Shakey. Jimmy McDonough
Creó un hogar que era la envidia de todas las mujeres del país. Y todo lo hacía, creo yo, para tener bien amarrado a Scott, porque a él siempre se le iban los ojos detrás de alguna.»
Esto no debió de resultar fácil para Rassy, como tampoco debió de serlo el carácter tan reservado de Scott. Si bien ella hablaba siempre con franqueza, su marido era alguien a quien costaba entender. «Yo siempre he visto a Scott como a alguien que hace lo indecible para evitar los enfrentamientos», comentaba su sobrina Stephanie Fillingham. «Así que, cuando las cosas se ponían difíciles, se distanciaba, y sus mujeres se pasaban la vida intentando recuperarlo.» En palabras de Rassy: «¿Cómo se puede discutir con alguien que no está dispuesto a dialogar?».
Scott Young era, de manera más sutil, un individuo tan complicado como Rassy, y los problemas económicos que le planteaba su carrera como freelance no hacían sino agravar sus manías. «Como me decían a menudo, en tiempos de crisis económica no era fácil vivir conmigo», escribe Scott en su autobiografía. Trabajaba en casa e insistía en que hubiera un silencio sepulcral, algo que hasta otros escritores consideraban exagerado. «A Scott el ruido le ponía histérico», comentaba June Callwood. «Rassy decía: “No puedo pasar la aspiradora ni lavar los platos”. En la casa tenía que reinar un silencio absoluto.»
Sí, hasta determinada hora, la casa estaba muy silenciosa mientras Papá escribía en el piso de arriba, y luego ya podíamos hacer ruido. Es un escritor de todas todas; la escritura es su vida. Se obligaba a hacer cinco páginas; había días que apenas le costaba esfuerzo, pero otros era como si le sacaran una muela, o eso me decía.
Todavía recuerdo subir los escalones que llevaban al ático. Él estaba allí amorrado a la máquina de escribir y yo entraba de repente y me quedaba allí plantado mirándolo; mi cabeza apenas sobrepasaba la altura de su mesa. Nunca se enfadaba conmigo, para nada. Siempre me decía: «Me alegro de verte».
—Puede que tu hermano, Bob, hubiera provocado una reacción diferente en él.
—Sí, puede ser, conmigo era un tipo bastante tranquilo. Creo que había algo en mí que hacía que se llevara mejor conmigo…
Al principio de su relación, a Rassy parecía no preocuparle en absoluto todo lo que la gente criticaba a Scott. «Se pasaba de leal», dijo June Callwood. Se dedicaba a mecanografiar todos los relatos de Scott («Todo tenía que hacerse por triplicado», masculló Rassy, entornando los ojos), mantenía alejado a cualquiera que pudiera distraer a Scott cuando escribía y, por regla general, lo defendía a capa y espada. Según cuenta Scott en Neil and Me, Rassy «siempre estuvo a mi lado y nunca se quejó de que dejara un trabajo, de que vendiera una casa tras otra o de que nos mudáramos de los hogares que ella había decorado (y eso que pintaba como nadie, como ella misma decía)».
Las primeras Navidades que pasaron juntos —que Scott inmortalizaría más tarde en un breve relato titulado «Érase una vez en Toronto»—, Rassy decoró el árbol con rosas rojas de papel y una nota para su recién estrenado marido: «Estas son nuestras primeras Navidades. Nos tenemos el uno al otro y poco más, pero te he cortado unos trocitos de mi corazón para que decoren nuestro primer árbol». Así era Rassy; se tomaba al pie de la letra lo de «hasta que la muerte nos separe».
Era obvio que Scott también quería a Rassy, a pesar de que sus amigos íntimos opinaban que sus impulsos escapaban a su control. «Scott era ambicioso», comentaba su hermano Bob. «Tenía muy claro a lo que quería dedicarse, lo que quería hacer, y lo iba a hacer costara lo que costase; y Rassy le ayudó, pero con Rassy o sin Rassy, lloviera o cayeran chuzos de punta, nada podía detenerlo.»
