Shakey. Jimmy McDonough

Shakey - Jimmy  McDonough


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público, y eso que Shakey no estaba precisamente predicando a su rebaño. Muchos de los presentes eran chavales —apenas unos renacuajos cuando la canción se editó por primera vez— alucinando como el que más. A Young el apellido le viene que ni pintado: Neil Young sabe de qué va esto del rock, seguramente mejor que el resto de sus colegas del gremio. «El rock and roll es simplemente una manera de referirse a la música del espíritu joven, del aquí y el ahora», dijo Young. «Es algo que no puedes anticipar, algo que no te esperabas.»

      Esta noche acompañaba a Young en el escenario su mejor banda de rock, Crazy Horse: Frank «Poncho» Sampedro, Ralph Molina y Billy Talbot; tres inadaptados musicales, y una banda por la que solo Young puede sentir fascinación. A la primera de cambio, pueden equivocarse de nota, acelerarse, ir demasiado lentos y, por regla general, ejecutar a trancas y barrancas temas que llevan tocando veinte años. Los Horse distan mucho de ser unos virtuosos y hace años que son el hazmerreír de los supuestos músicos profesionales, pero antes me quedo con diez horas de Crazy Horse en su estado más deplorable que con la discografía completa en solitario de Clapton o Sting, ya que al menos rara vez te aburres. ¿Despegará la canción a toda mecha como un cohete o se estrellará antes de empezar? Con los Horse todo es posible. Ahí está la gracia.

      En los noventa, cuando estaban de gira presentando Ragged Glory —un disco aclamado por la crítica que marcó su retorno—, los Crazy Horse se convirtieron de repente en la institución más inverosímil del rock, lo cual no significa que todo haya sido un camino de rosas. Young ha mantenido a los Horse en activo de la única manera que sabe hacerlo: dejándolos plantados para irse a tocar con otros músicos y regresando cuando vuelve a sentir el gusanillo y se lo pide el cuerpo. Eso es lo que hace que la banda no pierda su frescura, los mantiene en guardia; pero también le ha pasado a los Horse una buena factura. Son como un matrimonio que se está casando y divorciando continuamente.

      La gira de 1991 fue especialmente dura y acabó como el rosario de la aurora. No obstante, esta noche Shakey estaba imparable, dándolo todo, arrancándole a Old Black unas notas que dolían; una música increíble, de lo mejor que ha hecho en su vida. No está mal para un tío de cuarenta y cinco tacos. «Puedes sentir cómo se entrega», comentaba James Taylor. «Neil se entrega por completo.»

      Young lucha constantemente por mantenerse fiel a sus principios. Pocos músicos de su categoría han llegado a tales extremos para mantener su integridad. Jamás ha publicado una recopilación de grandes éxitos, a no ser que consideremos como tal el excéntrico Decade, un triple disco recopilatorio de su carrera aparecido en 1977 en el que ni siquiera aparecía su foto en la portada. Young ha descartado discos enteros, dejado en la estacada a bandas y giras de un plumazo; ha renunciado al éxito apabullante para dedicarse a grabar unos discos etílicos y chapuceros condenados al fracaso comercial más absoluto, y todo por seguir a su musa. ¿Os acordáis de esos one-hit wonders de antaño, tan apreciados porque han conseguido, sin saber muy bien cómo, que sus penosos gallos y gorgoritos se conviertan en vestigio de una época? Pues casi toda la obra de Young tiene esa chispa tan alucinante. Y al mismo tiempo que el rock ha ido creciendo y edulcorándose hasta rozar el absurdo, Young ha intentado mantenerse puro y desafiante como nunca.

      «Neil se deja llevar por su música», me dijo Elliot Roberts. «Si Neil siente que no está siendo fiel a sí mismo, no puede seguir.»

       Tienes que estar dispuesto a darlo todo y estar seguro de que realmente tienes mucho que ofrecer, porque si sales ahí fuera sin estar preparado para darlo todo —y no tienes la fuerza necesaria para entregarte al máximo de tus posibilidades—, si no estás dispuesto a aguantar la vela hasta el final, cuando está a punto de derretirse y desaparecer, entonces no eres nada. Ni siquiera deberías estar ahí. Lo único que haces es perder el tiempo…

      ENTREVISTA CON LAURA GROSS, 1988

      Diez meses después, Young volvía a salir de gira para ofrecer una serie de seis actuaciones en solitario en el Beacon Theatre de Nueva York. Al verlo solo sobre el escenario, rodeado de instrumentos acústicos, me costaba creer que este tipo era el mismo que había estado arrancándole a Old Black notas torcidas y ruidos ensordecedores. «A Neil le gusta tocar en grupos, pero en realidad es un músico en solitario», había declarado Danny Whitten, el ya desaparecido guitarrista de los Horse. «En el fondo sabe que se lo tiene que currar él solo.»

