Cuando se cerraron las Alamedas. Oscar Muñoz Gomá

Cuando se cerraron las Alamedas - Oscar Muñoz Gomá


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por eso.

      Margot abrazó a su padre. La conmovió la ternura con que le habló. Siempre sintió un gran apoyo en él. Un hombre mayor, pero sano de cuerpo y espíritu. De gran porte, medía un metro con ochenta y cinco centímetros y de una personalidad fuerte. Pero podía ser cálido y cariñoso cuando quería. Quienes lo conocían de cerca sentían un enorme respeto por don Sebastián. Su empresa de productos farmacéuticos era de las más exitosas en la industria. Logró sortear las vicisitudes del período de Allende con mucha habilidad, a pesar de las dificultades para importar materias primas y equipos y los conflictos sindicales.

      Los primeros meses de Margot en Buenos Aires fueron tristes y nostálgicos. Aunque fue recibida con mucho cariño por la tía y su familia, su vida tuvo un vuelco dramático. Fue invitada a visitar amistades de sus anfitriones, pero ella prefería rehusar y permanecer en su cuarto, tendida en su cama mientras su hijo jugaba. Repasaba mentalmente una y otra vez cómo fue que pasó todo, cómo se desencadenó el drama de su país. Para ella fue una segunda tragedia personal en un año. Justo en agosto del año anterior fue cuando perdió a su esposo. Ahora tenía mucha cercanía con su amigo Juan Pablo Solar y a pesar de la tristeza que experimentaba, sabía que se estaba enamorando de Juan Pablo. No dejaba de recordarlo. No supo más de él después de que fue detenido por la patrulla militar. Pero algunos amigos comunes le confirmaron que lo habían mandado al extremo sur, a la isla Dawson, donde los militares organizaron un campo con detenidos de alto nivel político. Por lo menos estaba con vida, aunque quizás en qué condiciones materiales.

      Con los días y las semanas, sus estados de ánimo se debatieron entre la pena y la angustia frente al futuro. Todo era incertidumbre, qué iría a pasar en Chile, si alguna vez podría vivir nuevamente una cierta normalidad, cómo se mantendrían ella y su hijo. Puso a Sebastián en una escuela básica de las cercanías y se dedicó a vagar por las calles para estar consigo misma y matar las horas que se le hicieron eternas. A menudo iba al centro de la ciudad y caminaba mirando el vacío. Recorría Florida de un extremo a otro, Lavalle, la 9 de Julio, Corrientes. Miraba las tiendas, pero no las veía. Caminaba hacia la Recoleta, le contaron de la belleza de ese barrio. Recorría el hermoso cementerio al lado de la iglesia, donde reposan los restos de la alta aristocracia argentina y allí encontraba la paz que se le hizo esquiva.

      En cierta ocasión iba por la cercana avenida Alcorta y de repente, se encontró con la embajada chilena. El instinto la hizo alegrarse por un momento, pero luego tomó conciencia y se alejó. Entraba a librerías a hojear libros, a comprar uno que otro. Se instalaba en algún café a leer, aunque se daba cuenta de que sus ojos solo pasaban por encima de las páginas en forma mecánica. No recordaba lo que leía, como si su memoria hubiera dejado de funcionar. Llegaba a plazas y parques y se sentaba por horas a contemplar a la gente. Estaba fuera de ese mundo agitado y febril que deambulaba por las calles y senderos. No faltó algún oportunista que, al verla sola, quiso abordarla. Era joven y hermosa. Pero tenía firmeza para ahuyentar a los moscardones.

      Las noticias de Chile eran trágicas. El estado de sitio, los toques de queda interminables, los enfrentamientos de militares con grupos armados, la desaparición de activistas opositores eran el pan de cada día. Cuando podía, porque las comunicaciones eran difíciles, hablaba por teléfono con sus padres. Percibía la inquietud en sus voces. Se notaban muy confundidos. La investigación sobre el asesinato de su esposo quedó en nada. Fue sobreseída por falta de pruebas, pero, sobre todo, porque dejó de tener importancia política y el poder judicial, temeroso de la violencia del régimen, se mostró obsecuente y perdió su independencia. Con los meses, otras noticias alcanzaron más relevancia. La situación de la economía era caótica y aunque el desabastecimiento fue rápidamente superado los precios subían a diario. La cesantía agobió a la gente. El gobierno militar denunció la mala gestión del gobierno anterior y le asignó toda la responsabilidad por los nuevos problemas que emergían.

