Actuel Marx N° 26: Sexo-Género/Raza/Clase. Latinoamérica desde una óptica interseccional. Группа авторов

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Desde una mirada que rescata la posibilidad y el horizonte de la acción política de los sujetos, nuestra propuesta elige reubicar la noción de clase dentro del proceso y del campo antagonista de la lucha. De la mano de las observaciones de diversos autores contemporáneos21, y reconociendo la influencia tripartita de Marx, Gramsci y Thompson, lo anterior nos lleva a destacar como indispensables dos claves conceptuales e interpretativas: la clase como proceso en constitución y la clase como lucha antagónica.

      Lo anterior supone suspender las miradas que asumen que la clase es una condición dada ya por alguna posición prefijada de los hombres y mujeres en la estructura social; ya por la simple posesión/desposesión de medios de producción y vida; o, incluso, como una cualidad derivada de la presencia de algún tipo de atributo intrínseco o esencial a determinado conjunto de individuos. Estas posiciones dejan traslucir una visión reificada de la clase que «es definida y a la vez se define a sí misma como un grupo con cierto tipo de atributos estables ligados a una ‘colocación’ dentro del sistema (organización sindical, lucha por el salario, identidad con el Estado de Bienestar, etcétera)»22, dando cuenta no necesariamente de una «realidad objetiva» sino, más bien, de una construcción ideológica subjetiva que opera, se reproduce y constriñe a los mismos sujetos que se nombran como «clase».

      Por el contrario, hablar de clase es hablar de un proceso de constitución de sujetos políticos, pero de un proceso que no es «cualquier proceso». Es que la clase remite a una forma de subjetividad política en la cual los sujetos se reconocen y actúan en el marco de un conjunto de enfrentamientos antagónicos que tienen con otros sujetos por establecer, reorganizar o alterar sus condiciones sociales de existencia. Esas condiciones no son otra cosa que la sedimentación de relaciones sociales que regulan y organizan histórica y contradictoriamente dinámicas culturales, sociales, ideológicas, institucionales y políticas en las que esos sujetos viven y, ocasionalmente, luchan. Así, la constitución de clase es un devenir posible (mas no necesario) a partir del momento en que un colectivo social asume una «disposición a la lucha»23 originada en una experiencia común de específicas e históricas condiciones de vida.

      Ello es lo que habilita potencial o actualmente antagonismos y contiendas de intereses y grupos. Es decir, las contradicciones inmanentes a las relaciones sociales capitalistas «disponen» o «crean las condiciones» a participar de una lucha política, por lo que son potencialmente «conflictivas». Pero la lucha política y los sujetos que a partir de ella se constituyen no se activan «automáticamente». La comprensión de la clase, en tanto sujeto político, es siempre un estado potencial cuya condensación como tal depende tanto de las tensiones estructurantes de las relaciones sociales, como del proceso de subjetividad política que se despliega y desarrolla a partir de aquellas contradicciones y conflictos.

      Entonces, como advierten Gramsci y Thompson, el estudio de la clase no debe abordarse desde una perspectiva de sujetos constituidos, sino más bien como un espacio heterogéneo y disgregado de sujetos en constitución, reconstitución o «desconstitución»24. De esto se trata, de analizar la clase como «proceso» y no como «cosa»; de analizar la clase desde su inherente variabilidad y cambio, y no desde su fijación a un lugar o posición25.

      Pero, además de lo anterior, resaltamos que la configuración subjetiva de clase se realiza, siempre, al interior de una relación social y, por lo tanto, no se puede aprehender más que a través de una relación y, de manera específica, en una relación de lucha con otros. La clase sólo aparece como sujeto político activo cuando sostiene una lucha común que atañe a condiciones de vida también comunes: «los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase»26.

      Los términos «clase» y «relación de clase» son intercambiables, refieren a un tipo particular de relación, específicamente a una relación de lucha27. Dentro de una misma unidad conceptual, la clase no es un a priori a la lucha ni tampoco se alcanza definitivamente a través de ella, pero es en la lucha donde y cuando las clases se constituyen, reconstituyen y, por supuesto, también es en la lucha donde las clases se destruyen o desaparecen. En esta línea, Marín sugiere que no se trata de encontrar qué es lo primario, si las clases o su lucha, sino de entender que el proceso mismo de formación de una clase o, el proceso mismo de su desarrollo, «presupone no sólo la génesis y la formación de clases sociales, sino que la génesis y el desarrollo mismo de las clases sociales es la forma en que se expresa el enfrentamiento entre ellas»28.

      La constitución de los sujetos como clase no se produce de una vez y para siempre, y a «una hora determinada»29, ni tiene exactamente los mismo, «enemigos» contra quienes se cuestionan y disputan, siempre, las mismas condiciones de vida. Al contrario, la constitución como clase produce muchas veces, se pierde y se encuentra de nuevo; tiene que ser afirmada y desarrollada continua y prácticamente en el desarrollo de su acción política. Los sujetos, en su acción política, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellos, retroceden constantemente aterrados ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volver atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta! (¡Aquí está la rosa, baila aquí!)30

      Ello le da a la clase una inherente condición heterogénea y cambiante en su propia emergencia y desarrollo, así como en el alcance o éxito de su lucha. Ante esto, y cuando no surgen exactamente de la misma forma, cuando «no hay ley» para su emergencia y trayectoria, se vuelve imprescindible el análisis empírico sobre el presente de la acción política concreta de los sujetos y de las relaciones de lucha en las que entran. Con su énfasis en el proceso de formación de la subjetividad clasista, lo anterior nos permite mirar formas contemporáneas de constitución de clase que podrían ser aprehendidas a simple vista como «imperfectas», «impuras», «parciales», «erróneas» o «poco efectivas». Por eso, en última instancia, el mayor potencial de esta analítica es la superación de esquemas dualistas sobre las condiciones subjetivas dentro del capitalismo: conciencia/falsa conciencia; racionalidad/irracionalidad; clase en sí/clase para sí, etc.

      Reflexiones finales

      Históricamente, en América Latina los sectores subalternos que expresaron formas novedosas de resistencia y lucha se han caracterizado por su heterogeneidad: indígenas, campesinos, trabajadores informales, clase obrera urbana, entre otros. Declarada la «superación de la política de clases», le tocaría al «populismo» dar expresión política –con más o menos críticas– a esta abigarrada realidad de los sectores contestarios o disidentes, a través de la noción unificadora de «pueblo». Cuando este no fue el caso, las políticas de y por la «diversidad» nos ofrecieron un estallido de «identidades». Frente a ambas salidas, atinamos a desconfiar de un despliegue casi teatral de la disidencia que, o es fragmentado y gestionado como un gran «mercado de identidades», o niega cualquier potencial vocación hegemónica que no sea una inacabable sustitución de proyectos políticos que pueden ser discursiva y contingentemente universalizables.

      Ante a este laberinto, en este artículo señalamos que una analítica de clase se vuelve urgente para pensar y buscar no la homogeneización de los sectores subalternos, ni tampoco un nuevo sustrato subjetivo de universalización que ocupe el lugar del «pueblo», la «nación» o la «ciudadanía». Al contrario, sostuvimos que sólo la heterogeneidad de los sectores subalternos –sus formas de nombrarse a sí mismos, de identificar enemigos, de luchar contra ellos y de elaborar alternativas y cambio y transformación– confirma la oblicuidad con la que la conflictividad de clases se manifiesta y ratifica su vigencia ordenadora de las relaciones sociales de explotación y dominación. Si los focos de resistencia en nuestra región recuperan cuestiones que no son o no fueron inquietudes incorporadas por las organizaciones de clase más clásicas


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