Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana. José Victorino Lastarria

Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana - José Victorino Lastarria


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situacion en que ella se encontraba era desesperante: desde la muerte de su madre, jamas habia pisado el dintel de la puerta de calle de la casa de su tutor. Este jamas le dirijia una palabra, la forzaba a estar todo el dia sola en un cuarto que le servia de prision, sin ver mas que a unos cuantos esclavos que nunca desplegaban los lábios en su presencia; por la noche se ocupaba en rezar con una vieja, que era su espía i la cual ejecutaba fielmente todas las órdenes de tiranía que le daba don Gumesindo. Se veia, en fin, precisada hasta de reservarse de su confesor, que era el capellan de la casa, porque sospechaba que procedia de acuerdo con su tutor.

      Yo era el hombre mas feliz, porque en medio de la miseria a que me veia reducido, me sentia adorado por la única mujer que habia ocupado siempre mi corazon; pero la pobreza me condenaba a no ver realizadas jamas mis ilusiones. Ella era rica i tampoco podia disponer de sus riquezas: solo podia llorar conmigo nuestra desventura.

      A veces me asaltaba la desconfianza por su amor, porque no hallaba motivo para que una mujer tan bella i de tantas prendas estimables se fijara en un miserable como yo, que para vivir se veia precisado a trabajar de artesano; en un hombre sin porvenir i condenado por su destino a una perpetua desgracia; pero ella me consolaba con sus caricias i me juraba amarme siempre a pesar de todo. A los ocho meses de mantener esta comunicacion, resolvimos fugar de aquel lugar aborrecido i establecernos en otra parte, en donde pudiéramos gozar libremente de nuestra union, i reclamar con el tiempo sus propiedades. Combinamos el plan de nuestra fuga, i a mí me pareció bien consultárselo a Laurencio, el cual se interesó tan vivamente en el buen éxito de la empresa, que prometió acompañarme a donde fuera con mi querida.

      Este hombre que me inspiraba tanta confianza i con quien tanto simpatizábamos, corria entónces la misma suerte que yo; era pobre i desvalido. Habia llegado a la Serena casi a un tiempo conmigo, pero se ignoraba de dónde i con qué fin: él decia que habia sido comerciante en su pais i que viniendo al Perú con sus negocios, un naufrajio le redujo a la indijencia. Despues veremos la verdad de este relato.

      El dia de la Cruz de Mayo de 1813, debia efectuarse nuestra partida a las dos de la mañana, i Lucía habia de salir vestida de hombre por una alta pared que cerraba por un costado la casa de don Gumesindo. Todo estaba dispuesto, i contábamos entre los preparativos cuatro hermosos caballos, que nos habian costado muchos meses de trabajo a mí i a Laurencio. Amaneció el dia deseado i nosotros estábamos alegres porque no habia obstáculo que no estuviese ya vencido, i teníamos la seguridad de no haber sido descubiertos.

      Yo ansiaba por que llegase el momento i me reputaba mui dichoso; pero pasando por la plaza con el objeto de hacer todavía alguna dilijencia, tres soldados me detuvieron i me llevaron a la presencia del juez, que despues de haber sabido mi nombre i mirádome mucho, me remitió a la cárcel con la órden de que me colocaran incomunicado i con una barra de grillos. Al instante temblé i obedecí sin replicar, porque no hubo duda para mí de que habia sido descubierto nuestro plan. La desesperacion se apoderó de mi alma de tal modo, que si el carcelero no me hubiera quitado un puñal que llevaba conmigo, me habria dado la muerte en aquel instante mismo. Pero luego quedé en calma i en una especie de embrutecimiento que no me dejaba pensar, ni siquiera sentir.

      Así permanecí dos dias, durante los cuales no ví mas que al carcelero que se acercó a mí dos veces para darme de comer: al tercer dia fuí llevado ante el juez i sufrí un largo interrogatorio sobre si conocia a don Gumesindo, si tenia mui estrecha amistad con el esclavo Luciano i sobre un plan que se decia que yo habia formado con éste para asesinar a su amo. Todo esto contribuia a aumentar mi confusion, i llegué a sospechar que el juez se valia de tales rodeos para desentrañar mejor el rapto de Lucía; pero al salir, ví que entraba tambien a la sala del juez el pobre negro Luciano con grillos i lleno de sangre: despues supe que su señor le habia castigado ferozmente ántes de entregarle a la justicia.

