Cuando se cerraron las Alamedas. Oscar Muñoz Gomá
A Margot le gusta Francesca. Le levanta el ánimo. Experimenta un calorcito en su espíritu. Por primera vez en mucho tiempo, siente que puede salir de sí misma y reencontrarse con los otros. La casa de Francesca es grande y tiene un enorme jardín, con piscina. Está en las afueras de la ciudad. Le asignan una habitación grande, toda pintada de blanco y con los muebles y cortinas del mismo color, con amplios ventanales y dos camas, para ella y Sebastián.
Invita a Margot al jardín a tomarse un café. Le pregunta de Chile y los dramas que ha vivido el país. Margot le cuenta también de su esposo y de su propia tragedia.
− ¡Mira que aquí no la hemos tenido fácil! ¿eh? Yo no recuerdo los primeros tiempos del franquismo, pero por lo que he oído y aprendido, estos fueron unos brutos. Pero ya no les queda mucho tiempo. El viejo se muere y los cambios no los para ni mi madre, que por agallas no se queda.
Margot le confidencia sus angustias más íntimas. No sabe qué va a ser de su vida y de Sebastián.
− Tengo que empezar a valerme por mí misma, necesito trabajar y tener un ingreso. No quiero ser carga para ustedes. Mi padre podrá financiarme por un tiempo, para arrendar algún pequeño departamento y sobrevivir, pero no puedo depender de eso. Yo en Chile tenía mi trabajo y podía aportar al presupuesto, porque el sueldo de Rodrigo no era muy alto, a pesar de lo que se decía.
− ¡Vamos, mujer! No seas pesimista. ¡Que las has pasado muy duras, es cierto! Pero vas a salir adelante y algo encontraremos. De momento estarás con nosotros y sin apuros, que a mi marido le va muy bien y serás una compañía para mí. Sebastián será un hermano más para los chavales. ¡Y no se hable más!
En los días siguientes Francesca la invita a conocer el centro de la ciudad, sus rincones, las Ramblas. La vida callejera de Barcelona, el barrio gótico, el mar la animan y la hacen olvidar, por momentos, su tristeza. Conversan largo de todo. Hay afinidades recíprocas. Francesca está casada con un abogado y tiene tres niños. Es asertiva.
− Lo primero que haremos será poner a Sebastián en una escuela, aunque ya el año está por terminar. Mira que no es bueno que esté de ocioso. Y luego viene el verano, viajaremos a algunos lugares que te van a gustar y tendremos tiempo para armar tus propios planes, ¿de acuerdo?
Margot tiene la sensación de soñar. Vive una mezcla de tristeza con alegría, de volver a esa edad de la juventud en que la vida está por delante y hay que tomar decisiones sobre qué se quiere hacer. Pero es como una segunda vida, porque ya pasó por eso y vaya como terminó.
Llega el verano, sus calores húmedos y el espíritu estival se instalan. Sus anfitriones la invitan a un viaje en auto por la costa cantábrica. Margot se confunde, se resiste, les dice que no puede aceptar, ya es mucho lo que están haciendo por ella. No quiere interferir con su intimidad familiar. Pero el marido de Francesca, Pere, no admite réplicas. Mira, que no te vamos a dejar sola aquí, que este será un paseo magnífico, no te vas a arrepentir. Él es terminante, tiene un rostro duro, el cabello abundante y negro, pero se revela como una persona generosa. Ya se ha enterado Margot que ha hecho una carrera muy destacada. Es abogado de empresas multinacionales, especialmente de cadenas hoteleras importantes y cada contrato de inversión que maneja le deja unos honorarios suculentos. El viaje los lleva desde Barcelona a Bilbao, donde pernoctan por varios días en un excelente hotel, el Miró. Van en un vehículo grande, con tres corridas de asientos, donde los chavales, como dice Pere, se acomodan a sus anchas en la última corrida. Es un paseo intenso, todos los días una ciudad nueva. Recorren la costa cantábrica, admiran los acantilados y los pequeños pueblos junto al mar. Margot no tiene tiempo para tristezas ni nostalgias. La brisa marina es un refresco para el espíritu. Con Francesca caminan juntas y conversan como si se conocieran desde siempre, los niños corretean por su cuenta y se solazan con las olas. Pere no se despega de los diarios, sobre todo de las noticias financieras y fuma con ansiedad.
