Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973. Michael Ramminger

Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973 - Michael Ramminger


Скачать книгу
que pensaran distinto y amenazaría la unidad de la Iglesia:

      1. El sacerdote puede, como todo ciudadano, tener una opción política; pero no debe en ningún caso dar a esta opción el respaldo moral de su carácter sacerdotal. Por esto, siguiendo la línea tradicional de la Iglesia chilena encarnada en el Cardenal Caro y en Mons. Manuel Larraín, hemos insistido, y volvemos a insistir ante nuestros sacerdotes, para que se abstengan de tomar públicamente posiciones políticas partidistas. Lo contrario sería volver a un clericalismo ya superado y que nadie desea ver aparecer de nuevo. (…) 2. La opción política del sacerdote, si se presenta, como en este caso, a modo de lógica e ineludible consecuencia de su fe cristiana, condena implícitamente cualquiera otra opción y atenta contra la libertad de los otros cristianos32.

      Con ello –aún antes que existieran los CPS propiamente dichos– quedaba instalado el conflicto en sus grandes líneas que habían de determinar las discusiones del movimiento con la Iglesia: primero, el papel reservado y distanciado de la Iglesia Católica romana ante la Unidad Popular. Aun cuando el cardenal Silva Henríquez había reconocido la legitimidad de la victoria electoral de Allende, este debió conquistarse, contra el cardenal y la Iglesia, la investidura en su cargo con el Te Deum tradicional. Por otra parte, estaba presente la preocupación por la unidad, es decir, el mantenimiento institucional propio que se había planteado como problema ya desde el comienzo de la separación de Iglesia y Estado. Esta forma de sostener que ella es la Iglesia de Chile, esto es, una institución que abraza por igual a todas las clases sociales, no podría dejar de ser cuestionado desde el evangelio33. Los dos argumentos alegados por los obispos tenían como base la sospecha de que una opción por el socialismo llevaba siempre implícita una opción por el marxismo (Nºs 3 y 7), opción que no era aceptable por tratarse de una «ideología» en vez de la doctrina social católica (cristianismo social), y por instrumentalizar el sacerdocio para esa ideología, como lo pretendían los obispos.

      La carta de apoyo

      La jornada suscitó un debate público que mostró hasta qué punto en vastos círculos de la intelectualidad católica el supuesto «apoliticismo» de la Iglesia quedaba desmentido por el hecho de que un grupo de sacerdotes tomaba partido claramente por el proyecto de la Unidad Popular. Quienes así tomaban posición estaban criticando también la vía demócrata cristiana de la «revolución en libertad» y rechazaban la doctrina social católica. Un grupo de profesores de teología tomó entonces la palabra publicando una carta de apoyo34. Al igual que los participantes de la jornada, en su carta apoyaban decididamente el análisis según el cual el capitalismo dependiente era la causa de los problemas sociales de Chile y llamaban «violencia institucionalizada» a esta situación, remitiéndose para ello a la Conferencia de obispos latinoamericanos de Medellín de 1968. Según ellos, el amor al prójimo no podía dejar de relacionarse con los problemas estructurales y la situación política de la hora:

      El evangelio nos dice que el presente es decisivo y que en el presente hay que optar impostergablemente por el prójimo. En nuestro Chile actual, tal opción no puede ser ajena a los problemas de la estructura social ni al proceso político que está teniendo lugar.

      Uno de sus argumentos principales era el desmontaje del reproche generalizado de que los cristianos de izquierda convierten su fe en una ideología. La politización podría dividir a la Iglesia –ese era el temor latente en la primera intervención de la Conferencia Episcopal. Los profesores de teología dieron vuelta el argumento, aclarando que una praxis solidaria al lado de los pobres significaba por el contrario una «desideologización» de la Iglesia. Refiriéndose en las bienaventuranzas de Mt 25, constataban que la fe cristiana imponía la obligación de estar con los oprimidos y por ende con las fuerzas políticas más cercanas a ellos. En la carta de apoyo se critica el hecho global de que la fe cristiana había estado siempre ideologizada a lo largo del tiempo, por contemplar el mundo y su historia de manera abstracta y desde el punto de vista de los dominadores:

      Pensamos que la declaración de ustedes es significativa, porque afirman que ‘la razón profunda de este compromiso es la fe en Jesucristo’. Ello constituye un testimonio de que la fe cristiana es ante todo una fuerza crítica que hace que el hombre se abra al futuro como futuro de libertad. En contra de lo que algunos han pensado, esto significa ‘desideologizar’ la fe. La fe cristiana está permanentemente amenazada de transformarse en ideología y la historia nos lo demuestra fehacientemente. El camino de la desideologización es devolver a la fe su criticidad sobre el statu quo.

