Shakey. Jimmy McDonough

Shakey - Jimmy  McDonough


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y salió de su despacho, avanzando lentamente, arrastrando los pies, pero con un brillo en los ojos que disimulaba su edad. Al recordar un antiguo amor perdido, esbozó una enorme sonrisa desdentada farfullando: «Era gua-píííí-si-maaa». Tenía una mirada soñadora, como la de un niño ante el escaparate de una tienda de caramelos. «Mi padre es lo más; sigue siendo mi héroe», afirmaba Astrid, la hermanastra de Neil. «Por viejo que sea, sigue estando hecho todo un chaval.»

      A pesar de su avanzada edad, Young continúa siendo un hombre apuesto y carismático. Scott tiene un semblante curtido y autoritario, rematado por el pelo canoso y ralo, y las cejas de lechuza; me lo podía imaginar de juez, ataviado con una toga negra, decidiendo la suerte de algún pobre réprobo y haciendo, además, un estupendo trabajo. Cuando se trata de ideales, Scott puede resultar quisquilloso —se fue dos veces del diario Globe and Mail de Toronto por motivos de principios—, pero últimamente se le ve muy relajado. «Mi padre ha cambiado muchísimo», comentaba Astrid. «Cuando yo era pequeña, era muy conservador.»

      Scott Young habla de manera lenta y pausada. Se lo piensa mucho antes de contestar y, al igual que ocurre con Neil, a menudo hay que leer entre líneas. Comparado con Rassy, que mostraba sus sentimientos sin reparos, es muy recatado. No me los podía imaginar juntos en la misma habitación, ni mucho menos casados.

      «Scott es una persona muy cariñosa», explicaba el televisivo escritor canadiense Pierre Berton, uno de los muchos a quienes Scott había ayudado a abrirse camino. «Aprecio mucho a Scott; todo el mundo lo aprecia, ¿sabes? No creo que tenga enemigos.»

      La mayoría de los canadienses con los que hablé se entusiasmaba solo al oír mencionar el nombre de Scott. El cantante folk Murray McLauchlan prefería sin lugar a dudas hablar de Scott Young que de Neil: «Scott es un icono cultural del mundo literario; en este país, Scott Young es tan famoso como su hijo». McLauchlan siguió hablando entusiasmado de Scrubs on Skates, todo un favorito entre los colegiales que Young había escrito en 1952: «Es la obra del hockey por antonomasia; el típico libro que trata sobre cómo alcanzar un sueño; el libro perfecto para cualquier chaval de Shawinigan Falls que sueñe con llegar a la NHL». Cuarenta años después, McLauchlan todavía era capaz de citar palabra por palabra la dedicatoria del libro: «Para Neil y Bob, cuyos mejores partidos todavía están por disputar».

      Padre e hijo son igual de prolíficos: Neil ha publicado más de cuarenta discos; Scott, más de treinta libros, entre los que se incluyen biografías, novelas de misterio, relatos de ficción para niños y relatos breves. Ha trabajado como comentarista televisivo y columnista, pero se dio a conocer como periodista deportivo cubriendo partidos de hockey. Últimamente, se ha dedicado a escribir novelas de misterio protagonizadas por el inspector esquimal Matteesie Kitologitak.

      Si bien Rassy nunca se volvió a casar, Scott se ha casado dos veces, y sus amigos creen que su matrimonio con la escritora Margaret Hogan —su fiel compañera desde finales de los setenta— le ha hecho sentar la cabeza. Durante los pocos días que pasé con Scott, parecía mostrar una curiosidad constante por lo que hacía su compañera, que en aquellos momentos no trabajaba. Me recordó a la devoción que Neil sentía por Pegi; ambos habían conseguido por fin dar con una pareja que los cautivara por completo.

      Scott Young también tiene sus detractores. Quienes apoyan a Rassy consideran su libro sobre la familia a la que abandonó como poco menos que una traición. Algunos ven a Scott como alguien muy recto y cuadriculado, la figura autoritaria contra la que Neil tuvo que rebelarse para poder sobrevivir. «Afable, siempre prudente, la voz de la razón en medio de todo el berenjenal de aquella época de cambios… siempre imperturbable», escribió Juan Rodriguez en un artículo de 1972 titulado «El Padre de Neil Young». «Tiene los pies en el suelo. Opina de manera Moderada y Responsable. Es una persona Decente, un auténtico Canadiense.» Aquellos afines a Rassy normalmente la pintan como la abnegada salvadora que, contra todo pronóstico, le otorgó a Neil la libertad necesaria para realizar sus sueños, aunque la verdadera historia es ligeramente más complicada.

