Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973. Michael Ramminger

Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973 - Michael Ramminger


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se pusieran del lado de quienes luchan por la liberación. Razonaban teológicamente para fundamentar esta lucha, pues el capitalismo se disfraza con valores cristianos y religiosos, al paso que, según su esencia, practica en realidad el culto a los ídolos de la propiedad privada, de la sociedad de consumo y del egoísmo, por lo que se trata de destruir estos falsos dioses95. Pero por otro lado, no derivan de ello ninguna práctica específica ni una forma propiamente cristiana de tomar parte en esta lucha, descrita más bien como «una lucha común junto a todos los verdaderos revolucionarios latinoamericanos, cualesquiera sean sus creencias filosóficas o religiosas». Debería ser obligación histórica de los cristianos estar en esta lucha del lado de los oprimidos y, en caso de urgencia, «si la violencia reaccionaria nos impide construir una sociedad justa e igualitaria, debemos responder con la violencia revolucionaria». El mensaje termina con la cita de Camilo Torres: «El deber del cristiano es ser revolucionario; el deber del revolucionario es hacer la revolución»96.

      La claridad y decisión de este mensaje no guarda relación con la representatividad del movimiento en el contexto global de las relaciones eclesiásticas, pero refleja muy bien la convicción de una parte de las y los cristianos chilenos y latinoamericanos y de la dinámica y euforia de ese tiempo, como lo describe uno de los que participaron en ese viaje97. Otro de los participantes se hacía una autocrítica por la poca representatividad del grupo y por el vanguardismo en la forma del mensaje98.

      En todo caso, la Conferencia Episcopal se sintió obligada a manifestarse críticamente respecto a la actitud y el posicionamiento político de los CPS . Fue esta la segunda vez que el episcopado chileno reaccionaba frente al naciente movimiento, después que lo hubiera ya hecho frente al Grupo de los 80. Así surgía un conflicto, por lo demás inevitable, pero que los CPS explícitamente nunca quisieron, porque se sentían parte de la Iglesia. Pues detrás de la pregunta de si la posición de los CPS era sostenible política y teológicamente y si por tanto podía tener lugar en la Iglesia, se escondía el problema ya mencionado de una disfunción estructural: era inevitable un choque de ambas pretensiones de poseer la verdad: la de los CPS de un cristianismo «liberador», por un lado, y la de la Iglesia Católica tradicional, por otro.

      En todo caso, el viaje y la declaración provocaron tres reacciones de los obispos: una carta de la Asamblea General de la Conferencia Episcopal chilena dirigida directa y personalmente a los redactores y firmantes del «Mensaje a los cristianos latinoamericanos» que fue redactada y publicada en Punta de Tralca el 11 de abril de 1972; una carta del mismo día con el título «Por un camino de esperanza y alegría» y el documento «Evangelio, Política y Socialismos, Documento de trabajo propuesto por los obispos de Chile, Santiago, 27 de mayo de 1972»99.

      En la respuesta directa al mensaje a los cristianos, confirman primero que los cristianos deben comprometerse, por cierto, por un mundo más justo. Luego se refieren al documento de los CPS, al que mencionan con el siguiente texto: «en el que se llama, entre otras cosas, a la violencia revolucionaria para promover al cambio radical del sistema político y social del continente»100. En su carta repiten fundamentalmente dos advertencias: desaprueban la postura «política partidista» del mensaje y exhortan a los CPS a mantenerse al margen de la política y a no ejercer influencias inapropiadas. Además, les aconsejan dejar de ejercer su ministerio sacerdotal o al menos retirarse por un tiempo101. Pero hay todavía un punto más importante que pone de manifiesto la intención de por lo menos ponerle una barrera al interés político y religioso de los CPS 102, es el párrafo dirigido a los sacerdotes no chilenos:

      7. En cuanto a los sacerdotes extranjeros les pedimos que consideren que el hecho de estar en un país que no es el propio debe hacerlos muy prudentes en la emisión de juicios de carácter político. Mucho apreciamos la ayuda sacerdotal que nos prestan, pero con mayor razón que a los chilenos deseamos verlos al margen de los asuntos políticos.

