De la Oscuridad a la Luz. Marino Sr. Restrepo
los murciélagos se hubiera parado firmes frente a mí y me hubiese dicho que era el presidente de Colombia.
Este hombre no me miraba a los ojos cuando hablaba y caminaba en círculo, como para que todos los que estuvieran allí escucharan con claridad cada palabra. Me explicó que yo estaba secuestrado y que los hombres que me habían llevado hasta allí me habían vendido a ellos. Se identificó con uno de los nombres que usan estas pandillas ahora.
El caricaturesco comandante procedió a mostrarme una lista con los nombres de todas mis hermanas, con sus direcciones y teléfonos correctos. Me dijo que tendría que pagarle una suma de dinero increíblemente exagerada, que yo no tenía, pero de la que ellos insistían tener conocimiento que esa era una pequeña parte de mi inmensa riqueza. Además agregaron que los hombres que me vendieron habían exigido que después de que yo pagara esa suma debían matarme, pues no querían que fuera al pueblo a buscarlos. Después me enteré que esos hombres que me vendieron eran los miembros de una familia muy conocida en mi pueblo, que habían fracasado como narcotraficantes y ahora estaban pagando con secuestrados sus inmensas deudas. También me amenazó con empezar a matar una por una a mis hermanas si yo me negaba a pagarles lo que me exigían. No podría describir con palabras todo lo que pasó por mi mente durante este juicio absurdo en medio de esa oscura noche selvática. Las emociones, que cambiaban aceleradamente de la ira al miedo, del dolor a la angustia, de la venganza al valor, parecían no tener fin. Sentía la mirada de todos estos chacales desnutridos encima de mí como si no tuviese la suficiente carne para devorarme. Todas las cosas que decía el absurdo comandante eran celebradas a risotadas por el grupo de chacales. Después de un largo rato y de ofrecerme un trago de aguardiente que llevaba en una botella de refresco, ordenó que me ataran de nuevo, me encapucharan y me regresaran a la cueva, asegurando que volverían en uno o dos días a recogerme para trasladarme a otro lugar. Los seis hombres que me vendieron se fueron y un grupo de estos muchachos se quedó fuera de la cueva, prestando guardia. Todos los demás se marcharon.
MI EXPERIENCA MÍSTICA, gracias a la visión y revelación de nuestro Señor
Al caer en la cueva después de haber pasado algo más de una hora, comencé a vivir una realidad más cruda de la que había vivido durante los últimos quince días. Muy en el fondo de mi ser albergaba la esperanza de sobrevivir a esta horrenda experiencia; pero después del encuentro con los delincuentes ésta se desvaneció. Iba a enfrentarme a una situación en la que cometer un pequeño error causaría no sólo mi muerte sino también la de mis hermanas. Esto complicó mucho más mi estado, que ya era lo suficientemente macabro; no sólo era yo el que estaba en problemas, sino igualmente toda mi familia. A partir de ese momento debía cuidarme hasta de mi misma desesperación; era un hecho que mi sentencia de muerte me había sido dictada de la forma más dura y cruel; no cabía duda que me podía considerar un hombre muerto. Sólo que no sabía en qué momento ni en qué forma esta orden de asesinato iba a tener lugar.
No hay palabras para describir el horror que viví en esos momentos. Toda mi vida, de repente, se derrumbó ante mí, y sólo podía contemplar las cenizas de lo que quedaba. No podía concebir, ni siquiera por un instante, lo absurdo que era estar en la selva de Colombia a no mucha distancia del pueblo que me vio nacer y del cual me había ido hacía 33 años. Toda mi vida glamorosa que acababa de dejar en Hollywood, todo mi recorrido por tantos lugares del mundo, tanta carrera por alcanzar tantas metas, tantas ambiciones, todo se había reducido a una pila de cenizas. Nada podía cambiar mi realidad de ese momento, por trascendental que hubiese sido la experiencia, ni siquiera el dinero podría solucionarlo porque después de pagar la suma que pedían me ejecutarían de todas maneras. Y no tenía ni la tercera parte de la suma que pedían.
