Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana. José Victorino Lastarria

Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana - José Victorino Lastarria


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a todos los que encontraba al paso, sin embargo de que ellos ni siquiera me echaban una mirada de compasion! ¡Nadie me conocia, la casa que habité en mis primeros años estaba ocupada por jentes estrañas!

      La primera noche que pasé en aquella ciudad deliciosa no tuve donde acojerme: estendí mi manta sobre las losas de una de las puertas del templo de Santo Domingo, i me dormí arrullado por el estruendo de las olas del mar; tuve sueños de ventura, i me desperté, al rayar el sol, riéndome, como si hubiese sido el hombre mas afortunado del mundo. Pero tenia hambre, estaba cubierto de harapos i era preciso pensar en mi situacion; ya me habia puesto en pié para ir a buscar adonde trabajar, cuando se abrieron las puertas de la iglesia. Entré lleno de veneracion i me arrodillé a oir una misa que principiaba. ¡Mi corazon en aquellos momentos fué todo de Dios, me sentia feliz con acercarme a él a pedirle misericordia i amparo! Al acabar su misa el sacerdote, se volvió al pueblo, i con voz trémula i aire apacible, le pidió una oracion implorando el favor de la Vírjen Santísima sobre los desgraciados que acababan de morir en la plaza de Santiago, en defensa del nuevo gobierno que se habia instalado a nombre del rei.

      Esta noticia que oia por primera vez, llamó sériamente mi atencion. Salí del templo, llevando en mi corazon el placer que se gusta despues de haberse acercado a Dios, pero lleno de curiosidad por lo que habia oido decir al sacerdote. Me acerqué a una pobre anciana, que tambien salia, para hacerle algunas preguntas; quise reconocer sus facciones, llaméla por su nombre i ella me respondió con sorpresa: no pude contenerme, la abracé i me le dí a conocer. La pobre vieja habia estado al servicio de mi madre, me habia asistido hasta mi partida a Lima. ¡Lloramos juntos en silencio! i cuando pasó nuestra primera ajitacion, me llevó a su casa i me prodigó mil cuidados.

      De ella supe cuanto deseaba saber de mi desgraciado padre, cuya memoria no existia ya, sino en uno que otro de los habitantes de aquel pueblo. Supe, ademas, que como ocho meses ántes de mi llegada, se habia cambiado el gobierno del rei en Santiago, por medio de una revolucion que presajiaba muchos desastres.

      Algunos dias despues, pude presentarme a varias personas, pero todas me desconocieron; i reflexionando entónces que el hombre, cuando está sumido en la miseria, solo puede confiarse en sus propias fuerzas, principié a trabajar en lo que se me proporcionaba accidentalmente para ganar mi subsistencia i no hacerme tan oneroso a la pobre vieja que me habia facilitado su hogar i su mesa.

      Yo sentia que mi juventud se iba apagando i encontraba en mi corazon un vacío que me hacia la vida insoportable. Los recuerdos que asaltaban mi mente eran todos funestos: solo un pensamiento que me habia acompañado en todas mis peregrinaciones me conmovia agradablemente. Pero era una ilusion vaga, como aquellas que le quedan a uno despues de un sueño delicioso, era el recuerdo de un amor inocente i puro que habia dominado mis primeros años.

      Mi padre acostumbraba, cuando yo estaba todavía a su lado, visitar todas las noches a una anciana viuda, con quien le ligaba una amistad de muchos años; la anciana tenia una hija, menor que yo, la cual por su pureza i hermosura parecia un ánjel. Todas las noches nos reuníamos: nuestras conversaciones eran inocentes, nuestros juegos tambien lo eran; a veces advertíamos que los dos ancianos nos fijaban sus ojos con placer i se sonreian; nosotros nos ruborizábamos i quedábamos en silencio. Yo no tenia durante el dia otro pensamiento que el de llevar por la noche algun dije a mi amiguita Lucía, o el de aprender algun cuento para referírselo, porque sentia un profundo placer de verla con sus ojos clavados en mí durante mi narracion; sentia necesidad de que me mirase i de mirarla yo tambien...

      El amor habia estrechado nuestros corazones i nosotros lo ignorábamos, no hacíamos mas que sentir sus efectos. Este amor fué el que hizo amarga mi separacion de la Serena, ese amor fué el que siempre tuve presente durante mi ausencia, él habia llegado a ser para mí una especie de relijion, que no me atrevia a abjurar, porque temia cometer un crímen, o mas bien porque no podia hacerlo; ese amor era mi vida. Así es que miéntras duró mi mansion en Lima, jamas me atreví a mirar a una mujer, sin que me asaltase el temor de ser infiel a mi Lucía.

