Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana. José Victorino Lastarria

Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana - José Victorino Lastarria


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que no hicieron mas que avivar mi pasion; pero como yo temia todavía del negro, no me atrevia a tentar su fidelidad. Un dia le encontré en la calle i me dijo que buscaba a un carpintero para que acomodase una gran parte que se habia caido del altar del oratorio de su señor, porque el maestro que trabajaba en su casa estaba aquella vez mui enfermo: aprovechando yo la oportunidad, me le ofrecí, i con pocas instancias logré que me diese aquella ganancia. En efecto, busqué algunas herramientas, i aunque no entendia el arte, me atreví a improvisarme carpintero, confiado solo en el amor; i una hora despues estaba a la puerta de don Gumesindo a cuya presencia fuí conducido por Luciano.

      Estaba el español recien levantado de siesta, con el gorro calado hasta las cejas, i sentado en un canapé en cuyo brazo tenia apoyado el codo de manera que afirmaba su barba sobre la palma de la mano, abrazándose la garganta entre el índice i el pulgar: su aspecto era el del gato que acecha, por que tenia un ceño terrible. Díjole entre dientes a Luciano que me condujera al oratorio i volviese para tratar. Así lo hicimos i nos ajustamos por un precio mui bajo, quedando de principiar la obra al otro dia. Me retiré con el sentimiento de no haber visto a nadie mas que a don Gumesindo en la casa, i llegué a temer que no me seria posible ver a Lucía, que era el único objeto de mis esfuerzos.

      Desde aquel momento no pensé mas que en el modo de dármele a conocer, i al efecto escribí una carta para entregársela al dia siguiente. Un amigo mio, que era un español llamado Laurencio Solis, me sorprendió aquella noche al tiempo de estar trazando en el papel la revelacion de mi amor; i como yo lloraba i escribia a un mismo tiempo, no pude ocultarle mi propósito; a mas de que necesitaba desahogar mi corazon, deseaba tener un amigo que aprobase mis sentimientos, que me ausiliase con su consejo. Desde entónces consideré a Laurencio como un hermano que el cielo me concedia para templar mis amarguras.

      Llegó el dia deseado, i al rayar el sol me puse en casa de don Gumesindo, armado con los útiles necesarios para ejecutar la obra i comunicarme con mi querida. Entré temblando a la presencia de este hombre, que entónces me pareció mas terrible que nunca: me dijo sin mirarme i con voz mui entera:

      —¿Vienes para el trabajo?

      —Sí, señor.

      —Pues bien, si no acabas a las diez, puedes pensar en no hacer nada.

      —Acabaré ántes, señor.

      —¡Eh! ¡qué dócil pareces, bribon! ¿de dónde eres tú?

      —De Lima, señor.

      —¿Mucho tiempo ha que estás en estos lugares?

      —No, señor.

      —Pues bien, no tienes mala pinta, anda al trabajo, me replicó hiriéndome con una mirada que acabó de intimidarme.

      Al pasar por el cuarto contiguo al oratorio, que comunicaba con el de don Gumesindo, ví a Lucía sentada en el estrado i tejiendo randas en un cojinillo pequeño que apoyaba sobre su rodillas: al verla se me cayeron de la mano las herramientas, ella levantó sus hermosos ojos, los fijó en mí, el cojinillo rodó por la alfombra i la pobre niña quedó con sus lábios entreabiertos i yerta como si hubiese caido un rayo a sus piés. Un grito terrible de don Gumesindo, que me decia:—¡Hola, ya principias con torpezas! me sacó de mi atolondramiento; tomé las herramientas i seguí mi camino.

      Dí principio al trabajo sin saber lo que hacia, porque aun podia divisar desde allí a mi ánjel que no se atrevia a levantar los ojos, sin embargo de que don Gumesindo estaba en una posicion desde donde no la veia. Despues de un largo rato me puse a aserrar una tabla enfrente de ella i entoné un yaraví peruano con los versos

      Aunque me olvidas, te adoro,

      i aunque no me das consuelo,

      yo lo tengo, porque lloro.

