Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973. Michael Ramminger
del así llamado «Pacto de las Catacumbas». Entre los discípulos de Vives Solar estaba también Clotario Blest, fundador en 1953 de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores de Chile) y en 1965 del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). El sacerdote obrero y miembro del MIR Rafael Maroto perteneció también a esta generación: nació en 1913. De la misma generación era también el cardenal Fresno, quien suspendió del ejercicio del sacerdocio a Maroto en 1984, su antiguo colega seminarista.
En estos ejemplos se ve claro que a comienzos del siglo pasado una sucesión de hechos llevó a que se desarrollaran –como por una astucia de la historia– diferentes corrientes de un catolicismo que influyeron sucesivamente en que se dividiera el Partido Conservador, se fundara la Falange y luego el Partido Demócrata Cristiano y este se volviera a dividir en la coyuntura política de la Unidad Popular. Como lo escribe el teólogo de la liberación Alberto Moreira, una parte del catolicismo se politizó en la medida en que la realidad social penetró intelectualmente hasta llegar a criticar a la jerarquía católica y al cristianismo social. Lo mismo sucedió en otros países latinoamericanos como Brasil7 y fue una de las condiciones previas del comienzo de la teología de la liberación y, en Chile, de la formación de los CPS, como se lo puede comprobar en muchas de las biografías de sus miembros. Ya desde los años 1950 y más aún en los 60 se va desarrollando una corriente de izquierda en el cristianismo, contraria a la restauración conservadora de la Iglesia, que cuestiona el papel central que ha jugado hasta ahora la Iglesia como parte de la élite dominante en los países latinoamericanos profundamente marcados ideológicamente por el catolicismo.
1.2. Democracia Cristiana y situación económica de Chile
El comienzo del siglo XX marca un cambio en la sociedad conservadora y clasista, oligarca y postcolonial que había sido Chile, y que va llegando a ser entonces una sociedad burguesa de clases. Aunque la producción de bienes de consumo (textiles y calzado) había crecido y el trabajo industrial había aumentado hasta representar el 70% de la fuerza de trabajo, este cambio no había favorecido a la gran masa de la población, sino sólo a una minoría. Este crecimiento –aunque desigual– se debía a que sobre todo desde la presidencia de Pedro Aguirre Cerda y la fundación de la Corporación de Fomento de la Producción en 1939 el Estado había procurado la industrialización del país mejorando la infraestructura energética y secundando la industrialización para suplir la producción de mercaderías que, debido al estallido de la 2a Guerra Mundial, no podían importarse. Más adelante, en 1962 el Presidente Jorge Alessandri había dado los primeros tímidos pasos hacia una reforma agraria, pero la avanzada real en este dominio se produjo recién en 1967 cuando el Presidente Frei Montalva dictó la nueva ley de reforma agraria8, cuya necesidad económica se imponía no sólo en términos de equidad y justicia social, sino de ampliación del mercado de los productos sustitutivos de importación procedentes ahora de la industria nacional. El cobre, la mayor riqueza en recursos que tenía Chile, estaba completamente en manos de empresarios norteamericanos estadounidenses. Durante el gobierno de Frei Montalva, en 1969, Chile se hizo con el 51% de la principal minera norteamericana. Fue el llamado proceso de «chilenización» del cobre, que habría de culminar –precariamente– con su «nacionalización» en tiempo de Allende. Influido por el cristianismo social, el Partido Demócrata Cristiano promovió además el proceso de maduración política, mediante la fundación de Juntas de Vecinos, el apoyo a la sindicalización campesina y a otras instituciones sociales. En lo demográfico, la ciudad de Santiago se había duplicado en veinte años (1940-1960), creciendo de casi un millón a dos millones de habitantes. El film «Ya no basta con rezar» ofrece un cuadro impresionante de la pobreza y de las relaciones de poder del tiempo inmediatamente anterior al triunfo electoral de la Unidad Popular con las que estaban confrontados las y los cristianos influidos por el cristianismo social9. Pero al mismo tiempo ha de tomarse en cuenta que la política demócrata cristiana debía ofrecer naturalmente una cierta satisfacción al descontento social en aumento por las relaciones capitalistas vigentes. Pues la Democracia Cristiana enfrentaba también en Chile a fuerzas políticas cada vez más numerosas que, en consonancia con los movimientos revolucionarios mundiales, como el de Cuba, favorecían vías políticas que iban más allá del capitalismo, aun cuando las ideas y estrategias políticas de tales vías divergían mucho entre sí. Además de los partidos tradicionales de izquierda, como el socialista, el comunista y el MIR fundado en 1965, había corrientes que originariamente se habían inspirado en el cristianismo social de la Democracia Cristiana: el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria), fundado en 1969, y la IC (Izquierda Cristiana), de 1971. Es posible que algunos discrepen aquí, –y con razón, como mejores expertos en historia de Chile– por el exceso de importancia que parecemos atribuirle al papel del desarrollo del sector cristiano para la formación de la UP (Unidad Popular). De acuerdo, diría yo, pero seguiría insistiendo en que los cambios que se produjeron en la Iglesia Católica desde la separación de Iglesia y Estado en 1925 jugaron un papel no menor. En todo caso fueron ellos, con el nacimiento del cristianismo social y las evoluciones de la Iglesia a nivel mundial, que también deben mencionarse, los que por último constituyeron el tercer factor que dio origen a los Cristianos por el Socialismo.
