Shakey. Jimmy McDonough

Shakey - Jimmy  McDonough


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Ragland se crió en una plantación cerca de Petersburg (Virginia); era el hijo de un banquero cuyas raíces se remontaban a los primeros pobladores británicos del estado. Recordaba orgulloso que su abuelo había liberado a los esclavos de la plantación, pero esto no impedía que Bill apodara «Negrata» al gato de la casa o que exigiera que un negro viajara en el último vagón del tren. «No es que Papá fuera racista, pero era un sureño de pura cepa», diría Virginia «Snooky» Ridgeway.

      Los Ragland eran una familia acomodada y muy conocida. Fueron los primeros en tener radio y gramófono en Winnipeg, y la familia tuvo una criada incluso durante la época de la Depresión. Según Rassy: «Nunca escatimábamos en nada, ¡qué puñetas!». Pearl, la madre, era una experta costurera que se ocupaba de que sus tres niñas siempre figuraran entre las mejores vestidas de Manitoba.

      Bill y Pearl se casaron en 1911. Ambos habían emigrado a Winnipeg procedentes de Estados Unidos, aunque ninguno adoptó la nacionalidad canadiense. «Papá fue estadounidense de principio a fin; votaba en Estados Unidos», comentaba Snooky. «El hecho de estar metido en política en Winnipeg no significaba que tuviera que votar allí.» Toots recordaba cómo se había puesto su padre por un poema anti-americano incluido en el temario de su colegio. «Fue al colegio hecho un basilisco y armó la de Dios es Cristo. Yo me asusté mucho, porque, que yo recuerde, aquella fue la única vez que intervino en algo así.»

      La familia Ragland vivió casi siempre en el distrito de Norwood, justo después de cruzar el Río Rojo desde Winnipeg. El número 145 de Monck Avenue era la típica casa de zona residencial y lo más parecido a una mansión sureña que Bill Ragland pudo encontrar. En su calidad de gerente del distrito para la Barrett Roofing Company, Bill Ragland era un hombre de pocas palabras y enorme influencia. «Un manipulador consumado», según Snooky, que sostenía que su padre «cuidaba de sus niñas de manera muy silenciosa».

      Bill se dedicaba a trabajar, a cazar y a jugar a las cartas en el Carleton Club de Winnipeg. «Pasaba en casa el menor tiempo posible», comentaba Toots. «Papá cuenta con todo mi respeto como empresario, padre y cazador, pero, como marido, digamos que no lo tengo en muy alta estima», afirmaba Snooky. «Me parece que su matrimonio se fue a pique muy al principio, pero que se esforzaron muchísimo por criar a sus hijas de manera que no nos enterásemos de nada.»

      Bill Ragland era un excelente cazador de patos. Siempre llevaba el maletero del Ford de la empresa hasta arriba de cartuchos, y dicen que nunca falló un disparo; la pasión que profesaba por las aves acuáticas rozaba el misticismo. «Era capaz de meterse en medio de una bandada de gansos salvajes sin que se inmutaran lo más mínimo», contaba Rassy. «A Papá no había ave en el mundo que se le resistiera.»

      Después de la caza venía el desayuno: tarta de manzana y una Coca-Cola bien cargada de whisky, con un chupito de Alka-Seltzer para rematar. En la mayoría de ocasiones, su cómplice en las cacerías de patos matutinas era Rassy, igualita que su padre a la hora de darle al whisky y empuñar un arma. «Se parecía muchísimo a Bill; coincidían en todo», recuerda Nola Halter. «Bill siempre quería matar a alguien, y lo normal es que fuera algún político estadounidense.» Rassy era «lo más parecido al hijo que mi padre siempre quiso tener», opinaba su hija Toots.

      En lo respectivo al tema de los hijos, continuaba Toots, «Papá dejaba que Madre se encargara de todo el tinglado». Pero si bien Pearl parecía sentirse orgullosa de las raíces de la familia Ragland, lo cierto es que apenas soltaba prenda de las suyas propias. «Madre le daba mucha importancia al “qué dirán” y creo que debía de pensar que cuanto menos hablara de su pasado, mejor.» La madre de Pearl era una inmigrante francesa y su padre, un irlandés que se había dedicado a criar caballos en Kentucky. «Francesa e irlandés: una combinación verdaderamente espantosa. De ahí nos viene el temperamento; tanta riña y tanta pataleta. Madre y Rassy eran las más teatreras; eran tal para cual. Un par de aguafiestas.»

      ¿Cuáles eran las raíces musicales de la familia Ragland? «No había», dijo Toots. «Si ni siquiera cantábamos.» Snooky no opinaba lo mismo: «Mi madre era una apasionada de la música; cantaba de maravilla». Lo cierto es que la madre de Pearl había llegado a arrastrar a su hija para que cantara y tocara el piano en público.