      El ruido de la sierra no dejaba percibir a don Gumesindo la letra de mi canto, pero Lucía la entendió al momento, porque la ví mirarme con sus ojos llenos de lágrimas i suspirar con ternura. En aquel momento delicioso fuí mas feliz que lo he sido en toda mi vida; olvidé mis pesares, i en lugar de llorar me reia como un niño. Luego trajeron a don Gumesindo una gran taza de chocolate, él se desvió un poco de la puerta del oratorio para tomársela al sol, i aprovechando yo aquel momento, saque mi carta i se la tiré a Lucía; ella la recojió i sonriéndose la besó. Volví a aserrar otra tabla i Lucía acercándose a la puerta me dijo en una voz suave i dulce:—«Alvaro, yo no sé leer!».....

      Perdí todas mis esperanzas al oir aquella fatal noticia i llegué a desesperar de mi suerte, pero por fortuna llegó entónces Luciano a avisar a su amo que le buscaba el guardian de San Francisco; i don Gumesindo se dirijió a recibirle diciendo a su esclavo: «atiende a ese hombre.»—El español era tan celoso que nunca dejaba entrar a alma nacida a las piezas que comunicaban al segundo patio donde yo estaba trabajando, i por eso acostumbraba recibir a los que le visitaban, que eran dos o tres personas, en un cuarto que estaba cerca de la calle. A él se encaminó don Gumesindo para recibir al guardian.

      Luciano, abusando de su confianza conmigo, se introdujo al oratorio a darme conversacion; yo estaba desesperado i no hallaba medio alguno para retirarle, hasta que se me ocurrió decirle que necesitaba fuego para seguir el trabajo; i miéntras se apartó para cumplir mi deseo, Lucía se aproximó a la puerta temblando, pálida como si acabara de cometer un gran crímen, i nos cruzamos estas palabras en voz baja:

      —Lucía, ¿me amas todavía?

      —¡Jamas te olvidé!

      —¿Con que no sabes leer? ¿Cómo podremos comunicarnos? tengo muchas cosas que decirte.....

      —No hallo cómo.

      —Dime, estas ventanillas que hai en lo alto de la pared del costado de la casa, ¿a dónde caen?

      —A la despensa i al cuarto de una esclava negra, que es la única mujer que hai aquí, i la cual me espía i me maltrata mucho.

      —¿Pero no podrias subir por la despensa?

      —Sí, porque hai algunos trastos grandes que pueden servir para ello, pero tú no podrás alcanzar por la calle.

      —Pierde cuidado, nos veremos esta noche.

      —No puedo; mañana sí, a media noche.

      —¿Me prometes no faltar, Lucía? ¡Dame tu mano.....!

      Me dió un sí espresivo, i entónces no ví mas, no sentí mas que su linda mano: maquinalmente la estreché a mis lábios, perdí el sentido; la fiebre me abrasaba el corazon i todos mis miembros perdieron su vigor. En ese instante entró Luciano; Lucía estaba ya en su asiento, i yo permanecia aun lánguido i sin accion para moverme ni hablar una sola palabra.

      Desde luego no traté mas que de concluir la obra para retirarme de aquel sitio en donde un momento ántes habria deseado permanecer para siempre: no sé por qué se apoderó de mí una zozobra, una inquietud inesplicable: me parecia que habia sido sorprendido, que me iban a matar i a privarme de asistir a la cita que acababa de darme mi Lucía. En poco tiempo mas, estuve desocupado. Don Gumesindo llegó al oratorio, miró el altar i pasándome el precio de mi trabajo, me dijo: anda con Dios, te has portado..... Al salir, nos correspondimos con Lucía una mirada que significaba mas que cuanto habíamos hablado.

      De ahí me fuí lijero a buscar a Laurencio, le describí cuanto habia ocurrido, i obtuve su promesa de ayudarme a trepar hasta la ventanilla por donde habíamos de vernos con mi Lucía.

      Para omitir detalles, no quiero demorarme en la descripcion de las infinitas citas que tuve con aquel ánjel en lo sucesivo: yo permanecia horas enteras apegado a la ventanilla por donde nos veíamos, pendiente con una mano de la reja i afianzando los piés en una cuerda que me servia para izarme; pero miéntras estaba con aquella mujer divina no sentia incomodidad alguna, no veia otra cosa que a ella, no oia mas que sus palabras, ni respiraba mas que su aliento. Recíprocamente nos contábamos nuestras desgracias, nos comunicábamos los proyectos que formábamos para salir de tan penoso estado, hablábamos de nuestro amor i nos lisonjeábamos con un porvenir de placer i de ventura: estos coloquios


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