Cuando se cerraron las Alamedas. Oscar Muñoz Gomá

Cuando se cerraron las Alamedas - Oscar Muñoz Gomá


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esté más claro y puedas tomar una decisión más definitiva. Greta me aseguró que te va a acoger. Ya ha recibido varias solicitudes, pero tú tendrás un lugar asegurado. Y ahí no entrará nadie a buscarte. Te darán una visa de cortesía si es que optas por un exilio en Suecia.

      − No sé qué decirte−. Juan Pablo expresaba sus dudas en el rostro, pero quizás no tanto por el hecho de irse del país como porque dejaría de ver a Margot, quizás por cuánto tiempo.

      − ¡Nada, hombre! Ya, vamos al desayuno que nos espera.

      − Hay otra cosa que me preocupa. Es Simón. ¿Habrá posibilidades de que también se vaya a la embajada sueca? Yo creo que su vida peligra más que la mía.

      − ¡Uf, qué complicado! Pero tienes razón. Volveremos a hablar más tarde y le diré.

      Se incorporaron a la mesa del desayuno. Ricardo comentaba su sueño de la noche.

      − Fue extraño−, dijo−. Me encontraba en una casa de playa con otra gente y de pronto vi un animal muy raro. Tenía el tamaño de un perro ,pero no era perro. Tenía unas especies de crestas puntiagudas sobre el lomo. Los perros verdaderos que había alrededor le ladraban furiosos, con sus pelos erizados de terror.

      − Eso es un dragón, un dragón del tamaño de un perro−, comentó Benjamín.

      − ¡Eso es!−, exclamó Ricardo−. Precisamente, era un dragón, pero pequeño y no tenía cola. Tampoco echaba fuego.

      − El dragón es una de las figuras terribles del Apocalipsis−, aportó Juan Pablo−. Representa al demonio.

      − Es un sueño muy realista−, mencionó Simón, que ya había bajado con Gloria y alcanzó a escuchar el relato de Ricardo−. El demonio ya está entre nosotros y tiene un nombre. Ayer lo mostró la televisión, sentado, con anteojos muy oscuros y cara de perro. Y es un demonio que nos ha traído el apocalipsis.

      − Ya saliste con la tuya−, se mofó Benjamín−. Andas viendo demonios por todas partes. ¡Si fue un sueño, nada más! Y tú, ¿qué soñaste?−, se dirigió a Simón−. Cuenta, algo habrás soñado.

      − Yo no sueño nada−, contestó el aludido, molesto.

      − Ya, a relajarse, que tenemos un largo día por delante y muchas cosas en qué pensar−, sugirió Margot que temía un nuevo enfrentamiento verbal entre su hermano y Simón−. Además, no dejemos que estos huevos se enfríen, así es que ¡a servirse lo que más les apetezca!. No hay mucho pan, pero aquí hay unas galletas.

      Ricardo propuso encender una radio para conocer las últimas noticias. Transmitían música folklórica chilena de Los Quincheros y Los Cuatro Huasos, el folklore de los dueños de fundos, como le decían los intérpretes de la nueva canción chilena.

      El mal humor se había asentado de nuevo en Simón y contagió el ambiente.

      − ¡Estos huevos revueltos están exquisitos!-comentó Juan Pablo, más para tratar de cambiar el tema y alivianar la atmósfera, que amenazaba ponerse densa. Saboreaba una porción sobre su pan mientras se servía un café amargo.

      Llegaron los niños y pidieron sus desayunos. Gloria se levantó a prepararles un té con leche. Con su algarabía llenaron el ambiente y relajaron las tensiones que amenazaban reaparecer entre los adultos.

      1 Frase de una popular tonada chilena.

      7

      Tan pronto terminaron el desayuno Margot llamó a Simón aparte. Salieron al jardín.

      − Simón, existe una posibilidad de que te asiles en la embajada de Suecia. La representante es amiga mía, vive cerca y Juan Pablo se irá a esa embajada.