Una gran soledad embargaba todo mi ser; una inmensa desesperación cubría todo el universo que podía concebir a mi alrededor y dentro de mí. No podía expresar nada de este inmenso torbellino de dolor. Me encontraba amarrado, encapuchado e incapacitado para moverme, caminar o realizar cualquier otro tipo de movimiento que diera algo de aire a mi indescriptible pena. Mi angustiada alma buscaba apoyo, algo que me diera la fortaleza que con gran desesperación necesitaba. Todo ese inmenso recorrido de mi pasado, sobre todo espiritual que yo había considerado de gran sabiduría y a veces hasta de gran santidad, no venía a mi rescate. Ninguna de las innumerables fórmulas mágicas, tratados esotéricos, conocimientos metafísicos del ocultismo, mantras que en otras ocasiones parecían haberle dado paz a mi interior, cartas astrológicas que, escasos dos meses, atrás me presentaron un cuadro de grandes éxitos en mi vida, cristales traídos de muchos lugares del mundo, con el fin de proteger mi integridad física y espiritual, toda clase de misteriosos talismanes que me habían sido entregados en medio de grandes rituales inundados de misticismo, un número incontable de amuletos coleccionados en el transcurso de los años de los cuatro rincones de la tierra y cuanta posible presencia mágica pasó por mi vida, no podían ayudarme. Nada, absolutamente nada, vino a salvarme. ¿Dónde estaban los espíritus que por tantos años de espiritismo guiaron mi destino?
Sin más opción que abandonarme completamente en las manos de lo que parecía ser el abismo interminable de mi viaje final, llegó el momento crucial de toda esta experiencia. Lejos de imaginarme que lo que empezaba a sucederme era un llamado, un encuentro con Dios, comencé a vislumbrar con una claridad asombrosa un momento de mi infancia, en el patio interior de la casa, en el pueblo donde nací. Recordemos que llevaba quince días con la cabeza tapada, en la más absoluta oscuridad. Lo único que tenía visibilidad era mi mente, a la que no podemos cerrarle los ojos interiores por mucho que tratemos. Estaba despierto, con plena conciencia del macabro cuarto infestado de murciélagos y los millones de bichos selváticos, pero verme con tan perfecta claridad en mi infancia me colmó de la más angustiosa desesperación.
En este momento tenía 47 años de edad y no alcanzaba a explicarme cómo podía verme con tanta nitidez tantos años atrás. ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Me estaba enloqueciendo? Poco a poco, mi vida se empezó a presentar en mi interior, con la claridad de un momento real de mi diario vivir. Un gran dolor comenzó a embargarme, cuando todas mis malas acciones se presentaron durante el recorrido de mis años.
Fue algo tan impactante e impresionante que pensé que me encontraba en un estado febril y alucinando bajo el efecto de tanta picadura venenosa. Pero algo muy dentro de mí era consciente de que lo que me estaba sucediendo era tan real como saber que me encontraba en la selva secuestrado y temía aceptar tal realidad por no comprender su origen. Después de haber recorrido casi toda mi vida en esta película, decidí pensar que estaba agonizando y todo esto no era más que el desandar de todos los pasos de mi pasado. No podía ocultar la verdad de esta increíble experiencia, verdad que mi alma, en su más profundo rincón, conocía a plenitud.
En la primera imagen que tuve al comenzar esta experiencia, me vi en un triciclo con un palo en la mano, recorriendo rápidamente el patio interior de mi casa, dañando las plantas por donde pasaba. A partir de ese cuadro, todo se mostró con la misma claridad.
De pronto sucedió algo, que tan sólo el Espíritu Santo, en el corazón de cada lector, podría explicar, porque no puedo encontrar palabras para hacerlo. Me encontré, de repente, boca abajo sobre el pasto, sintiendo la frescura de un campo amable. Levanté mi cabeza y miré hacia mi costado derecho. En el tope de una montaña aledaña vi una ciudad iluminada, pequeña, pero vibrante, llena de aparente vida. No estaba iluminada porque fuera de noche, pues el sentido de día o de noche no parecía existir. En ese instante, escuché una increíble voz que, al comenzar a hablarme, transformó toda mi existencia. Una voz tan majestuosa que ni un millón de palabras podrían describirla. Si tomara todos los Salmos que alaban al Señor, no tendría la suficiente belleza para hacerle justicia a la descripción de esa imponente voz. Miré hacia el costado izquierdo y vi mi cuerpo como a través de una cortina de humo, tirado en ese cuarto de terror, amarrado y encapuchado. Lo primero que sentí en mi corazón fue que ya había partido de este mundo, pero no me sentía muerto. Por el contrario, si alguna vez he sentido lo que es vida, ocurrió en ese instante. No sentía peso ni dolor, no tenía miedo ni angustia. Tenía el sentido de un cuerpo, a pesar de verme en la lejanía, en el único cuerpo que yo me conocía, pero esto no parecía importarme. La voz que escuché no era