      A los dos años de mi residencia en aquella ciudad, supe que habia muerto la madre de Lucía, i nunca mas volví a tener de ésta la menor noticia. Sin embargo, todas mis ilusiones le pertenencian; alguna vez me aficioné de tal o cual mujer, porque mi imajinacion me la figuraba parecida en algo a mi Lucía; siempre que me entregaba a las ilusiones, que son tan frecuentes en la juventud, ella era el único término de mi aspiracion; la ausencia me le hacia mas bella, mas anjelical; i como no habia yo tenido otro amor, i mi corazon necesitaba amar, ella ocupaba sola toda mi alma, i por ella sola vivia.

      Despues de mi llegada a la Serena, traté de tomar noticias acerca de esta linda niña, pero sin descubrir mi corazon; i la vieja María me hizo saber que la antigua, amiga de mi padre, al tiempo de morir, habia encomendado su hija i todos sus bienes a un español que era mui conocido en aquel pueblo por la orijinalidad de sus costumbres.

      Este hombre singular que se llamaba don Gumesindo Saltías, habitaba en una casa aislada, al estremo del poniente de la poblacion, a la orilla de la vega que se dilata hasta la playa: no tenia familia, no se le veia jamas en público, i de los esclavos que le rodeaban, solo uno practicaba las dilijencias que necesitaba en la calle. En esa casa habitaba mi Lucía, i era opinion comun entre todos los de la ciudad que habia enloquecido al poco tiempo despues de muerta su madre, por cuyo motivo jamas se la habia visto por nadie desde aquella época.

      Un año empleé practicando las mas prolijas diligencias a fin de ver a mi querida o de saber algunos pormenores mas sobre su suerte, pero nunca pude avanzar mas en mi objeto. Me propuse andar siempre mal traido para no llamar la atencion sobre mí, i tomé la costumbre de dirijirme a la vega, con mi caña de pescar, todas las tardes, apénas terminaba los pocos quehaceres que tenia. Me colocaba al pié de las paredes de la casa de don Gumesindo, i desde ahí estaba en continuo acecho, i siempre sacando con mi anzuelo los camarones de la vega. Desde aquel sitio, que estaba para mí lleno de encantos, presenciaba la caida del sol en los abismos del mar; sus reflejos iluminaban las aguas de tal modo que parecia que iba a hundirse en una inmensa hoguera, cuyas llamas herian la vista, miéntras que el cielo estaba cubierto i matizado de nubes negras i rojas que a veces me arrobaban el alma i me hacian olvidar a la pobre Lucía. De este modo pasaba la tarde i venia la noche a encontrarme en la misma situacion, porque así permanecia horas enteras calculando i buscando modo de conseguir salir de aquella penosa situacion a que me habia reducido mi suerte.

       Lo único que me sacaba a veces de mis delirios era una voz vaga i suave que entonaba algunos versos al otro lado de la pared i que yo alcanzaba a percibir, porque ésta tenia en lo mas alto unas aberturas largas i angostas cruzadas de dos barras de hierro mui fornidas. Para mí no habia duda de que aquella era la voz de Lucía, i esta persuasion me daba el consuelo mas grande que en aquellas circunstancias podia esperar.

      Mucho tiempo hacia que no recibia mi alma este descanso, cuando una tarde oí patentemente que cantaban estos versos:

      Aunque me olvidas, te adoro,

      i aunque no me das consuelo,

      yo lo tengo porque lloro.

      I despues de algunos mas, que no alcancé a percibir sino mui vagamente, oí con mucha claridad estos otros:

      No creas que porque sufro,

      soi cobarde:

      No hai mal que por bien no venga

      aunque tarde.

      Yo lloraba amargamente al oir estas quejas i me imajinaba ver a Lucía con sus grandes ojos negros cubiertos de lágrimas, sentia que estrechaba mi mano entre las suyas, i mi ilusion llegaba hasta el estremo de persuadirme de que hablaba con ella i de que ¡la poseia para siempre...!

       Índice

      El fruto principal de mis tareas en un año, habia sido la amistad que me procuré con el negro Luciano, que era el único esclavo de quien don Gumesindo se confiaba. Principié a agasajarle i a captarme su cariño, pero era tanto el poder que sobre su


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