      − ¡Ah, no! Te lo agradezco, Margot, pero no me voy a asilar. Tengo un compromiso. Yo me quedo aquí, en Chile. De hecho, hablé por teléfono con un compañero que me pasará a buscar al término del toque de queda.

      − Pero, ¿qué pasará con tu mujer y tus hijos?

      − Ya lo conversamos y está arreglado. Ella se quedará donde su madre. Solo falta ver cómo se puede trasladar. Porque no conviene que se vaya conmigo. Yo tengo que desaparecer.

      − ¿Quieres decir que te vas a ir a la clandestinidad?

      − Saca tus propias conclusiones. Y, perdona, pero no te puedo decir más. Es definitivo.

      Sonó el teléfono nuevamente y Margot se apresuró a cogerlo. Llamaban de parte de la embajadora de Suecia. Era una secretaria que preguntó por Margot y la comunicó con la representante del país nórdico. Ella habló con una correcta pronunciación en castellano y el suave acento y tono de voz que caracteriza a los suecos.

      − Margot, como te dije, tenemos muchas solicitudes de gente que quiere asilarse en la embajada. Lo he consultado con mi gobierno y me dieron la autorización para un cierto número de personas. Tendrán que acomodarse en las instalaciones que hay. Por supuesto tu amigo será incluido. Me dijiste que está en tu casa. Creo que lo mejor será que yo pase a buscarlo en mi auto, camino a la embajada, ya que estamos tan cerca. Saldré tan pronto termine el toque de queda.

      − No sabes lo que te agradezco, Greta. Estaremos a la expectativa.

      En cierto modo, la decisión de Simón alivió a Margot. La complicaba tener que pedir asilo para dos personas aprovechando su amistad con la embajadora. Si no fuera ese el caso, no habría tenido escrúpulo. Pero sentía traicionar una amistad abusando de favores. Y también podía imaginarse que las embajadas se estarían llenando de pedidos de asilo. Con el grado de beligerancia que había en el país hasta la víspera, era probable que la persecución a los partidarios del régimen depuesto fuera implacable.

      Se acercó a Juan Pablo a contarle.

      − Hablé con la embajadora sueca y ya está todo arreglado. Te pasará a buscar cuando termine el toque de queda. Vendrá ella misma en su auto camino a la embajada.

      Juan Pablo se la quedó mirando sin responder. Su rostro reflejó el cúmulo de incertidumbres que veía por delante. Abandonar el país, quizás por cuanto tiempo, insertarse en un país extraño, decidir cómo ganarse la vida, dejar a su madre y hermanos y, por cierto, lo que más le dolía, dejar a Margot y tantas cosas que quedarían sin hablar. Y también algunas cuestiones prácticas. Necesitaría dinero, sus pertenencias más básicas, hasta la escobilla de dientes. Y sus cosas en la oficina, sus documentos personales, en los que había estado trabajando.

      Apareció Ricardo que había salido al jardín de adelante. Venía corriendo.

      − ¡Margot, viene una patrulla militar! ¡Parece que vienen para acá!

      Margot no lo pensó dos veces.

      − ¡Simón, Juan Pablo! ¡Suban al entretecho o váyanse para atrás, a los bosques que hay por el costado oriente, Simón, tú sabes a qué me refiero. Y cuidado con meterse a la parcela que está a la izquierda! ¡Rápido, no pierdan tiempo!

      Desaparecieron de la vista de Margot y ella se dirigió al acceso de entrada. Se sentían fuertes golpes. Los militares ya estaban en la puerta. Margot les hizo un gesto a Gloria, Ricardo, Benjamín y los niños de que se quedaran tranquilos y no hablaran. Abrió la puerta con su mejor cara de inocencia.

      Un teniente y seis soldados con sus metralletas listas estaban parados en la entrada.

      − Tenemos orden de investigar esta casa. Ha habido una denuncia de una reunión clandestina durante la noche−. Habló el teniente con voz autoritaria.

      − Debe ser un error, aquí no hay nadie más que un familiar, un par de amigos y unos niños−, contestó Margot con una voz vacilante. Se le había secado la boca. Pensó en su vecino y lo odió.

      La


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