La cosecha. Eduardo C. Fernández
emperadores romanos, como afirmaron varias veces los obispos que defendían a los indios. Hoy en día este proceso continúa en las dos terceras partes que sufren hambre, en ciudades sumergidas en barrios miserables y la agresión ecológica, en las cuales, los pobres y los pueblos indígenas son los más amenazados por el exterminio; en la deuda exterior, que representa el nuevo tributo que las naciones sumidas en el subdesarrollo tienen que pagar a sus viejos y nuevos dueños3.
La llegada de los españoles y portugueses al suelo americano llevó al nacimiento de un nuevo pueblo, el latinoamericano. Pronto se establecieron en el Caribe asentamientos españoles y se enviaron exploradores hacia las islas vecinas y hacia la tierra firme que corresponde ahora a Estados Unidos, México, América Central y América del Sur. Poco después, Portugal se estableció principalmente en lo que hoy es Brasil.
Para darnos una idea del número y de las características de los habitantes aborígenes en el territorio que llegaría a ser Estados Unidos, acudimos a Jay Dolan. Lo que se destaca particularmente es la diversidad de los pueblos amerindios.
Recientes cálculos aproximados consideran que el número de indígenas que vivía en lo que hoy llamamos Estados Unidos en 1492 era aproximadamente de 850 mil y hablaban por lo menos 200 lenguas. Al este del río Mississippi, los amerindios vivían en pueblos establecidos con casas sólidas; subsistían de la tierra, y su vida ceremonial se centraba en torno a la cosecha del maíz. Más hacia el oeste, los indígenas de las llanuras centraban su vida en torno al búfalo; se desplazaban de un lugar a otro, colocando sus tipis en cualquier lugar donde encontraban búfalos. En el suroeste, los indígenas vivían en pueblos con casas de varios pisos, —“pueblos”, los llamaron los españoles— cultivaban la tierra, tejían algodón y sobresalían en la alfarería4.
El significado de este choque monumental entre el mundo amerindio y el español todavía se encuentra bajo estudio, mientras que historiadores, teólogos y antropólogos hacen lo posible para comprender lo que sucedió y cómo este acontecimiento es todavía relevante hoy en día. Algunas áreas de investigación, como los tipos de culturas indígenas que se encontraban, y la manera con que fueron modificadas después por los europeos, revelan mucho de cómo la religión adquirió la forma que ha logrado en América Latina. ¿Por qué, por ejemplo, el liderazgo misionero no estableció un clero indígena? ¿Cómo se llevó a cabo la primera evangelización frente a las cosmogonías y a las creencias religiosas indígenas? ¿Cuáles fueron los mayores obstáculos para su conversión al cristianismo?
Ya que hoy en día no aceptamos el principio de la tabula rasa que postulaba que la mente de los indígenas se podía fácilmente reprogramar a la luz de la “cultura cristiana”, es importante explorar el contexto.
El llamado a una historia más inclusiva
En el pasado, los historiadores han tenido la tendencia a enfocar su atención en los factores políticos y militares que han contribuido a dar forma al transcurso de los acontecimientos. Hasta hace poco, por ejemplo, muchos escritos se enfocaban en la conquista armada de estos pueblos indígenas. Como se mencionó previamente, la historia había sido narrada casi siempre desde la perspectiva de los conquistadores5. En cierto sentido esto se entiende por la enorme cantidad de documentación disponible, debido a los precisos métodos de archivo y conservación empleados por la España colonial6.
Sin embargo, con el nacimiento de la historia social y su creciente popularidad en el siglo pasado, se han comenzado a explorar otros aspectos de la realidad histórica acerca de este encuentro; por ejemplo, se le concede más importancia a la situación del conquistado, como también al emergente mestizo. Las disciplinas de las ciencias sociales, como la sociología, la antropología, la etnohistoria y la geografía, han contribuido mucho a nuestra visión más moderna de la confrontación entre dos mundos muy diferentes7. Entre muchos otros lugares en las Américas, los españoles se asentaron en lo que actualmente son Estados Unidos. este es el tema global de los muchos trabajos eruditos de David J. Weber, quien describe la variedad de temas analizados por historiadores contemporáneos:
La extensión y calidad de los trabajos actuales sobre la Norteamérica colonial española es impresionante. Entre 1980 y 1986 los estudiosos estadounidenses han producido un asombroso número de estudios de temas tradicionales como la exploración, la administración y la política, la economía y el comercio, la ganadería, las relaciones entre españoles e indios, la Iglesia y las misiones, la historia militar y el presidio, la rivalidad internacional, la historiografía y la biografía. Obras publicadas en la década de los 80 han iluminado también áreas relativamente descuidadas, como la ciencia, las enfermedades y la medicina, la cultura material, la arquitectura, la difusión cultural, la propiedad de la tierra y del agua, la ecología, las mujeres, los negros, la sociedad, el trabajo, la demografía y las áreas urbanas. Con esta lista de categorías entrecruzadas, mi intención no es proporcionar un inventario de todos los escritos en los 80 sobre los territorios fronterizos españoles; pero sí quiero indicar la variedad considerable de temas que ha aparecido en las obras publicadas8.
Weber muestra cómo estas “tierras fronterizas españolas” (así designadas frecuentemente por los historiadores) proporcionaron un escenario para la interacción de dos mundos muy diferentes y cómo la perspectiva más antropológica de pioneros como Frederick W. Turner9 está produciendo mucho fruto para comprender este encuentro entre dos mundos. En realidad, la frontera representaba para el invasor un nuevo encuentro humano, así como también uno geográfico.
Entretanto, explicaciones nuevas y más satisfactorias acerca de las interacciones fronterizas han surgido sobre la base establecida por Turner, y los historiadores se vuelven más y más hacia ellas. El trabajo de estudiosos como el geógrafo Marvin Mikesell, el antropólogo Owen Lattimore y el etnohistoriador Jack Forbes, ha resultado especialmente útil ya que nos recuerda que la frontera representa el ambiente humano y el geográfico. No pensamos más en la frontera como una línea entre “civilización y salvajismo”, sino como una interacción entre dos culturas diferentes. Las naturalezas de estas culturas interactivas —tanto la cultura del invasor como la del invadido— se unen con el ambiente físico para producir una dinámica que es única en el tiempo y en el lugar10.
Además de ampliar el enfoque de la historia, es decir, al pasar de un esquema más bien militar y político a uno social más amplio, las revisiones históricas actuales van asignando una mayor importancia al papel que desempeñan las masas en el quehacer histórico. Escribiendo en el contexto de la historia religiosa medieval, el ya fallecido Christopher Dawson, uno de los grandes historiadores del siglo pasado, afirmó lo siguiente acerca de este planteamiento más inclusivo del análisis histórico:
[E]n el estudio de la cultura medieval es preciso recordar que los planos más altos de la cultura intelectual y del pensamiento político, sobre los cuales la atención de los historiadores siempre tiende a concentrarse, forman una pequeñísima parte del cuadro total, y que la actividad creadora de la religión es más poderosa allí donde menos se reporta y es más difícil de observar, en la mentalidad de las masas y en las tradiciones del pueblo ordinario. Así, en los siglos XIV y XV, cuando los estudiosos estaban ocupados con la renovación del aprendizaje y los estadistas estaban transformando el orden de la cristiandad en un nuevo sistema de Estado, la mentalidad del pueblo ordinario está todavía sumergida en la atmósfera religiosa del pasado11.
En cierto sentido Dawson fue muy profético, porque una de las mayores preocupaciones de la teología pastoral hoy es la cultura y la religiosidad popular. Una comprensión histórica de estos