Cuando se cerraron las Alamedas. Oscar Muñoz Gomá

Cuando se cerraron las Alamedas - Oscar Muñoz Gomá


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tengo conocimiento de primera mano acerca de cómo se desencadenaron las circunstancias. Permítame decirle que yo soy víctima del golpe de Estado, estuve detenido en un campo de concentración y no voy a entrar a un relato de las penurias personales que mis compañeros y yo tuvimos que pasar, por dignidad, por pudor. He tenido que exiliarme de mi país, pero eso no me impide analizar la tragedia con algún rigor intelectual, por mucho que me duela. Estoy relatando hechos que analizamos con mucha calma con nuestros compañeros durante el año de nuestra detención. Los errores tenemos que reconocerlos sin perjuicio del repudio a la violencia de la dictadura que se implantó.

      El público irrumpió con un fuerte aplauso. El joven molesto se quedó de pie al fondo de la sala. El moderador le pidió a Moreno continuar con su exposición. Margot estaba impresionada. La sobresaltó la interrupción del joven español, pero después se impresionó más por el aplomo y seguridad con que el chileno asumió el desafío. Ella le encontró toda la razón. Aunque su marido también fue parte del gobierno derrocado, muchas veces conversaron sobre los problemas que enfrentaba el gobierno y la incapacidad de éste para abordarlos con eficacia.

      Moreno pasó a relatar la situación que vivió el país después del golpe militar. Los chilenos estaban sufriendo por partida doble, la represión política con todas sus atrocidades y víctimas y la grave crisis económica que azotaba al país, afectando especialmente a los más pobres. La escasez acabó, explicó Moreno, pero los precios se fueron a las nubes y los pobres apenas pueden subsistir. El desempleo es altísimo. Han llegado unos jóvenes economistas al gobierno que están aplicando recetas de texto como si el país fuera un laboratorio. Concluye afirmando que Chile vive uno de los momentos más oscuros de su historia, pero que confía en que la nación saldrá adelante y tarde o temprano esta tragedia tendrá su fin.

      Recibe una ovación de una parte del público, aunque Margot observa que muchas manos permanecen quietas y los rostros con señales de desaprobación. Claramente la audiencia está dividida ideológicamente. Siguen después los otros panelistas, elegidos cuidadosamente para presentar distintos puntos de vista, aunque ninguno de ellos defiende el golpe de Estado y se muestran dolidos por la ruptura de la democracia en Chile. Más de alguno comenta la ironía de que hubo tantos partidarios de Allende que denostaron la democracia por considerarla burguesa y elitista y ahora están dispuestos a arriesgar sus vidas por recuperarla. El debate que sigue es intenso. No faltan quienes gustan de lucir sus dotes oratorias, pero el moderador limita el tiempo a un máximo de un minuto para argumentar y plantear alguna pregunta concreta.

      Margot está inquieta por la hora. Tiene que ir a recoger a su hijo, pero Francesca le sugiere que esperen al término para que tome contacto con Moreno. La tranquiliza diciéndole que en España se cena tarde y que Sebastián estará bien con su amigo.

      Cuando termina el debate, Margot y Francesca se acercan a la mesa donde están los panelistas. Mucha gente los ha ido a saludar y tienen que esperar a que se despeje algo el ambiente. Algunas personas se quedan para continuar sus conversaciones. Margot se pone inquieta y se aproxima, abriéndose paso. Quiere saludarlo y felicitarlo por su presentación. Le hace falta la cercanía de algún compatriota. Por fin logra llegar a él y se presenta como la viuda de Rodrigo Darrigrande. Moreno se sorprende y le da toda su atención.

      − ¡La esposa de Rodrigo! Por supuesto que me acuerdo de él y de…

      No quiere completar la frase que estima podría ser dolorosa para Margot.

      − No te preocupes−, Margot lo tutea de inmediato. Siente que no hay tiempo para formalidades y excusas, y le cambia el tema−. Me encantó tu charla. ¡Te felicito! Mira, quiero presentarte a una amiga−, le hace un gesto a Francesca para que se acerque−. Ella es Francesca, una gran amiga y benefactora, que me recibió.

      Se saludan, pero hay otra gente que también quiere acercarse a Moreno y conversar con él. Pero ella le insiste que necesita solo un minuto.

      − Tú estuviste en la Isla Dawson. ¿Te encontraste con Juan Pablo Solar ahí, otro detenido político? Entiendo que lo relegaron para allá.