1.3. El II Concilio Vaticano y el Pacto de las Catacumbas
Hacía ya tiempo que las situaciones de pobreza y los florecientes movimientos de liberación habían despertado a la Iglesia. Los cubanos habían triunfado en 1959 contra la dictadura de Fulgencio Batista, aportando así también al ambiente de cambios. Pero, como lo escribe Enrique Dussel, las convicciones políticas de muchos cristianos y cristianas no estaban en consonancia con su fe tradicional. Vivían en mundos paralelos, porque su teología (ideología) no era capaz de conjugar compromiso político con fe cristiana10. Esto cambió recién con el II Concilio Vaticano del que Dom Helder Câmara decía, citando a Juan XXIII: «Hay que sacudir el polvo imperial que se ha depositado sobre la cátedra de Pedro desde Constantino»11 . A pesar de que aquí se trataba en primer lugar de la reforma de la Iglesia y que el paradigma dominante que se aplicaba a las ideas de cambios sociales era el «desarrollismo», sin embargo se marcaba ya la entrada y brotaba el germen desde donde se desarrollaría la teología de la liberación en la Iglesia oficial, sobre todo naturalmente en la de América Latina. Esta evolución se ve nuevamente en el arzobispo Câmara: en 1969 dijo del concepto de «desarrollo» que se lo debía caracterizar como «una palabra desdichada y una categoría dudosa…», y que «liberación» era más completa y más bíblica12. Al término del II Concilio Vaticano tuvo lugar el llamado Pacto de las Catacumbas13 con el que inicialmente cuarenta obispos se comprometieron con Helder Câmara, luego más de cuatrocientos, a llevar una vida de pobreza y al servicio de los pobres. El obispo Manuel Larraín estaba en el núcleo de este grupo de aliados. Este obispo era consejero de la Acción Católica de Chile junto con Alberto Hurtado. Câmara había escrito de Larraín en una carta anterior: «Larraín y yo vamos a emprender una operación difícil: salvar el tema de la pobreza…»14. El Pacto de las Catacumbas confluyó por su parte en 1968 con la Conferencia Latinoamericana de Obispos en Medellín y la formulación de la «opción por los pobres». La Iglesia Católica se había abierto históricamente a las «esperanzas y angustias» de la gente15. José Comblin escribió a este propósito: «Era el tiempo de la utopía. Se impuso la idea de que todo era posible. Cuba mostró que las personas pueden tomar la historia en sus manos… Sólo había que quererlo para cambiar la sociedad capitalista en una socialista»16. En Chile, Aldunate declaraba después de la victoria electoral de la Unidad Popular:
Yo había votado por Tomic (el candidato de la DC) y el día que triunfó Allende fui a la Alameda y vi llegar grandes olas sucesivas de la gente más pobre de Santiago: venían contentos, bailando y cantando, porque por primera vez en su historia tenían un Presidente que iba a responder a sus anhelos y derechos. Ahí vi yo la esperanza de ese pueblo y tomé la resolución de trabajar para que no se viera frustrada17.
Resumiendo, se puede constatar que tres factores constituyeron la base sobre la que pudo nacer el movimiento de Cristianos por el Socialismo en el tiempo de la Unidad Popular: 1. La separación de Iglesia y Estado un siglo después de la declaración de la independencia de Chile y la necesidad que