      Conoció a otros chilenos que llegaron a Buenos Aires y participó en reuniones sociales que, en realidad, eran para compartir informaciones y elucubrar sobre los futuros posibles. Al principio la concurrencia era variopinta y de distintos signos políticos. Luego se decantó, a medida que la convivencia de unos y otros se hizo imposible. Los partidarios del nuevo régimen se mostraban eufóricos y descargaron sus miedos pasados con enojos y epítetos. Margot dejó de participar y solo frecuentó pequeños grupos que sabía solidarizaban con el bando de los vencidos y con ella en particular, que había sufrido la violencia en carne propia. Pronto se dio cuenta de que, a pesar de la desconfianza que tenía con el gobierno derrocado, sus simpatías estaban con las víctimas del nuevo régimen. Al fin y al cabo, su situación actual también era consecuencia del clima de violencia instalado.

      El país que la acogió también empezó a vivir un ambiente político parecido. Se sucedieron los asesinatos de líderes sindicales y dirigentes políticos. El general Perón estaba viejo, enfermo y cada vez controlaba menos la situación. Los montoneros desafiaron al sistema político por la vía armada. En las altas esferas del poder se libró una lucha soterrada ante la inminencia del fallecimiento del viejo caudillo. En un último acto de voluntarismo, designó a su esposa como vicepresidenta de la República, lo que significó ungirla como su sucesora. Después de su muerte, a mediados de 1974, todo fue inestabilidad e incertidumbre.

      2

      Margot no puede creer que esté viviendo una vez más un clima similar al que sufrió en Chile. Argentina tiene más historia de golpes y dictaduras militares. Entre los amigos chilenos con los que se reúne cunde la opinión de que es cuestión de tiempo, y probablemente, poco tiempo, de que haya un golpe militar y ahora tendrá características muy parecidas al que ha ocurrido en Chile. En un viaje que hacen sus padres para visitarla, ellos se muestran muy pesimistas tanto con respecto a Chile como Argentina.

      − Hija−, le dice su padre−. Siento decirte que el futuro se ve muy negro en toda esta región. Es seguro que Argentina terminará muy luego en otra dictadura militar y creo que lo mejor será que te vayas a Europa. En Chile no hay ninguna señal de que el régimen se vaya a retirar a corto plazo, como creíamos al principio. Y lo de acá puede ser aún más violento. Los argentinos tienen mucha sangre italiana, mucha pasión.

      La abraza y le acaricia la cabeza. Ella se deja querer. Revive ternuras de su infancia, cuando su padre era el refugio ante sus miedos e inseguridades. Margot teme ahora por su hijo. No quiere arriesgar su seguridad ni tampoco que crezca en un ambiente de angustia eterna.

      − En España tenemos más familia,-prosigue su padre. Tenemos familiares, lejanos, pero hemos intercambiado tarjetas algunas veces y son gente acogedora. Es cierto que ese país también vive una dictadura, pero creo que no va a durar mucho tiempo más. Es terminal. Franco se muere y ya está decidido que Juan Carlos asumirá como rey. Parece un buen hombre, dispuesto a democratizar el país.

      Para Margot, entre continuar viviendo en un país extraño y que va por el despeñadero y trasladarse a otro que tiene altas posibilidades de ver la luz al final del túnel, le parece razonable el argumento de su padre. Y le atrae la perspectiva de conocer el viejo mundo, en particular España, país del que vienen sus ancestros, vascos por el lado de su padre y catalanes por su madre. Esos familiares viven en Barcelona, ciudad histórica, bella y muy atractiva, le dicen. Le parece una ironía del destino que sus ancestros hubieran huido de España precisamente a causa de alguna de las tantas guerras civiles en el pasado y ahora ella regresaría a ese país por las mismas causas, por decirlo así.

      En poco tiempo se encuentra aterrizando con Sebastián en el aeropuerto El Prat, de Barcelona. La espera una especie de prima, Francesca, hija de ese pariente lejano de su madre. Es abril de 1975 y ya la primavera está en las calles. La reconoce por el cartel que muestra su nombre completo, Margot Lagarrigue Sallarés.

      − ¡Hombre! ¡Pero qué alegría conocer a una prima sudamericana!,- la saluda y abraza con fuerza. Margot se sorprende con ese apelativo, pero pronto aprenderá que es parte de la jerga local. Le hace bien sentirse acogida y con tanto afecto. Francesca resulta ser una mujer muy alegre y cordial. Tiene aproximadamente su misma edad, es alta, rubia y lleva el pelo sobre los hombros.-Y este guapo, ¿cómo se llama?- le dice, dirigiéndose a Sebastián.

      Esperan el equipaje y se dirigen al


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