Ayahuasca. Néstor Berlanda
(del tipo psicoterapéutico o de exploración antropológica transpersonal); esta cantidad hace que la interacción e intervención entre los participantes sea la adecuada, aunque en muchos casos no se produce y cada uno sigue su propio “viaje interior”.
Cuando un chamán originario guía las sesiones, podríamos decir en términos occidentales que la experiencia resulta un tanto más “caótica”: más gente, más movimientos, otro ritmo de trabajo. Es el chamán el que guía con sus cantos, el que va marcando el ritmo, el que llama a cada participante para cantarle un icaro (canto mágico-medicinal) en particular, “sobar” su cuerpo o echarle tabaco para “bajar” la mareación (un fenómeno completamente inexplicable desde el racionalismo bioquímico, y que hemos experimentado muchas veces). Él tiene el mapa, o el gps, y los participantes muchas veces se sienten más protegidos al saber que hay a cargo un piloto con muchas horas de vuelo… Generalmente en estos casos la experiencia pasa por distintos momentos y estados, viajes interiores, visita a otras realidades, limpiezas espirituales, curaciones y/o adivinaciones por parte del chamán.
Cada una de las experiencias que hemos organizado o en las que hemos paticipado tiene su particularidad, sus beneficios y su potencial. Nuestra forma de trabajo podría encuadrarse en la de facilitadores de la experiencia con algunas peculiaridades, que consideramos de suma importancia. En primer lugar, nuestras profesiones. No es por supuesto indispensable que el encargado de facilitar la experiencia sea un profesional de la salud mental o un antropólogo cultural, pero estas profesiones y nuestro trabajo integral transdisciplinario de muchos años nos permiten contar con más herramientas a la hora de informar, interpretar, “traducir”, guiar, acompañar y/o contener. Hacemos esta salvedad porque es muy común ver a individuos que con unas cuantas ingestas ya se sienten capacitados para conducir una sesión o, peor aun, llevados por un falso ego inflado, creen de pronto poseer “poder” o ser “llamados” a una novedosa vocación “chamánica urbana”: una arriesgada tarea muchas veces sólo motivada con fines económicos. Es verdad que hasta cierto punto los occidentales nos apropiamos de un conocimiento ancestral y ajeno, pero creemos que tenemos el derecho de adaptar el uso de la ayahuasca a nuestra propia idiosincrasia. No somos chamanes ni pretendemos serlo; no usamos la ayahuasca para curar o adivinar como lo haría un chamán; la usamos con todo respeto como un elemento catalizador para introducirnos en las profundidades del inconsciente, indagar en las esencias humanas y del universo. De ahí la importancia del conocimiento que tengan en estos temas aquellos que actúan como facilitadores de la experiencia. Efectivamente, nos adentramos en un terreno de por sí desconocido para nuestra ciencia occidental, con particularidades y leyes propias. Si a eso le sumamos que toda experiencia toca algo de nuestro interior desconocido, es fundamental que exista una red de contención para aquel que la transita, y un improvisado no puede actuar con responsabilidad, seriedad, profesionalismo y conocimiento necesarios para facilitar la sesión. Excluimos de estos conceptos a aquellos ayahuasqueros mestizos que cargan sobre sus hombros la sabiduría y tradición de generaciones; pero lamentablemente vemos en los últimos tiempos cómo gente sin demasiado conocimiento −algunos con buenas intenciones y otros, como ya se dijo, con fines netamente económicos− realizan sesiones sin dicha red de información-contención, en algunos casos respetando mínimas prescripciones tradicionales pero organizando sesiones hipermasivas sin efectuar ningún tipo de control, chequeo o sondeo médico-psicológico previo, lo cual suele acarrear riesgos y hasta graves problemas posteriores; en otros casos, directamente llevan a cabo la experiencia despreciando las prescripciones mínimas del conocimiento indígena (y del sentido común), mezclando otras drogas legales o ilegales, o simplemente tomando responsabilidades innecesarias, o proclamándose “neochamanes urbanos” sin siquiera conocer la existencia de las dietas amazónicas milenarias elaboradas especialmente para las ceremonias. Afortunadamente, redes de estudiosos latinoamericanos y europeos intentan crear y acordar dispositivos y códigos de ética para el buen uso de la medicina tradicional, en integración y convivencia con las terapias occidentales.
