba, el peso de la producción teórica que denuncia y confirma que la característica fundamental de nuestro tiempo es una constitución global de la sustracción capitalista que tiende a ocupar la totalidad del espacio social. Las diversas y enriquecedoras lecturas actuales nos ofrecen nuevas formas para conceptualizar y distinguir los múltiples sectores y regímenes de extracción, acumulación y reproducción capitalista; ello, a su vez, sin descuidar ni la imbricación funcional, ni la distribución geográfica o los pesos y proporciones relativas que en un único sistema-mundo tienen la industria, las finanzas, la «economía del enriquecimiento» o las tecnologías de la información; ni el cada vez más desvanecido sentido de cualquier frontera entre la explotación dentro del «tiempo del trabajo» –en un sentido restrictivo– y el «tiempo de la vida» 17.
Son las simultáneamente múltiples contradicciones sociales que esta expansión capitalista conlleva y reproduce lo que explica, a su vez, una forma inmanente de conflictividad, una que organiza modos de vida dividiendo y oponiendo a unos sectores sociales con otros, siendo una conflictividad de clase. Lo que caracteriza a este tipo de conflictividad es que el objeto de las disputas se inscribe en la relación capital/trabajo como relación que, en sociedades capitalistas, «prefigura» las maneras en las que los sujetos acceden a sus condiciones de vida y configuran diversas relaciones sociales. Así, es la relación capital/trabajo la que, de manera antagónica, atraviesa, separa y produce vidas, espacios, relaciones sociales y prácticas concretas e históricas, que son unidad y síntesis de múltiples determinaciones.
En el párrafo de arriba utilizamos la palabra «prefigurar», siguiendo a Williams18, a fin de resaltar dos cuestiones. Por un lado, que la relación capital/trabajo si bien «determina» las relaciones entre los sujetos, no lo hace como una fuerza externa o preexistente que controla absolutamente sus respuestas, sino como una fuerza que fija los límites de las acciones posibles. Por otro lado, comprender la naturaleza de esta prefiguración supone, asimismo, considerar que la forma de relación entre capital/trabajo no existe por sí misma, sino como forma pervertida o fetichizada en una multiplicidad de relaciones cuya condición previa –y continuamente reproducida– es el divorcio del trabajo de sus medios y condiciones. Esta separación se manifiesta cualitativamente de diversas maneras y, muchas veces, de formas no directamente aprehensibles en la experiencia más inmediata y concreta de las condiciones de vida19. En otras palabras, las relaciones y condiciones en las que viven los sujetos, y sobre las que pelearán y lucharán, se presentan desde una complejidad oblicua, móvil y también paradójica.
Ahora bien, esta centralidad de la relación capital/trabajo en la organización de las relaciones sociales exige, igualmente, rechazar cualquier comprensión restrictiva del mundo del trabajo; en su lugar se propone tratarlo en su sentido más amplio, como un proceso por el cual los hombres y mujeres se configuran o resisten a esa dinámica de producción explotadora de cuerpos, de recursos y de naturaleza. Visto así, pierden horizonte los calurosos debates que intentan dirimir si la relación capital/trabajo es la única que estructura el resto de las relaciones de dominación; o si, por el contrario, este papel lo ocupan otras relaciones y contradicciones –otrora despreciadas como «superestructurales» o «culturales»– como lo son las de género, de raza, las religiosas, entre otras. En la medida en que en una determinada formación social y en un momento histórico dado, todas estas fuerzas se presenten estructurando, produciendo o mediando las condiciones de existencia mediatas e inmediatas para los sujetos en relación a otros sujetos, son, en consecuencia, «básicas» y no meramente «superestructurales»20.
Entender de esta manera la multiplicidad