Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana. José Victorino Lastarria

Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana - José Victorino Lastarria


Скачать книгу
con otros varios prisioneros i nos condujeron a la presencia del jeneral Osorio, i despues a una quinta inmediata donde estaban los equipajes del ejército español. En el patio de esta casa habia varias mujeres que se ocupaban en vendar una herida que tenia en el brazo derecho un oficial realista. Cuando oí que llamaban a este hombre el coronel Lizones, me fijé en él, porque ese era el mismo apellido de aquel a quien dió muerte mi amigo Alonso en Lima, i ¡cuál seria mi sorpresa al ver que su fisonomía era idéntica a la de la víctima de nuestros estravíos!

      Luego perdí de vista al coronel, porque nos encerraron en una bodega, donde nos dejaron entregados a las angustias que necesariamente habia de producir en nuestros corazones nuestra triste condicion: yo me recliné sobre el suelo húmedo de aquel calabozo, porque ya no tenia fuerzas para resistir la fatiga del cansancio i la desesperacion que se habia apoderado de mí.

      Durante el dia siguiente degollaron en el mismo umbral de la puerta de nuestra prision a varios prisioneros de los que estaban conmigo: yo esperaba i aun deseaba la misma suerte. Llegó la segunda noche i el sueño que en todo ese tiempo me habia abandonado, vino entónces a restablecer mis fuerzas. Hacia mucho tiempo que dormia tranquilamente, cuando oí pronunciar mi nombre a una persona que me habia tomado la mano. Desperté, pero creí que era una ilusion: la luna entraba por la puerta que estaba abierta i a su luz ví que todo parecia en calma i que el centinela dormia profundamente. El que me habia despertado me estrechaba la mano i en silencio me conducia fuera de la prision, pero yo me le resistia lijeramente porque sospechaba que aquello fuera un lazo que se me tendia. Salimos al patio i todavía me condujo a la arboleda sin decirme una palabra, i yo advertia que su mano temblaba i que su respiracion era ajitada.

      Al llegar a una de las tapias, me dijo en voz baja: huyamos por aquí, no temas, el centinela que tú has visto durmiendo nos ha favorecido, porque le he comprado; él mismo me designó el lugar en que estabas.

      —¿Pero quién eres tú, que tanto muestras interesarte por mí?

      —¡Alvaro! ¡no me conoces! Ah; ¡te he ofendido tanto! pero no.... ¡no te ofendí jamas! ¡siempre te he amado!...

      Estas palabras, pronunciadas con ardor, me hicieron reconocer a Lucía; olvidé mi resentimiento i la estreché silenciosamente entre mis brazos; pero me duraba aun la emocion de las caricias i permanecíamos trémulos cuando me asaltó el recuerdo de mi agravio.

      —¿Por qué me traicionaste, mujer ingrata, esclamé, por qué me has engañado? ¡No huiré contigo jamas, nunca! ¡Deseaba hallarte, solo para vengarme de tí!

      —No seas cruel, Alvaro, soi inocente. Huyamos, cuando estés libre sabrás mis desgracias i me harás justicia.

      —No, ¿quién me asegura que esta no sea tambien una traicion? Te aborrezco.... Habla, vindícate, si quieres que te siga.

      —Ya que te obstinas, óyeme i perdóname. En aquella noche fatal en que fugué con Laurencio de casa de mi tutor, creí que marchaba contigo hasta que la luz del dia vino a revelarme mi error; quise volver sobre mis pasos, pero Laurencio me aseguró que tú vendrias luego a reunirte con nosotros, i que si volvia a mi casa encontraria una muerte segura. De engaño en engaño, me condujo hasta Chillan, en donde se encontraba el ejército español en aquel tiempo, i se presentó al jeneral a dar cuenta de una comision que habia tenido durante su ausencia. Despues he sabido que este hombre era el espía que tenian los realistas para comunicarse con sus partidarios residentes en otros pueblos. Perdida ya la esperanza de volverte a hallar, porque Laurencio me notició que habias muerto, quise separarme de él, pero adonde podria yo ir a encontrar el amparo que necesitaba; sola i desconocida en el mundo, no me quedaba otro refujio que permanecer al lado del único hombre que tenia deber de protejerme, ¡porque él me habia sacado de mi hogar i me habia hecho rendirme a sus deseos....! Si bien no le amaba yo, a lo ménos él era mi cómplice i manifestaba amarme. Despues del sitio de Chillan, le mandaron de guarnicion a la plaza de Colcura, yo le seguí, porque en aquel destierro iba a estar léjos de la guerra, léjos de un ejército, que era testigo de mi deshonra i de mis lágrimas. Allí permanecimos hasta hace un mes que recibió Laurencio la órden de juntarse a su batallon, i bien a mi pesar he vuelto a seguir sus pasos. ¡Pero el cielo principia ya a compadecerse de mí! Laurencio murió ayer en la batalla i hoi te alcancé a ver a tí, mi pobre Alvaro, entre los prisioneros. Desde ese momento, no vacilé ni he descansado hasta prepararlo todo para nuestra fuga; ahora seremos felices, ya no te separarás mas de mí, tú eres mi único apoyo, porque te amo como siempre.........