Tomar ayahuasca no es algo lúdico ni una experimentación por el solo hecho de experimentar: en el mejor de los casos consiste en someternos a nuestro más profundo y oscuro inconsciente, enfrentarnos cara a cara con él sin intermediarios, y en el “peor” de los casos es “viajar” por otras realidades de las que poco y nada sabemos. De ahí la importancia de las experiencias acumuladas, el conocimiento fáctico y académico, y la predisposición de quienes facilitan, preparan y cuidan las sesiones.
Volviendo a nuestra forma de trabajo, consideramos fundamental que los voluntarios firmen un consentimiento informado de lo que están haciendo; es una forma jurídica de protección tanto para el facilitador como para el que ingiere la pócima. También es preciso realizar una entrevista individual y una reunión grupal informativa previa que aborde desde aspectos etnográficos hasta neuroquímicos y prácticos,[3] donde participantes y facilitadores se conozcan e interactúen preparando el contexto o setting. Generalmente las indicaciones previas a la sesión incluyen prescripciones de las culturas amazónicas tradicionales adaptadas a nuestro contexto y otras de carácter científico o de sentido común: cuarenta y ocho horas antes o más, se exige al participante abstinencia sexual de toda clase, no consumir alcohol ni drogas, tampoco fumar marihuana ni utilizar otras plantas sagradas (se puede fumar tabaco, pero mejor mapacho o rústico que los perniciosos cigarrillos industriales).
Habitualmente las sesiones duran entre cuatro y cinco horas, a lo largo de las cuales hay entre dos y tres personas experimentadas que actúan como cuidadores o facilitadores (y que por supuesto no ingieren, permaneciendo en estado de vigilia). La música es otro elemento principal: va marcando el tono de la experiencia y, de acuerdo con el modo en que vaya desarrollándose, se van cambiando los climas musicales o haciendo silencios. No es raro que algún participante intuitivamente (los chamanes lo aprenden con mucho sacrificio) comience a cantar en sintonía con la música o a susurrar una canción propia como modo de controlar el “torrente arrebatador” del efecto.
Al finalizar la sesión, generalmente entre los participantes se intercambian las impresiones vividas y luego se entregan los protocolos de investigación a fin de completar el proceso. En algunos casos, de ser requerido, se realizan reuniones posteriores para retrabajar lo experimentado.
¿Qué puede esperar el tomador de ayahuasca?
No espera lo mismo el que bebe por primera vez que el que ya probó; fundamentalmente porque el primerizo va cargado de expectativas: no sabe cómo va a ser la vivencia, qué puede ocurrir. Más allá de que haya leído o le hayan explicado, la experiencia es algo único y generalmente indescriptible, translingüístico, nunca una es igual a otra; y las expectativas a veces juegan una mala pasada, ya que el novicio está muy pendiente de lo que pueda sucederle, y eso suele retardar el ingreso al trance. Las ceremonias, generalmente grupales, en cualquiera de los contextos mencionados (chamánico originario, ritos colectivos originarios, terapéutico y de exploración occidental, sincretismos neorreligiosos) se realizan casi siempre al caer la noche, en habitaciones parcialmente oscuras, donde la luz no moleste las visiones ni la introspección (difieren en este punto las iglesias ayahuasqueras brasileñas y algún caso etnográfico aislado, donde se prefiere habitaciones más iluminadas). De acuerdo con la clase de sesión o entorno particular, pueden acompañar el ambiente el humo y los perfumes del tabaco mapacho, sahumerios, agua florida o inciensos, así como instrumentos, imágenes u objetos significativos para los participantes (religiosos, mitológicos o profanos).
Los primeros efectos suelen sentirse entre 30 y 50 minutos después de ingerida la sustancia, aunque esto depende de múltiples factores, entre los que se destaca el uso frecuente, que con el tiempo puede acelerar el comienzo del efecto enteogénico a 15-20 minutos con menor cantidad de brebaje. La mixtura líquida, de color marrón-ocre rojizo, tiene un gusto fuertemente amargo, acre, que produce una instantánea salivación. Ese gusto agrio puede volver a aparecer entre 30 y 60 minutos después de la ingesta. Generalmente se tiene una sensación de adormecimiento de los ojos, los miembros o la cara, y en ocasiones se produce un estremecimiento seguido de profundos bostezos y suspiros (en este momento nuestro principal informante, Antonio Muñoz Díaz, propone “mantenerse firme” y “no temer”, ya que esta actitud determina el modo en que se desarrolla la experiencia, y aconseja en lo posible “mantenerse sentado y erguido”, no acostarse ni echarse al suelo, pues tales posturas