      Los conciertos del Beacon fueron tan apacibles como ensordecedores los de los Horse, una bestia totalmente distinta. «Me meto de lleno en todo lo que hago, hasta llegar a un punto en que no me importa nada más. Posiblemente sea un extremista», dijo Young en 1989.

      Como buen camaleón, Young se ha dejado la piel en todo lo que ha hecho, que abarca del rock de los cincuenta al country, pasando por el R&B y el techno pop, pero hay dos extremos entre los que se desarrolla todo lo demás: el rock and roll crudo y arrollador interpretado por la clásica formación de cuatro miembros y su faceta acústica en solitario, simple y desprovista de florituras. «Neil sabe cómo ganarse al público y mantenerlo embelesado durante dos horas, sin más ayuda que su guitarra», comentaba Willie Nelson.

      Pero aquí se enfrentaba al público típico de Nueva York, un público sediento de sangre. Querían que tocase los hits, querían a Old Black y querían cualquier cosa menos lo que Young les ofrecía: un puñado de baladas nuevas que no habían escuchado en su vida. Discutió con el público, le gritó, se lo cameló, pero por encima de todo no dejó de tocar. «Puta pesadilla de concierto», diría Young después. «No querían escuchar esas canciones de ninguna manera, pero lo cierto es que lo acabaron haciendo, ¿verdad?» Young era el que reía el último, como de costumbre. Harvest Moon, que recoge las canciones que hicieron perder la paciencia al público del Beacon, se convertiría en uno de los mayores éxitos de su carrera.

      Comparado con el despliegue de medios que había supuesto la gira de Ragged Glory, la de Harvest Moon era minimalismo puro: un equipo técnico compuesto por un puñado de tíos, Shakey y su autobús. El golf pasaría a ocupar el lugar de los ensayos, y Young parecía deleitarse con lo imprevisible de los conciertos. Me acerqué al backstage con la esperanza de conseguir una entrevista; lo que no me imaginaba ni de lejos es que aún tendría que perseguir a Young durante otro año y medio. Por allí pululaban los típicos famosillos de tres al cuarto: desde los cómicos cansinos del momento hasta la última sensación efímera del rock, todos babeando. Pero había un invitado cuyo nombre se mencionaba únicamente entre susurros cargados de respeto: Bob Dylan.

      Dylan estuvo presente en los seis conciertos del Beacon y frecuentaba el autobús de Young entre las actuaciones. Allí estaban dos de los mayores iconoclastas del rock, de palique, como buenos colegas. Ambos son amigos desde hace décadas y, desde mediados de los setenta, han tocado juntos en algún que otro concierto benéfico; Young también se ha presentado, guitarra en mano, en varias actuaciones de Dylan. Young ha hecho versiones de Dylan, siendo «All Along the Watchtower» la más notable; Dylan, que yo sepa, nunca le ha devuelto el favor (aparte de hacer los coros en una versión patatera de «Helpless» en un concierto benéfico en 1974). Cuatro años mayor que Young, Dylan ya lo había hecho todo antes y mejor, y sin él no habría Neil Young, que tiene muy claro cuál es el lugar que ocupa respecto a Dylan. «Yo no soy más que un mero alumno aplicado de este tío, joder. Él es el verdadero maestro.» Pero, en estos momentos, ¿quién quedaba a parte de Dylan?

      Elliot Roberts ha ejercido de mánager de uno y otro. «Los dos son muy veleidosos. Tienen exactamente las mismas costumbres cuando salen de gira, se preparan de la misma manera. Son parecidísimos en cuanto al objeto de su satisfacción: para ellos solo existen buenos conciertos y malos conciertos. En otras cosas son diametralmente opuestos. A Bob le gusta tener cerca a la familia y estar con los suyos. Es culo de mal asiento, no le gusta quedarse en un sitio mucho tiempo; Neil, si pudiera, se quedaría en el mismo sitio para siempre.»

      «Neil es un excéntrico con un objetivo en mente; Bob es un excéntrico con un objetivo en mente, pero no me queda muy claro de qué objetivo se trata, y la única persona que puede que tenga claro cuál es, es Bob», comentaba el tour manager Richard Fernandez, que ha trabajado para ambos. «Los demás solo podemos elucubrar al respecto.»

      ¿En


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