«Ay, Señor, si llegamos a vivir en medio mundo», afirmaba Rassy. «En mi vida de casada me mudé sesenta y siete veces.» Una exageración, sin duda, pero lo cierto es que las tribulaciones profesionales de Scott les obligaban a mudarse con frecuencia. Después de casarse, la pareja pasó una breve temporada en Winnipeg y luego se mudó a Toronto, en noviembre de 1940, cuando Scott consiguió trabajo en la agencia de noticias Canadian Press. El 27 de abril de 1942, nació su primer hijo, Robert Ragland Young, y la pareja pasó separada la mayor parte de los tres años siguientes, ya que enviaron a Scott a Londres a cubrir la guerra y después se alistó en la marina: «Me negué a seguir viviendo la guerra como un mero espectador». Rassy y Bob vivieron con los parientes de Scott en Flin Flon hasta que Scott finalmente regresó al hogar en 1945.
«Sé exactamente cuándo fue concebido Neil», relata Scott, al describir la romántica noche de nevada vivida en el apartamento de un amigo en Toronto durante uno de los raros permisos que le concedía la marina. Huelga decir que Rassy refutó esta historia, tal y como hacía con prácticamente todo lo que recordaba su exmarido. En cualquier caso, Neil Percival Young nació en el Hospital General de Toronto el 12 de noviembre de 1945 a las 6:45 a.m.8
«Muy abiertos, muy honestos, muy inocentes.» Así es como Elliot Roberts define a los canadienses. «Parece que nunca se queman, simplemente se vuelven más excéntricos. Son la gente más rara que he visto en mi vida, y no hay mejor ejemplo de ello que Neil Young, que nunca ha renunciado a la nacionalidad canadiense.»
¿Que cómo son los canadienses? Pueden ser muy resueltos para según qué cosas. Pueden ser conservadores, pueden ser liberales. Son gente que habla claro, que dice lo que piensa sin tapujos; no parece preocuparles demasiado la pinta que lleven o lo que la gente piense de ellos.
Son mis raíces. La verdad es que no tengo prisa por volver a Canadá, aunque tal vez lo haga algún día. Canadá para mí representa: mi familia, el lugar donde me crié, los recuerdos de mi infancia y de estar abierto a nuevas ideas. Y más adelante intentar salir de Canadá, porque allí me sentía muy limitado. Con dieciséis años ya me recorría los consulados para averiguar qué había que hacer para ir a Estados Unidos, de manera legal. Pero una vez allí, aprendes a apreciar la belleza de Canadá y todo lo que tiene que ofrecer; cuenta con unos recursos naturales impresionantes. Así que me siento orgulloso de ser canadiense, sin permitir que eso me ponga ningún límite. Me siento parte del planeta, no parte de la nación.
Me pregunto si a algún canadiense le habrá molestado que abandonara Canadá. Supongo que sí.
—El cineasta David Cronenberg, también canadiense, opina que tenéis tendencia a darle demasiadas vueltas a las cosas, hasta llegar al absurdo: «Es algo típico de los canadienses, este equilibrio, que hasta cierto punto puede ser una virtud, pero puede llegar a convertirse en algo neurótico».
—Estoy de acuerdo. Por algún motivo, en Canadá hay algo que hace que siempre le des vueltas a las cosas; que te plantees si otros podrían pensar que lo que dices está mal, antes de estar completamente seguro de tener la razón.
—Pienso en canciones como «Rockin’ in the Free World» o «Change Your Mind». ¿Crees que podría haber algo de canadiense en la ambigüedad de esas canciones?
—Sí. Totalmente, je, je.
La verdad es que carezco de la confianza necesaria para ir de abanderado de aquello que digo, porque no creo que sepa lo suficiente para hacerlo. Ni siquiera estoy seguro de saber de lo que estoy hablando, pero mejor eso que alguien que está convencido de que sabe de lo que habla y seguro de lo que dice, porque eso limita mucho. Yo nunca estoy seguro de si lo que sé vale o no vale, por eso siempre voy tanteando el terreno; dudo incluso de las cosas en las que realmente creo. Por eso, cuando veo o escucho algo que he dicho, me parece normal no pensar lo mismo la próxima vez que me encuentre en esa situación, porque yo soy así.
«Neil era la hostia de divertido», contaba Rassy. «Con unos ojazos, una buena mata de pelo negro y gordo… Señor, si es que no había manera de saciarlo. No hacía más que comer; era igual de ancho que de alto.» Neil —o «Neiler», como llegaría a conocérsele— ya apuntaba maneras cuando aún iba en pañales cada vez que su madre ponía el «Boogie-Woogie» de Pinetop Smith, un viejo disco a 78 rpm. «¡Dios, adoraba ese disco! Se ponía a brincar dentro del parquecito, se agarraba a los barrotes y bailaba como loco.»
La familia