      —Lucía, es verdad que has sido inocente hasta el momento de rendirte a ese hombre perverso que murió ayer a mis manos, porque Dios me le entregó para vengarme; ¡pero ahora eres impura! Faltaste a los juramentos que me hiciste. Yo no puedo partir contigo.

      —¡Alvaro, no me abandones!

      —Tú me has buscado porque murió Laurencio, no porque me amas.

      —¡Dios mio, por qué soi tan desgraciada! ¡Alvaro, perdóname, yo te amo!....

      La esplosion de un fusil i el silbido de una bala que pasó por mi oido interrumpió sus palabras. Nos quedamos pasmados, la alarma principió en la quinta, e inmediatamente fuimos conducidos a la presencia del coronel Lizones, que era el jefe de mas graduacion que habitaba aquella casa.

      El coronel se habia levantado de su cama envuelto en una capa de grana, i al oir que le decian que yo pretendia fugarme ausiliado por Lucía, esclamó furioso i señalándome a mí:—«¡Sarjento, haga usted que le tiren a ese insurjente cuatro balazos en el momento!....» Lucía se arrojó a sus piés pidiéndole mi perdon i él la escuchaba i la replicaba con una sonrisa de furor:—«ese hombre merece en tu corazon mas que yo, Lucía, i no puede quedar vivo.» Esta le aseguraba lo contrario i le protestaba amarle, porque al pretender salvarme habia sido guiada solamente por la gratitud: «ese pobre soldado, le decia, es inocente, yo le conocí en mi pueblo cuando era niña i le debí servicios, por eso queria ahora restituirle su libertad.»

      Ya estaba yo arrodillado esperando que los soldados prepararan las armas que me habian de dar la muerte, cuando oí estas terribles palabras: Lucía, si consientes en ser mañana mismo mi esposa, se salvará el insurjente.—Sí, coronel, a ese precio consiento en ser su esposa de usted. Ya no resistiré mas.—Soldados, gritó Lizones, llevad a ese hombre a su prision.—Nó, repliqué, deseo morir, porque no debo consentir en el sacrificio de esa mujer que me pertenece... Pero ya el coronel no me oia i los soldados me llevaron al calabozo por la fuerza. Yo gritaba frenético i procuraba desprenderme de sus manos, pero ellos me maltrataban i al fin me encerraron violentamente sin tenerme piedad......

       Índice

      Desde aquella escena terrible, estuve privado de mi juicio hasta muchos meses despues. Yo, que habia tenido valor para despreciar la muerte tantas veces en presencia del enemigo, no lo tuve para soportar la desgracia de verme despojar de mi Lucía en el momento mismo de haberla recobrado a fuerza de fatigas i padecimientos. Mi locura me valió la libertad: yo vagaba por las calles cubierto de andrajos, riéndome a veces i otras llorando, pero siempre sin hablar una palabra. ¡Cuando tenia algun intervalo lúcido, consideraba todo el peso de mi desventura i me lastimaba el verme despreciado i aun vejado por todos!

      Lucía habia partido al Perú con su esposo i yo habia perdido para siempre la esperanza de volver a verla siquiera. Pero la fuerza de mi infortunio calmaba poco a poco mis furores i me restituia lentamente a la razon.

      Al cabo de dos años, logré enrolarme de marinero en un buque español que partia para el Callao; i despues de una navegacion penosa, llegué a Lima, en donde debia volver a ver a la mujer que tanto habia influido en mis desventuras.

      Todavía vivia aquel amigo mio a quien debí el salvarme de la pena que sufrió Alonso ocho años ántes: a él me acojí de nuevo i volví a deberle mil favores. La historia de mis desgracias le interesó en gran manera, i si yo hubiese seguido los saludables consejos con que pretendió volverme a mi estado primitivo i consolarme, no me hallaria


Скачать книгу