Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973. Michael Ramminger

Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973 - Michael Ramminger


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y que posiblemente se llene de asombro ante la decisión y radicalidad de esa gente («radical» viene de radix = enraizado en la tierra, firme, constante).

      Al mencionar especialmente a algunas personas, se corre el riesgo de omitir a otras. De todas maneras quisiera agregar aquí algunos nombres: el sacerdote CPS Antonio Lagos, de Pudahuel, y su comunidad. Ellos nos compartieron sus recuerdos, sus penas y esperanzas todavía actuales. También Luis, Janet y Hernán, con quienes pude hablar en Valparaíso, me dejaron una impresión personal intensa de la historia pasada y presente de un cristianismo luchador, a menudo extenuado, pero por último siempre gozoso en la esperanza. Quisiera mencionar también a mi amiga Juana Ramírez. Salió de su congregación religiosa el 12 de septiembre de 1973 porque esta no quiso estar a la altura de los desafíos derivados del golpe. Juana es una luchadora, una luchadora alegre, y como tal una de las verdaderas religiosas en la Iglesia Católica, de las cuales no hay muchas.

      Quisiera recordar también a Martín Gárate, antiguo secretario general de los CPS, a Alicia Cáceres de La Victoria, quien hablaba de sí misma como obviamente «cristiana por el socialismo», y a Marisol Muñoz, que transcribió muchas de estas entrevistas. Las tres personas recién mencionadas han muerto durante la elaboración de este libro. De Marisol alcancé a saber que su trabajo de transcripción de las entrevistas le dio la alegría de recordar que el cristianismo también puede ser una historia de confiabilidad, humanidad y compromiso social.

      Quisiera agradecer también al Centro Ecuménico Diego de Medellín y a Raúl Rosales por la cooperación y antigua amistad. Por último, agradezco al co-fundador de los CPS, Hernán Leemrijse, quien me ha apoyado siempre y a Mauricio Laborde que pertenece también a la primera generación de CPS, quien me ayudó con sus conversaciones, pero además con la transcripción de muchas entrevistas. Un reconocimiento especial a mi amigo Manuel Ossa quien, con gran sensibilidad y entusiasmo, realizó la traducción del libro. Sin su generosa disponibilidad, el libro no hubiera podido publicarse en Chile.

      Queda todavía por aclarar por qué mis hijos han escrito el prólogo de este libro –prólogo que para mí es muy valioso–. Ambos estudian en la universidad, son activistas políticos y tienen una mirada crítica –y con buenas razones– sobre la Iglesia en sus condiciones actuales. Por esto me era importante conocer la opinión de ambos sobre esta parte de la historia de Chile y sobre el sentido o sinsentido de la presente investigación. Ambos me han apoyado con sus intervenciones críticas y sus valoraciones políticas en las traducciones. Anna-María participó en varias de las conversaciones de 2016 en Chile, interviniendo en ellas con sus preguntas a partir de sus propios conocimientos y de su experiencia personal de trabajo en La Legua. Su juicio es importante para mí y me llena de esperanza.

       1. Historial

      El historial de un tema se refiere a sus antecedentes. El historiador relata hechos del pasado que sucedieron en un futuro en relación con sus antecedentes. Pero nada indica que los hechos de que trata el historiador estuvieran prefigurados en esos antecedentes. Nunca la historia se deriva necesariamente de acontecimientos históricos anteriores. Pero estos acontecimientos pueden poner algunas condiciones para que algo suceda, pues establecen determinadas posibilidades. En otras palabras: en tiempos de la Unidad Popular y de la aparición de los Cristianos por el Socialismo –en adelante CPS– había algunos movimientos históricos que favorecieron el surgimiento de este movimiento, y esto aún en circunstancias previas que no hacían prever para nada la configuración de un grupo de CPS. Nos referimos en particular a tres antecedentes: 1.- El desarrollo de la Iglesia chilena tras la separación de la Iglesia y del Estado en 1925, hecho típico de no pocos países latinoamericanos; 2.- la situación económica de Chile en los años 60 y la fundación de la Democracia Cristiana en 1957, luego su crisis y su división, con la fundación de varios partidos, primero el MAPU, luego la división de este, más tarde la fundación de la Izquierda Cristiana (IC); y por último; 3.- el gran acontecimiento de reforma de la Iglesia Católica que fue el II Concilio Vaticano en 1963-65, o mejor, el pacto de las Catacumbas y la Conferencia de obispos latinoamericanos en Medellín en 1968.

