La cosecha. Eduardo C. Fernández
punto, sobre la evangelización de las Américas por parte de los europeos. Tenemos una deuda particular con la historia social y la antropología histórica, porque nos abren una perspectiva importante que a menudo ha sido ignorada. Frente a estos antecedentes, emerge una comprensión más clara de la función emblemática que jugó la religión durante este periodo. Es obvio que, después de nuestro examen de los factores religiosos, políticos, filosóficos y geográficos, esta colonización de las masas no se llevó a cabo en un vacío social. Es más preciso afirmar que la colonización consistió en un encuentro, o, como algunos prefieren decir, un choque, entre dos mundos y cosmovisiones muy diferentes. Conforme la teología va mirando más y más hacia las ciencias sociales como interlocutoras del diálogo, estos hallazgos tendrán mayor importancia.
El periodo anterior a Estados Unidos en el suroeste
Hasta este punto, con algunas excepciones, la conquista y la evangelización de las Américas han sido consideradas en conjunto. Lo siguiente es un enfoque más específico sobre la historia de los latinos en Estados Unidos. Como sucede con cualquier territorio que haya experimentado innumerables cambios políticos en el transcurso de los siglos, sería imposible narrar aquí la historia completa de los hispanos en Estados Unidos. Por lo tanto, se destacarán solamente unos cuantos puntos.
Como se mencionó arriba, la presencia hispana en las Américas comienza inmediatamente después de la llegada de Cristóbal Colón en 1492. Asentamientos españoles pronto se establecieron en el Caribe y se enviaron exploradores hacia las islas vecinas y la tierra firme que ahora corresponde a Estados Unidos. Después de la conquista de las numerosas civilizaciones indígenas en México en la primera parte del siglo XVI, y poco después de otras en diversas partes de América, comenzó el proceso de evangelización de los amerindios. El principal vehículo para la evangelización en el suroeste de Estados Unidos y en el norte de México fue la misión, o las reducciones, como a veces se les ha designado28.
El Plan Pastoral Nacional para el Ministerio Hispano29, resumiendo este trabajo de las órdenes religiosas, describe las décadas posteriores:
En el siglo XVII los misioneros franciscanos levantaron iglesias elegantes en las comunidades de los “Pueblo” de Nuevo México; los jesuitas en las laderas del oeste de Nueva España integraron las dispersas rancherías de los indios en eficientes sistemas sociales que elevaron el estilo de vida en la América árida. Pero la importancia primaria de la evangelización como piedra angular de la política real española sucumbió ante las ambiciones políticas del siglo XVIII. Las misiones cayeron víctimas del secularismo. Primero, los jesuitas fueron exiliados y la orden suprimida; los franciscanos y los dominicos trataron valientemente de detener la ola de absolutismo, pero sus miembros disminuyeron rápidamente y los servicios de la Iglesia para los pobres se desmoronaron30.
Para complicar más la situación, esta área tan extensa, que pasó de pertenecer a España a formar parte del recién establecido país independiente de México en 1821, terminó como parte del territorio que Estados Unidos adquirió con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848. Este pacto puso fin a la guerra mexicano-americana, y como resultado de la misma México perdió la mitad de su territorio.
De muchas maneras esta toma de poder por Estados Unidos fue desastrosa para la población hispana nativa. En el transcurso de unos pocos años, muchas familias que habían vivido en estos territorios por siglos perdieron sus tierras y liderazgo nativo cuando el nuevo sistema legal angloamericano las absorbió31. Una comunidad tradicional que no había conocido ninguna separación entre Iglesia y Estado, por ejemplo, se halló ahora en una situación muy diferente. A lo largo de muchos años de aislamiento, la tradición folclórica española se había aferrado. Espinoza describe la vida de Nuevo México en el siglo XVII:
La historia de la cultura española en Nuevo México durante el siglo XVIII no era muy diferente de la del siglo XVII. Las actividades sociales y religiosas continuaron igual que antes. Siempre, hay que subrayarlo, Nuevo México fue una comunidad fronteriza aislada, su gente viviendo la vida sencilla rural de los pueblitos. Aparte de los trabajos en el pueblo o en el campo, había fiestas de la Iglesia, misas, bodas, bautizos y desfiles o ejercicios militares. Los colonos se reunían a menudo pública o privadamente para bailes, rezos, procesiones penitenciales, velorios para los difuntos y entierros. Durante celebraciones de esponsales, bodas y bautizos había banquetes, bebida, baile y canto de canciones populares y baladas32.
En su libro Occupied America: A History of Chicanos, Rodolfo Acuña ha titulado su capítulo sobre la toma de poder
en Nuevo México por parte de Estados Unidos como “Libertad enjaulada: la colonización de Nuevo México”33. Este título describe vivamente la situación de los hispanos en el suroeste durante la segunda mitad del siglo XIX. Virgilio Elizondo, considerado por muchos como padre de la teología hispana en Estados Unidos, recalca enérgicamente que el hispano del suroeste es un “exiliado que nunca salió de su casa”34. Entre las más grandes desilusiones para los hispanos en esta época fue la falta de apoyo de parte de la Iglesia católica romana.
La incorporación a Estados Unidos
Poco después de la guerra se le dio a la jerarquía católica de Estados Unidos el cargo de la Iglesia de esas tierras, que hoy abarcan la parte suroeste de Estados Unidos. Puesto que la Iglesia de Estados Unidos todavía se consideraba como territorio de misión, se traían prelados de Europa. Con la excepción de los casos de San Antonio y Dallas, todos los primeros obispos de las diócesis situadas en Nuevo México, Arizona, Colorado y Texas eran franceses35. Fray Angélico Chávez, O.F.M., señala cierta ironía en el hecho que estos prelados fueran franceses, “puesto que los sacerdotes nativos, habiendo sido educados en Durango durante las revoluciones por la independencia, eran muy mexicanos. Había una invasión francesa y ellos eran muy anti franceses. Luego, ¡el que se les envió fue un francés!”36. Moisés Sandoval critica el comportamiento de algunos de estos “pastores extranjeros”:
Estos obispos, todos menos uno, nacidos en Europa, procuraron crear una Iglesia parecida a la que ellos habían dejado. El que tal vez lo intentó con mayor esfuerzo fue Jean Baptiste Lamy, el primer obispo de Nuevo México. Alardeó de estar creando una pequeña Auvergne, el nombre de su provincia en Francia. Hasta el estilo arquitectónico de la catedral, que empezó en Santa Fe era francés, igual que los artesanos que trajo para construirla37.
Sandoval, un laico originario de Nuevo México, critica particularmente la falta de respeto que se le dio a la Iglesia indígena allí:
Se les ha reconocido a Lamy y a su asociado, Joseph P. Machebeuf, más tarde el primer obispo de Denver, por traer la disciplina gálica a la Iglesia en Nuevo México. Sin embargo, también causó divisiones que tardaron generaciones para reconciliarse. El Concilio de Baltimore había designado a Lamy para encabezar el vicariato de Nuevo México in partibus infidelium (en la región de los infieles), una formula fija para todo territorio misionero. Tal vez se justificaba la designación en Texas, considerando la cantidad de pueblos indígenas que aún no habían sido convertidos. Pero era claramente una afrenta para el catolicismo que había existido en Nuevo México durante 250 años. La visión tendenciosa de la Iglesia americana y de los obispos enviados al suroeste fue que había habido un periodo glorioso de evangelización por parte de los misioneros de España y un colapso casi total de la Iglesia durante el periodo mexicano. Tal vez eso explica por qué las relaciones entre Lamy y el clero nativo eran tan pobres