      A pesar de que no cabe duda de que el fracaso de su matrimonio con Rassy hizo mella en la vida de su hijo, Scott siempre ha supuesto para Neil un modelo de inspiración. «La principal tarea que tiene por delante el escritor es mostrarse sin tapujos», recuerda Neil que le decía Scott. Menuda lección difícil de aprender viniendo de tu propio padre. Pese a haber tenido sus más y sus menos a lo largo del tiempo, el vínculo entre padre e hijo —casi siempre silencioso— continúa siendo muy estrecho.

      «Se parecen mucho en la actitud»: así lo define Astrid. «Mi padre no se toma las cosas tan a pecho como Neil; a todo le encuentra la gracia… Neil se lo toma todo más en serio.» Según Astrid, ambos tienen bastante aguante, pero, cuando pierden los estribos, lo hacen a lo grande. «Mi padre es el tipo de persona que va dejando pasar las cosas; parece que se lo va tragando todo. Y de repente, un día, por cualquier chorrada, como que te hayas dejado abierta la mampara de la puerta, ¡bum! Va y explota.»

      Observé que ambos se parecían sorprendentemente en una cosa. Después de haber taladrado a Scott durante días con mis preguntas —a las cuales contestó siempre sin rechistar—, todavía tenía la sensación de que quedaban muchas cosas ocultas bajo la superficie. Me caía bien el tipo, pero ¿había llegado a conocerlo? No lo tengo muy claro. Scott Young parecía tan esquivo como su hijo.

      Scott Young nació en Manitoba el 14 de abril de 1918. Su padre, Percy, era un apuesto farmacéutico de voz apacible, hijo de un granjero pionero de la Iglesia Metodista. Su madre, Jean, era la hija de un pastor presbiteriano que había echado a perder su carrera eclesiástica en los años veinte al marcharse a Estados Unidos detrás de una atractiva curandera. Percy y Jean fueron otra pareja de lo más inestable. «Se juntaban él y mi abuela, la dejaba preñada, se liaban a gritar, a discutir y montar la de Dios, y acababan separándose», relataba su nieta Marny Smith. Fruto de estas uniones nacieron tres hijos —Scott, Bob y Dorothy—, cada uno de los cuales tendría una infancia diferente, ya que su padre se arruinó en 1926 y luego (aunque nunca se divorciaron) el matrimonio se fue a pique en plena Depresión de 1931. Dorothy se quedó en casa con su madre; Bob se fue a vivir a una reserva india con sus abuelos misioneros; y a Scott lo enviaron a casa de unos parientes que vivían en Prince Albert.

      Un año más tarde, Jean, que vivía de las ayudas sociales y compartía alojamiento con tres solteros empleados de banca, reunió a sus hijos en Winnipeg. En su autobiografía, Scott habla de las relaciones que su madre mantenía con sus huéspedes y con otros muchos, y la recuerda como «una mujer sexualmente muy activa a quien los hombres encontraban muy atractiva». Algunos familiares, molestos por tal descripción, mantienen que Jean hizo todo lo necesario para no tener que separar a sus hijos durante la época de la Depresión. Jean Young era otra de las mujeres con carácter que poblaban ambos lados del árbol genealógico de Neil y, según Marny Smith, era «una vieja que iba la suya. Si lo que quería era plantarse en tu casa para sentarse en la encimera de la cocina y beberse tres cervezas de un trago, no se lo pensaba dos veces antes de hacerlo».

      A finales de los años treinta, Jean halló en la ciudad de Flin Flon, en Manitoba, su verdadero hogar; allí colaboró con varios periódicos locales, trabajó de organista en una iglesia y fundó un conocido festival de música, además de crear la primera biblioteca de Flin Flon. «Era la matriarca de toda la ciudad», afirmaba su hijo Bob. Scott era el niño de sus ojos. Trent Frayne recuerda haber visitado a Jean cuando «lo único que decía era, “Ooooh, ¿verdad que es increíble? ¿Has conocido alguna vez a un hombre tan increíble?”. Y yo me quedaba allí pensando: “Dios mío, tampoco es para tanto”».

      Ya de niño, Scott resultaba encantador para todos los de su entorno. Tenía fama de ser un niño aplicado y emprendedor, que se ganaba su dinerillo cazando ardillas y vendiendo luego las colas a dos céntimos la pieza. Como recuerda su hermano Bob: «Scott hacía milagros con las trampas para ardillas».

      A Scott los deportes le calaron hondo, y ya de crío suscitaban en él una profunda emoción. Todavía recuerda cómo escuchó en 1926 la pelea entre Gene Tunney y Jack Dempsey, en la que se disputaban el título de campeón del mundo de los pesos pesados. Cuando Dempsey perdió en aquella batalla tan dramática, Scott, con tan solo ocho años, se fue a la cama sumido en un llanto


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