      1.1. La Iglesia chilena: separación de la Iglesia y el Estado

      A comienzos del siglo pasado en Europa la secularización había llevado a la Iglesia Católica a un integrismo y antimodernismo masivo, por un lado, y al desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, por otro. Dos intereses estaban detrás de ello: primero la consolidación y el fortalecimiento de la Iglesia Católica desde adentro, y segundo el mantenimiento del poder social hacia fuera, frente a la secularización y al nacimiento del movimiento obrero. El desarrollo eclesiástico fue semejante al europeo en algunos países de América Latina como el Uruguay, Brasil, de alguna manera México o también Chile. La separación de Iglesia y Estado consumada en 1925 traía consigo para la Iglesia Católica una considerable pérdida de poder, situándose como la última y lógica consecuencia institucional de la lucha por la independencia del poder colonial español (1810-1820) y de la Ilustración liberal-burguesa que había acompañado el nacimiento del nuevo Estado. Esta pérdida de poder ponía a la Iglesia ante nuevos desafíos. La reacción de la Iglesia ante ello tiene que ver mucho más con la necesaria reestructuración y el mantenimiento del poder social, que con el «el bien del pueblo»1 relevado por una historiadora alemana. Después de haber roto, al menos formalmente, con la alianza poco santa entre el trono y el altar, la Iglesia debía desarrollar por primera vez en su historia una estrategia propia para anclarse socialmente, pues hasta el momento había estado claramente ligada a la oligarquía y se hacía presente sobre todo en la zona central2. En 1960, con 7,2 millones de habitantes, había sólo 549 parroquias, concentradas mayoritariamente en las ciudades y con pocos sacerdotes en los barrios pobres3. Pero la Iglesia no se sentía afectada institucionalmente sólo por la separación del Estado, sino también en lo social por el nacimiento de Partido Socialista de Chile –hecho inquietante para ella desde su perspectiva– cuyo candidato presidencial ganó en 1932 un considerable 18% de los votos. En ese tiempo ya estaba sindicalizado un 5% de los trabajadores. La reacción de la Iglesia chilena ante el surgimiento del movimiento obrero socialista y comunista fue semejante a la europea: por el lado ideológico, con la doctrina social católica (cristianismo social) y ante la Ilustración burguesa, con el antimodernismo. En la práctica promovía la formación de intelectuales católicos (laicos, por primera vez en la historia de la Iglesia), por ejemplo con la Acción Católica y la inversión en colegios propios, con el objetivo de fortalecer o mantener su posición de poder y contrarrestar la laicización anticatólica de los países.

      Este es el contexto histórico ambivalente y contradictorio del origen de muchas organizaciones e instituciones de la Iglesia Católica en la primera mitad del siglo pasado de las que se esperaba la conformación de grupos de intelectuales católicos. Andrea Botto4 escribe sobre el punto que en ese tiempo se crearon, por ejemplo, las Semanas Sociales (encuentros de intelectuales católicos, empresarios y obreros), los Círculos de Estudio, donde se trataba de darle una sólida formación a una «élite dirigente». En ese tiempo se funda también la ANEC (Asociación Nacional de Estudiantes Católicos) –pensada explícitamente como antagonista de la FECh (Federación de Estudiantes de Chile)– y la Acción Católica5. En 1943 se fundó la JOC (Juventud Obrera Católica) con el apoyo del cardenal José María Caro. En la Universidad Católica de Santiago se agregaron seis nuevas Facultades entre 1920 y 1953 (Arquitectura, Economía, Filosofía, Pedagogía, Medicina, Ingeniería y Teología) y cuatro escuelas (Servicio Social, Enfermería, Ciencias Biológicas y Artes Plásticas), además del Club Deportivo y el Hospital.

      Totalmente al revés de como se podía pensar, el mantenimiento del poder de la Iglesia (como aparato espiritual clerical y jerárquico) y la guarda de las relaciones sociales (en particular el vínculo con el Partido Conservador) debía llevar a que por primera vez el catolicismo (parte del clero y los laicos) se ocupara seriamente de las situaciones sociales del país. Es verdad que ello concordaba de alguna manera con la doctrina social católica sobre una cierta nivelación social. Algunas de las consecuencias de este proceso fueron totalmente opuestas a los intereses del mantenimiento del poder y de la vuelta al catolicismo tradicional6.


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