      Tres veces mas me llevaron ante el juez en ocho dias que estuve incomunicado, i por los interrogatorios i cargos que me hacian, vine en cuenta de que yo estaba acusado de asesino i de complicidad con Luciano; i supe, con gran sorpresa, que por la noche del dia en que me apresaron habia fugado Lucía de la casa de su tutor. La ajitacion que me causó este accidente, oido de boca del mismo juez, fué tomada por éste como un efecto de mi inocencia en el rapto, i al instante decretó que se me pusiera sin prisiones en el calabozo de los demas presos. Allí encontré a Luciano i a una multitud de facinerosos, cuyo aspecto me dió pavor i me hizo pensar de nuevo en todo el peso de mis desgracias: uno de los presos se acercó a consolarme, otros se reian en mi presencia de mis angustias, i trataban de ridiculizarme con espresiones groseras, segun decian ellos, para darme valor.

      Yo no lo tenia, es verdad, ni siquiera para darme a respetar de aquellos malvados. El mas viejo de todos conversaba con Luciano, refiriéndole la vida de don Gumesindo, el cual, segun él decia, habia venido de marinero en un buque español para cumplir la pena a que en su pais fué condenado por varios delitos que cometió. Luciano lo oia con mucha complacencia, i le replicaba que él no tenia mas crímen que el haberle servido con fidelidad desde su niñez. Al fin se acercó a mí el negro, i conversamos acerca de nuestra prision: me dijo que en la tarde del dia anterior al en que me prendieron, su amo habia recibido una carta de un amigo, i luego que la leyó, le habia llamado a su presencia para hacerle algunas preguntas sobre mí, despues de las cuales le maltrató cruelmente hasta dejarle medio muerto i cubierta de heridas la cabeza, por cuyo motivo pasó esa noche i el siguiente dia, que era mártes, postrado en su cama. El miércoles, siendo ya mui tarde, se advirtió que Lucía faltaba de la casa, se la buscó prolijamente; i siendo inútiles todas las pesquisas, su amo enfurecido le habia hecho remitir a la cárcel, en donde se encontraba todavía sin saber a punto fijo de qué delito se le acusaba.

      Compasion, i mucha, me inspiró la sencillez del pobre negro, i al hacerle saber la imputacion que se le hacia, le ví llorar, pero sin que su semblante sufriese la menor alteracion: no sé si lloraba de despecho o de pena, lo cierto es que el esclavo tambien era sensible.

      Mi amor, la desesperacion que tuve al verme preso, la melancolía en que caí despues, todo se me habia convertido en una aversion, un odio reconcentrado contra todos los hombres; ya no sentia mas que un deseo frenético de vengarme, aun a costa de lo que podia serme mas caro en este mundo i en el otro; sentia a veces un placer inesplicable cuando oia referir escenas de horror, salteos i asesinatos a los que me acompañaban en la prision, i me entretenia en hacerlos hablar sobre sus crímenes, porque este era el único consuelo que tenia.

      Despues de vivir un mes en aquella situacion ignominiosa, un dia nos hicieron marchar a varios de los presos para Santiago, permitiéndonos, algunas horas ántes de nuestra partida, hablar con nuestros amigos o parientes. Yo no tuve otra persona que me viese en aquellas circunstancias que la vieja María, la cual me refirió que Laurencio habia andado mui inquieto el dia de mi prision, i que desde entónces no habia vuelto a verle mas, porque se habia huido, llevándose mis caballos i varios otros objetos que me pertenecian. Esta revelacion i la circunstancia de no haberse acercado Laurencio una sola vez a la cárcel desde que entré en ella, me hicieron venir en cuenta de que este infame me habia traicionado huyendo con mi Lucía. Pero no hallaba cómo conciliar una alevosía semejante con el amor i la amistad que me ligaban con ellos: aborrecia, sin embargo, a los hombres, i mi odio me lo pintaba todo como posible. Partí para Santiago sin saber mi destino, pero jurando a cada momento no descansar hasta verter la última gota de sangre de Lucía i de Laurencio i recrearme en su agonía: este era el único deseo, la única esperanza que me daba fuerzas para soportar las fatigas del viaje i los sinsabores de mi triste condicion.

       Índice

      Despues de un viaje penosísimo, entramos a esta ciudad una noche a fines de junio: era una noche de invierno, hermosa i serena; la luna alumbraba en todo su esplendor, las calles estaban solas i en silencio. Al pasar por el puente, ví por primera vez este rio cubierto en toda su estension de una neblina delgada que me lo hizo aparecer como el mas caudaloso que en mi vida habia visto. Desde aquel paraje divisaba gran parte de los edificios de este pueblo i veia que sobre ellos se alzaban como fantasmas blancas las torres


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