      Esta alocución dirigida a los sacerdotes no chilenos y la exhortación a no exponerse políticamente por hallarse en el extranjero insinúa dos cosas: primera, que el movimiento CPS es una infiltración extranjera, y segunda, que no ha sido el resultado de la dinámica propia de las situaciones chilenas. En realidad una buena parte del clero estaba compuesta en Chile por sacerdotes norteamericanos y europeos –muchos franceses–. Hay que mencionar aquí sobre todo a las congregaciones de la Santa Cruz y del Sagrado Corazón. Muchos de ellos habían llegado a Chile en los años 60 y trabajaban principalmente en las poblaciones103. Así lo ven testigos de ese tiempo:

      Sacamos la cuenta. En la zona sur éramos 33 idiomas diferentes. Como te decía, alemanes, holandeses, franceses, españoles, austríacos. Es decir, era todo un proceso que surgió un poco desde Roma con el llamado de Juan XXIII de mandar curas a América Latina (Entrevista Leemrijse 2016).

      Cristianos por el Socialismo es un movimiento de sacerdotes…, es un grupo que se reúne en la zona sur, yo te digo, yo que viví la experiencia de Pudahuel... éramos muchos en el decanato, eran 12 parroquias y ahí había una minoría de curas chilenos; la mayoría eran extranjeros y en las otras zonas era igual… y el mismo párroco actual de La Legua que también es extranjero, es francés… Entonces en este contexto llega este movimiento de Cristianos por el Socialismo… La mayoría de los curas eran periféricos... (Entrevista Jiménez 2015).

      Una parte de los que viajaron a Cuba no eran nacidos en Chile. Pero una parte importante de los más expuestos y de sus líderes en el pensamiento eran chilenos, como Gonzalo Arroyo, Diego Irarrázaval, Sergio Torres, Martín Gárate, o eran del Grupo de los 80, como Pablo Fontaine, Ronaldo Muñoz, Mariano Puga o Esteban Gumucio, de tal manera que no es sostenible la teoría común y difamatoria que pretende que toda la historia de un cristianismo político en Chile habría sido la obra de románticos revolucionarios de izquierda104. Desde esa perspectiva debe mirarse también la iniciativa que se plasmó en la carta pública: «Sacerdotes chilenos a su pueblo». Esta carta apareció poco antes del encuentro internacional de los CPS en abril. La carta de presentación que pedía firmas iba dirigida exclusivamente a sacerdotes chilenos, porque los autores de la iniciativa sospechaban que más bien estos eran quienes compartían la convicción de que los sacerdotes no debían tomar ningún compromiso político. En esta carta se formuló sobre todo el reproche de clericalismo político que ya estaba en la carta de los profesores en apoyo al Grupo de los 80: «A pesar de sus buenas intenciones, tratan de reanudar el clericalismo y el paternalismo, lo que contradice el pensamiento explícito de nuestros obispos y del episcopado mundial»105. Queda claro que se estaba superponiendo ideológicamente una comprensión distinta del cristianismo mediante la contradicción chilenos-no chilenos106. Muchos de los sacerdotes y monjas extranjeros habían llegado a Chile en los años 60, vivían en poblaciones, compartían la realidad de la pobreza y la explotación, como también la politización creciente en partes de las poblaciones. Dado que había un buen número de sacerdotes chilenos que pertenecían a los CPS y que la mayoría de los protagonistas del movimiento eran chilenos, hay que decir que se trata aquí claramente de un disenso político con fundamentos teológicos para el cual se instrumentalizaron las diferencias de nacionalidad. La «práctica del amor al prójimo» como práctica política condujo forzosamente a una diversidad de organizaciones y valoraciones de los partidos y movimientos en Chile y fue discutida una y otra vez dentro de los CPS y entre estos y otros círculos eclesiásticos, como habremos de verlo en el curso de la presente investigación. Por ejemplo, a comienzos de 1972 el teólogo y sacerdote Pablo Fontaine intervino críticamente abogando por una mayor apertura frente a los diversos partidos políticos y por una mayor distancia de la política partidista y de las campañas electorales. La oficina de los CPS estuvo de acuerdo y decidió lo siguiente:

      Se ve que en nuestro grupo hay una diversidad de opciones políticas y tácticas, diversidad que hay que respetar, valorar y crear un clima de diálogo. No se pueden tomar decisiones o apurar el paso al costo de dividir el grupo. Hay que rectificar la línea de sacar pronunciamientos sin una profundización consciente previa que permita aclarar la diversidad de opciones (…) Dentro de esta perspectiva, el Comité Ejecutivo no envió las cartas apoyando las candidaturas, interpretando una tensión que se sentía en el grupo y reconociendo un procedimiento criticable. En futuras jornadas será necesario dar más tiempo para analizar nuestras


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