      «Madre estaba tan decidida a que ninguna de sus hijas tuviera que pasar por todo aquello que se negó a tener un piano en casa», dijo Snooky, para añadir a continuación que «Rassy era igual que Neil; era capaz de sentarse al piano y ponerse a tocar, sin más». Snooky recuerda cómo Rassy le decía a su madre que se iba a jugar con su amiga Ruth, cuando en realidad se iba a escondidas a la casa de la Sra. Robinson, una viuda que vivía en la misma calle, a tocar el piano. «Rassy no se atrevía a decirle a nuestra madre que se iba a tocar el piano. Madre estaba totalmente en contra. Totalmente.»

      En su vida adulta, las dos hermanas de Rassy, además de formar sus respectivas familias, llegarían a brillar en el ámbito profesional: Snooky como encargada de una empresa de relaciones públicas en Texas y Toots como una conocida columnista y toda una personalidad radiofónica en Winnipeg. Si Rassy compartía tales aspiraciones, nunca las hizo públicas. Rassy —cuyo apodo era el diminutivo de Rastus6, que le fue adjudicado por el pelo y los ojos tan oscuros que había heredado de Pearl— era una joven vivaz y llena de vitalidad, muy popular entre los chavales, que según Toots «la veían como a uno de ellos». Rassy era una atleta nata. Me comentaba que, una vez, viendo a su hermana Snooky jugar al tenis: «Pensé, “Esto no parece muy difícil”, y acto seguido le gané. Jugaba al golf, esquiaba, me apuntaba a todo lo que fuera menester. No era especialmente buena, lo único que me importaba era ganar».

      Gran parte de la actividad deportiva se concentraba en el Winnipeg Canoe Club, donde por lo visto Rassy y sus hermanas causaban estragos entre los miembros del sexo opuesto. «Los chicos nunca eran los que cortaban con las Ragland», afirmaba Snooky. «Éramos nosotras las que pasábamos página y nos buscábamos a otro.»

      Precisamente fue en el Canoe Club donde en el verano de 1938 un joven periodista deportivo en ciernes procedente de un barrio modesto, a quien el club proporcionaba un carné gratuito de miembro a cambio de cubrir sus eventos deportivos, entró en contacto con Rassy Ragland. Scott Young sintió gran curiosidad al verla chillarle cariñosa a su novio Jack McDowell desde el otro lado de la orilla, como quien llama a un perro a cenar; mientras, cerca de allí, unas mujeres se dedicaban a ponerla a caldo, porque Rassy les había robado algún que otro novio a todas ellas.

      «Rassy era muy aguda y ocurrente; no tenías que explicarle dos veces las cosas», afirmaba Scott. «A veces, ni siquiera hacía falta que se las explicaras.»

       Mi madre, Rassy, y sus dos hermanas, Toots y Snooky, eran las chicas Ragland. Mi abuelo era estadounidense, de Virginia; vivió con nosotros en casa un tiempo siendo yo adolescente. Un tipo discreto; lo único que hacía era ir al club y juntarse con los amigos a beber whisky. No llegué a conocerlo bien. Probablemente se comportaba mucho mejor cuando estaba conmigo; éramos sus nietos, tenía que dar ejemplo. De lo que hacía en el club, no tengo ni puta idea, ¿vale? Parece ser que jugaba mogollón a las cartas, aunque a mí me ocultaban todas esas cosas. Mi madre… no sé.

      Pearl era muy mayor. Vivían en un piso, y yo fui a verlos allí un par de veces con mi padre y mi hermano. De lo único que me acuerdo es de tenernos que emperifollar para la ocasión. «Por qué leches me tengo que arreglar tanto…», me preguntaba. Menuda cabeza, yo también. En vez de pensar: «¡Qué guay, vamos a ir a ver a los abuelos y a pasar un rato con ellos!». Pensaba: «Ahora tenemos que arreglarnos». No entiendo por qué mi madre se empeñaba en todo aquello. Estoy seguro de que mi padre no le daba tanta importancia al tema de la ropa.

      «Mira cómo está Scott. Por Dios, que tiene setenta y siete años y se acaba de pasar a la ficción», farfullaba Trent Frayne, su amigo y rival de toda la vida, con admiración no exenta de envidia. «¡A su edad debería dedicarse a descansar y a poner los pies en alto!»

      Cuando fui a Ontario a visitar a Scott Young en abril de 1995, lo que me quedó claro es que, aunque todavía no pusiera los pies en alto, el torbellino de actividad de su juventud había dado paso a un ciclón bastante más manejable. En la actualidad, Scott vive en una granja cerca de Omemee, la pequeña ciudad donde


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