Barcelona los recibe de vuelta con los calores de fines del verano de 1975, que se resisten a abandonarlos. A Margot la espera una carta de su padre en que le da noticias de la familia y le informa que le remesará una suma de dinero trimestralmente para que pueda arrendar un pequeño departamento y financiar sus gastos básicos. La carta la trae a la realidad y a las tareas que deberá asumir. Francesca la ayuda en la búsqueda de un arriendo. El corredor de Pere le ofrece alternativas de ubicaciones, espacios, precios. Margot sabe que no puede regodearse, pero le llega una buena posibilidad, no muy lejos del paseo de Gracia y de la Pedrera, excelente ubicación. Es un departamento de un dormitorio, con muebles, con buena vista. Lo toma y se apronta a iniciar su nueva vida.
3
Un día, a fines de septiembre de ese año, la llama Francesca y le cuenta que hay un Centro Latinoamericano donde se reúnen exiliados de distintos países de la región y se organizan actividades culturales, conferencias, películas. Supo que habrá una conferencia sobre la situación chilena en la que habrá un panel con distintos participantes.
− Mujer, vamos, te va a interesar−, le dice Francesca−, te pondrás al día sobre lo que está pasando en tu país. Y conocerás gente interesante, estoy segura.
Margot acepta y deja a Sebastián en casa de un compañero de su colegio. La actividad atrae mucha concurrencia, el golpe en Chile provocó mucho impacto mundial y hay un alto interés en la opinión pública. La conferencia es en un recinto de la Universidad de Barcelona y no queda muy lejos del departamento de Margot. Francesca la pasa a buscar y caminan juntas varias cuadras.
Cuando llegan la sala está casi llena, habrá unas doscientas personas, pero ellas logran ubicar un par de asientos. El panel está formado por dos periodistas españoles de alto prestigio por su conocimiento de América Latina, un comentarista norteamericano y un chileno exiliado, que llegó recientemente a Barcelona. Su nombre es Marcial Moreno. Lo presentan como un alto funcionario del gobierno de Allende. Margot se emociona al pensar que va a encontrar un compatriota quien, quizás, le pueda dar informaciones de primera mano, tanto sobre lo que pasa en su país como respecto de sus conocidos. Piensa en Juan Pablo, de quien no tuvo noticias desde que fue detenido en su casa el día después del golpe. Se le hace un nudo en el estómago y no puede evitar los recuerdos, contradictorios por supuesto. Pero se recupera y pone atención a las presentaciones de los panelistas.
El primero en hablar es precisamente Marcial Moreno. El moderador lo presenta y menciona que fue expulsado de Chile, después de haber estado prisionero en una isla en el sur por más de un año. Margot se estremece porque supo que Juan Pablo también fue detenido en esa isla del sur. Quizás le pueda dar noticias de él. Se anuncia que Moreno está exiliado en España, gracias a una estadía académica que le fue otorgada por la Universidad de Barcelona. Es un individuo bajo, flaco, con grandes entradas en la frente, con bigotes gruesos. Probablemente ya pasó los cuarenta años. Tiene una voz aguda que, inicialmente le molesta a Margot, pero luego se acostumbra. Moreno empieza agradeciendo la invitación a ese acto. Hace un relato muy ordenado de los antecedentes que llevaron al golpe, de la violencia política que se había instalado en el país, las conspiraciones en la derecha, los disensos entre los partidos de gobierno, el deterioro de la economía, la escasez de alimentos, los mercados negros. Tiene un hablar fluido y suena convincente, al menos para Margot. Pero ella observa los rostros del público y nota muchas caras de escepticismo, ceños fruncidos, expresiones de desagrado. Pero no sabe si atribuirlo al rechazo de los hechos mismos o rechazan más bien el punto de vista desde el cual Moreno los presenta. Un joven, probablemente estudiante, se pone de pie y lo interrumpe.
− ¡Señor!−, lo increpa−. Usted está exponiendo una visión reaccionaria del gobierno de Allende. ¿Cómo puede usted haber sido funcionario de ese gobierno, haber sido prisionero de los militares y compartir al mismo tiempo la propaganda que hacen los diarios conservadores y el imperialismo norteamericano?
− ¡Silencio, por favor! - interrumpe el moderador−. Joven, por favor le ruego que espere el término de las presentaciones y después habrá espacio para un debate abierto.
El joven se levanta y se retira de la sala, mascullando algunas palabras de protesta. Moreno toma el desafío y en su respuesta el tono aflautado de su voz se le agudiza.
− Joven, le ruego que no se retire. Estamos