      − ¿Juan Pablo? ¡Por supuesto! Era del equipo−, bromea.

      − ¿Sabes que ha sido de él? Somos muy amigos y me encantaría tomar contacto.

      − Antes de salir de Chile hablamos por teléfono. Él también había sido liberado con la condición de salir del país en diez días, como todos a los que nos soltaron. Me parece que se venía a Inglaterra y si la memoria no me falla, creo que a la Universidad de Oxford. Tenía una invitación.

      − ¿Y cómo podría conseguir sus referencias?

      − Te ofrezco lo siguiente. Yo conozco unos estudiantes de historia, chilenos, que están en Oxford desde hace un par de años. Sé cómo contactarlos y si Juan Pablo está allá es seguro que se han conocido. Dame tu dirección y teléfono para avisarte en caso de que consiga noticias.

      − Te lo agradeceré infinitamente. Mira que Juan Pablo fue detenido al salir de mi casa el día siguiente del golpe y me he sentido culpable todo este tiempo por no haber podido hacer más para evitarlo.

      − ¡No lo sientas así! Hay que sacarse las culpas. Son otros los que deben asumirlas y yo espero que llegue algún día en que los responsables de todo esto tendrán que rendir cuentas.

      Margot sacó un papel de su libreta y anotó sus referencias para Marcial Moreno.

      − Ya tengo tus datos. A ver si nos encontramos alguno de estos días y te cuento más lo que fue nuestra experiencia.

      − Me encantará.

      Se despiden y Francesca y Margot se retiran, buscan un taxi y regresan para recoger a Sebastián en la casa de su amigo.

      4

      Casi un año después de haber sido detenido y enviado a la isla Dawson en el extremo sur de Chile, Juan Pablo Solar fue liberado en agosto de 1974 a condición de salir del país en el lapso de diez días. De no hacerlo, arriesgaría penas muy severas. Sería arrestado y acusado de violar órdenes militares bajo estado de guerra. Hasta podría ser fusilado. De modo que no era broma, debería salir del país como fuera. Pero no estaba desprotegido. Dos de sus colegas y amigos más cercanos, Dante Aguilera y Alejandro Torrealba, se habían estado movilizando durante varios meses en la expectativa de que finalmente Juan Pablo sería liberado y tendría que irse de Chile. Es lo que había ocurrido con otros detenidos de alto nivel jerárquico en el gobierno de Allende, aunque sin haber tenido cargos de connotación política. Otros, en cambio, como José Tohá, que fue ministro del Interior de Allende y un líder político, fue muy maltratado durante su detención y su salud se debilitó al punto que tuvo que ser enviado al Hospital Militar en Santiago, en calidad de detenido. Misteriosamente un día fue encontrado muerto por ahorcamiento, suicidio según las autoridades del hospital, pero una historia que poca gente creyó.

      Aguilera y Torrealba recorrieron varias embajadas averiguando las posibilidades de que Juan Pablo pudiera ser recibido en algún país en calidad de exiliado y tener acceso a un trabajo que le permitiera ganarse la vida. Por supuesto buscaron en embajadas de países que simpatizaran con la izquierda chilena y que sus gobiernos estuvieran abiertos a acoger a los exiliados. Suecia fue el país más amistoso y su embajadora fue muy activa para tramitar solicitudes de acogida. Ella conocía el caso de Juan Pablo por su amiga Margot Lagarrigue, de modo que ese país era el que ofrecía las mejores posibilidades. El único problema era el idioma y aunque el inglés era muy difundido, era un segundo idioma y sería una limitante para tener una buena inserción social. Muchos exiliados chilenos no se regodearon, por supuesto, y aun sin saber ni sueco ni inglés se trasladaron al país nórdico. Las cosas no estaban para regodeos. Además, el gobierno sueco tenía un programa de aprendizaje del idioma nativo para inmigrantes extranjeros.

      Para Juan Pablo surgió una segunda posibilidad, que fue Inglaterra. El gobierno era presidido por el Primer Ministro Harold Wilson, del partido Laborista y simpatizante de izquierda. Wilson dio órdenes para dar facilidades de ingreso a los exiliados chilenos que optaran por ese país, especialmente si tenían antecedentes académicos. Había sido estudiante y profesor en la universidad de Oxford, donde había un Centro


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