Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana. José Victorino Lastarria

Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana - José Victorino Lastarria


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amargar los dias de este hombre, despues de haber contribuido al asesinato de su hermano; i a pesar de mis crueles padecimientos, sin fijarme en que me habia visto reducido a servir a los hombres como esclavo i a sufrir todas las fatigas de un marinero, tan solo por volver a estrechar en mis brazos a una mujer, traté de refrenar mi pasion por ella i me resolví a permanecer con otro nombre por algun tiempo mas en Lima, con solo el objeto de verla una sola vez para consolarme. ¡Qué mas podia hacer yo, que durante toda mi vida habia sido desgraciado! ¡yo, que siempre habia sido contrariado por una fatalidad ciega en mis deseos mas santos i puros, en mis esperanzas mas fundadas!....

      Pero mi destino quiso hacerme tocar otra vez la felicidad para arrebatármela luego. Varias veces habia ya recibido el consuelo que deseaba, habia divisado a Lucía en sus balcones, i no me habia contentado con esto, como lo esperaba; sentia tambien necesidad de que ella me viese una vez sola i supiese que yo padecia todavía por amarla.

      Un mártes santo por la mañana, pasaba por la calle en que habitaba Lucía, una procesion suntuosa. La jente llenaba toda la carrera i la procesion marchaba con trabajo, abriéndose paso por entre la muchedumbre que se agolpaba silenciosa, a ver las imájenes que se llevaban en las andas. Yo me habia colocado al frente del balcon en que se hallaba Lucía, i en un momento en que se despejó el paraje que ocupaba, la ví fijar sus hermosos ojos en mí: se enrojeció su semblante i permaneció largo tiempo mirándome, como si dudara de lo que veia.

      Cuando la procesion pasó, permanecimos todavía en la misma actitud; i entónces ella, como reanimándose, me hizo una seña para que pasara a su habitacion. Marché trémulo a obedecerla, sin pensar en nada i como arrastrado por una fuerza superior e invisible. Llegué a su presencia, quise abrazarla, i al verla muda i séria me contuve; ella me tendió la mano, la estreché a mis lábios i permanecimos algunos momentos en silencio i llorando..... Nuestras lágrimas esplicaron en aquel momento el estado de nuestros corazones.

      Al fin nos hablamos, pero no ya con la efusion de ternura que en otros tiempos; el matrimonio habia elevado entre ámbos un muro de hierro. Ella me manifestó que la unia a su esposo un sentimiento no ménos puro que el amor: la gratitud, i que estaba resuelta a respetarle, a serle fiel, como él le era amante. Pero no me atreví a reconvenirla, a recordarle su amor, sus juramentos; le hablé de mis desgracias, de mi fidelidad; i ella, sin conmoverse, sin suspirar siquiera, respondió:—«Alvaro, por amarte, abandoné mis bienes i violé el asilo doméstico; por amarte, sufrí todos los horrores de la guerra, sufrí la pérdida de mi honor i fuí desgraciada; por amarte, en fin, arrastré la muerte, i por salvar tu vida dí mi mano a un hombre que aborrecia; pero era un hombre honrado i virtuoso; déjame serle fiel, déjame cumplir mis deberes. Te he llamado, no para avivar esa pasion funesta que nos ha perdido, sino para servirte, para protejerte en este pueblo estraño en donde talvez no tienes quien te ampare.»

      Delirante i ciego de enojo entónces, la ultrajé sin piedad, lloré i aun me arrojé a sus plantas pidiéndole una vez sola su mano para estamparle un beso i separarme de allí para siempre; pero ella me rechazó con indignacion; la ingrata se habia olvidado del pobre soldado, porque su amor habia sido solo una de aquellas ilusiones caprichosas de la juventud de una mujer. Ahora se hallaba rica i elevada a un alto rango i ¡quién era yo para considerarme con derecho a su amor, para pedirle otra cosa que compasion! Pero su compasion me irritó i concebí en el momento la idea de terminar allí mismo una existencia aborrecida: tiré un puñal que llevaba sobre mi corazon, i ella dió voces, creyendo que yo atentaba contra su vida; ¡acudieron en su ausilio, i uno de sus esclavos me hirió i me hizo rodar exánime a los piés de aquella maldita mujer!.... ¡Esta mano mutilada es el recuerdo que me queda de aquel momento de ignominia i de desesperacion!....

      Cuando el coronel volvió a su casa, habia sido yo conducido a la cárcel, pero sin sentidos; a pocas horas volví a la vida, ¡mas no a la razon!.... ¡Dejadme, señor, correr un velo sobre lo demas, porque no podria contaros mi vida de entónces, sin volver a la locura! ¡Ah! pero mi locura era el delirio del amor exaltado por la rabia que dejan en el corazon los contrastes. Todos me despreciaban, todos me oprimian: doce años me mantuvieron en San Andres, encerrado en una jaula de hierro, porque no me consideraban sino como un loco; mi locura no inspiraba caridad a nadie, todo el mundo reia de verme delirando por la traicion de una mujer.

      I en verdad que tenian razon, porque es mui débil el hombre que delira por lo que sucede a cada paso en esta sociedad de miserias ¿No es verdad, señor, que es mui loco el hombre que delira por el desprecio de una mujer? El tiempo al fin curó mi mal i cuando recobré mi juicio i mi libertad, hallé mis cabellos encanecidos, me ví solo en el mundo, ¡sin patria, sin amigos, sin familia! ¡Es cierto, tenian razon los hombres para reir de un loco que lo perdió todo por una mujer! ¡Yo tambien me hubiera reido! ¿No es verdad que vos no me teneis lástima, señor?....

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