      Agregan que el cristianismo había estado expuesto siempre al peligro de «constantinismo», esto es, a que el poder dominante lo utilizara como instrumento. En la declaración no se habla de un «socialismo cristiano» ni de un «camino cristiano hacia el socialismo», sino sencillamente de tomar parte en las luchas políticas por una sociedad justa. Por eso mismo, –por no orientarse hacia un «clericalismo de izquierda»–, esta declaración es la «superación del constantinismo». Pues por el contrario, el clericalismo ha buscado siempre entregar poder económico, político o ideológico a los clérigos:

      «Se ha reprochado a ustedes el estar cayendo en un ‘clericalismo de izquierda’ y el provocar ‘desorientación en los cristianos’. Creemos que ambas acusaciones son injustas (…) El constantinismo es la tentativa, realizada por cualquier tipo de poder (social, económico, político), de apoderarse del nombre de ‘cristiano’. El compromiso de los cristianos con la construcción del socialismo de ningún modo es un intento de construir un ‘socialismo cristiano’ o de proponer una ‘vía cristiana hacia el socialismo’. En ese sentido la declaración de ustedes es un paso más en la superación del ‘constantinismo’ y de cualquier clericalismo político. Este clericalismo se caracteriza además por perseguir la obtención de ciertos privilegios para la Iglesia de parte del poder político. Es evidente que en la declaración de ustedes no hay nada de eso».

      Un compromiso con la situación política concreta y con la praxis –agregan– debe tomar conciencia de que son los partidos marxistas los que en Chile conducen el proceso y que por lo tanto hay que colaborar con ellos, sin limitarse a un solo partido. Los profesores anotan que eso es lo que está sucediendo. La pregunta por la unidad de movimientos y partidos es aquí, igual que en la declaración de los 80, un tema que se reiterará varias veces hasta el golpe en 1973.

      «La lucha de clases existe. Es una realidad presente»

      Otro tema del que trata la carta de apoyo es el de la lucha de clases, un tema que deberá jugar siempre un papel importante, al menos subterráneamente. En este punto se inicia un conflicto que va a atravesar más tarde toda la discusión en torno a la teología de la liberación. Mientras una parte de la Iglesia oficial, sus instituciones y los enemigos de la teología de la liberación van a decir que los cristianos de izquierda «propagan» la lucha de clases, el grupo que apoya a los CPS sostiene y con razón que la lucha de clases es una realidad empírica y trasversal, incluso dentro de la Iglesia:

      La lucha de clases no es un concepto, es la más cruda realidad. Prescindir de ella sería justificar la situación actual de miseria e injusticia. Nosotros aceptamos la realidad para superarla con un amor que, transformado en fuerza política, libere a pobres y ricos y acelere el día cuando ya no se escuchará el grito angustiado de los que sufren (…) También consideramos positiva la declaración, porque ella abre un diálogo de gran importancia al interior de la iglesia. La Iglesia no es ajena al fenómeno de las clases. Ello significa que en su interior existe un lugar para los que hemos tomado este tipo de compromiso…35

      Con este tema recogido ahora por los profesores, el Grupo de los 80 había tocado un punto por cierto altamente sensible. El reproche de propagar la lucha de clases vuelve a expresarse en una carta del teólogo y sacerdote Beltrán Villegas publicada en El Mercurio del 20 de abril:

      5. Si hay algo claro para cualquier estudioso del Evangelio, es que el pensamiento de Jesús no opera con los conceptos de ‘clases sociales’ y que sus pronunciamientos recaen sobre una zona de la existencia humana infinitamente más honda, compleja y universal que la que es determinada por los roles antagónicos que


Скачать книгу