De la Oscuridad a la Luz. Marino Sr. Restrepo
escenario que el Señor me muestra. Me señala al hombre naufragado en este mundo decadente, totalmente esclavizado de sus instintos y sentidos, arrastrando su propio cadáver, pretendiendo vestir esa muerte con orgullo y vanidad, sin enterarse de que ya los buitres de los infiernos lo sobrevuelan, esperando el momento preciso de consumirlo para siempre.
Vivimos la más ardua batalla entre el bien y el mal por las almas encarnadas; estamos al final de los últimos tiempos. Si todo existe al mismo tiempo en la eternidad, incluyendo este mundo material, entonces, dice el Señor, debemos establecernos en armonía con nuestro espíritu y vivir nuestra naturaleza eterna desde ya, como resultado de la redención del pecado, del rescate de la muerte, que nos ha dado el Padre celestial, al enviarnos a su propio Hijo, para pagar el precio con su vida, por la vida eterna de todos nosotros; la vida eterna que perdimos con el pecado original. De lo contrario, viviremos unidos a nuestra naturaleza mortal, llenos de presentimientos de muerte, inseguridades, miedos, vacíos inmensos de amor, soledad, abandono interior y esclavitud al mundo, al demonio y a la carne. El ser humano que no tiene conciencia de su espíritu y tan sólo se dedica a buscar el bienestar de su entidad material, que es la que va a morir, y descuida completamente su alma, diariamente se levanta a sentir la muerte de todo lo que lo rodea.
Si comprendemos lo importante que es vincularnos a la salvación, conectarnos con el agua eterna, respirar los aires celestiales, aceptar que vivimos en un instante de la eternidad, sobre un plano transitorio material, que en cualquier momento se esfuma y que lo único que podemos conservar de toda esa existencia es el amor que vivimos, podremos desvincularnos de la esclavitud del tiempo humano y lograremos vivir para nuestra naturaleza eterna, utilizando cada instante de nuestras vidas como un tesoro de reparación, de capitalización, en la gran economía de la salvación del alma. El Señor muestra con tristeza santa una humanidad que ha llegado al borde de su propio abismo de destrucción eterna.
A pesar de todo esto, el Señor aclara que todos somos sus hijos y tenemos el derecho a la salvación sin importar el estado de pecado en que se encuentra nuestra alma. El diablo no puede tomarse un alma en su totalidad. En el momento de la muerte de la carne, esa alma tiene la oportunidad de renunciar al pecado y reconocer a Dios, salvándose así, a pesar de quedar en un estado alarmante de purificación.
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