Ayahuasca. Néstor Berlanda
la experiencia, y en la mayoría de los casos comienzan a verse, tras los párpados cerrados, puntos luminosos; es posible que la persona tenga visiones de colores vívidos y formas geométricas de características caleidoscópicas, para después entrar de lleno en la experiencia propiamente dicha. A partir de ese momento ya no será posible dormir, por lo que siempre se recomienda llegar a la sesión muy bien descansado. Más que las famosas “visiones” –que por supuesto aparecen en un porcentaje alto de sujetos–, lo más frecuente es un estado dialógico interno sobre emociones pasadas o situaciones presentes, donde normalmente se tiene algún tipo de respuesta a los interrogantes que se plantean (volveremos sobre este tema).
En cuanto a los vómitos o diarreas, si bien son frecuentes, ello no implica que siempre vayan a aparecer. A menudo están relacionados con algo de carácter emocional, psicosomático: se “sabe” qué es lo que se vomita o lo que no puede vomitarse. En este último caso, tal traba genera un malestar del cual el sujeto no puede salir hasta que “baja” del trance; es entonces cuando el rol del cuidador aparece en toda su dimensión para tranquilizar y acompañar –y en muchos casos, aunque parezca increíble, vomitar lo que el sujeto no puede sacar− o bien para ayudar a que se produzca esa manifestación catártica −en un rol más activo− mediante masajes o soplo de tabaco mapacho. El voluntario tiene en todo momento perfecta conciencia de sí mismo y de su entorno. Cuando se pone de pie reconoce una ligera pérdida de equilibrio, y si abre los ojos reconoce perfectamente, aunque con algunas distorsiones perceptuales, el lugar donde se encuentra. A medida que el efecto se acentúa, pueden aparecer muchas imaginerías comparables con los sueños, pensamientos y diálogos interiores muy veloces, que se van “enroscando”, todo con una agudísima carga emocional, a menudo con llantos muy puros o alegrías también muy profundas.
A partir de las cuatro o cinco horas de la ingesta, el sujeto entra en un estado de sueño plácido y relajado, del que no quiere salir, hasta que finalmente vuelve a su estado habitual de conciencia, por lo general más sosegado y con la sensación de haber “trabajado” mucho –a veces hasta el agotamiento– desde lo psicológico (para más detalles estadísticamente objetivados, véase el Apéndice 1).
En los días posteriores pueden producirse episodios de flashbacks con imágenes o sensaciones de la experiencia, que bien pueden reinterpretarse, y en general durante varios días suele acompañar al sujeto un estado de atención y alerta muy vívido, con la emotividad a flor de piel, e incluso una sensación de irreproducible nostalgia por lo vivido: la sensación de haber tocado por un breve lapso “lo trascendente”. De ahí la importancia de la asistencia psicoterapéutica a fin de aprovechar al máximo todo lo experimentado. A menudo, tras las primeras sesiones, se refieren situaciones concebidas como “sincronismos” en la vida cotidiana (coincidencias significativas, según la teoría jungiana).
Insistimos, tomar ayahuasca no es un juego; es adentrarse en un mundo fascinante y sorprendente que puede ayudarnos a sanar y a conocer más de nosotros mismos. Aquello que escribía Robert Gordon Wasson (1980) acerca de los efectos de los hongos mágicos bien puede aplicarse a la ayahuasca:
Éxtasis... Nuestra mente se remonta al origen de esta palabra. Para los griegos, ektasis significaba la salida del alma procedente del cuerpo. ¿Puede encontrarse mejor palabra que ésta para describir el estado de ánimo descubierto por los hongos enteógenos?
En el lenguaje usual, y para los muchos que no lo han experimentado, éxtasis es “pasárselo bien” y a menudo me preguntan por qué no tomo hongos todas las noches. Pero éxtasis no es “pasárselo bien”, pues la propia alma es tomada y sacudida hasta estremecerse, y nadie escoge voluntariamente experimentar este incontaminado temor reverencial de vagar suspendido ante las puertas de la divinidad.
Capítulo 1
Botánica y bioquímica de la ayahuasca
Nos preguntamos cómo los pueblos de las sociedades primitivas, sin conocimiento de química o fisiología, encontraron una solución para activar un alcaloide mediante un inhibidor de la monoaminooxidasa. ¿Pura experimentación? Tal vez no…
Richard Evans Schultes
La dmt permea la naturaleza demasiado. Es como una broma cósmica. En cierto modo es la naturaleza jugando con nosotros, diciéndonos: “¿Entiendes?”; “¿Lo comprendes”?… El hecho de que a dos pasos del triptófano existe una molécula que abre dimensiones trascendentes…
Dennis McKenna
¿Por qué fabricamos dmt en nuestros cuerpos? Mi respuesta es: “Porque es la molécula del espíritu”.
Rick Strassman
Algunas nociones de botánica, química y farmacología
Entre las numerosas plantas utilizadas como enteógenos en las Américas, se destaca la que da título a este libro: la liana Banisteriopsis caapi de la familia Malpighiaceae, popularmente conocida con el vocablo quechua ayahuasca, y cuya descripción botánica Richard Evans Schultes hace en los siguientes términos: “[Tanto Banisteriopsis caapi como Banisteriopsis inebrians] son lianas con corteza lisa, de color café y hojas verde oscuras, pergaminosas, ovadolanceoladas, que miden hasta 18 centímetros de longitud y 5-8 centímetros de ancho. La inflorescencia es multiflora. Las flores pequeñas son de color rosa o rosadas. El fruto es una sámara con alas de más o menos 3,5 centímetros de longitud. B. inebrians se diferencia de B. caapi principalmente por sus hojas; [si bien estas lianas son las más importantes y comunes en la preparación del brebaje conocido como ayahuasca] aparentemente, hay ocasiones en que otras especies se utilizan según la región: B. quitensis; Mascagnia glandulifera; M. psylophilla var. antifebril; Tetrapteris methystica y T. mucronata. Todas estas plantas son largas lianas de los bosques y pertenecen a la misma familia” (Evans Schultes y Hofmann, 1994). Recientemente, Bronwen Gates (en Luz, 1966) amplía esta información y menciona además, como base de la ya afamada bebida enteogénica, las siguientes especies del género malpigiáceo: Banisteriopsis longialata, Banisteriopsis lutea, Banisteriopsis martiniana var. subenervia, Banisteriopsis muricata, Callaeum antifebrile y Lophantera lactescens.
Banisteriopsis caapi Psychotria viridis
Clásicas ilustraciones que identifican botánicamente la liana Banisteriopsis caapi (ayahuasca, yagé o caapi) de la familia Malpighiaceae (entre cuyos componentes químicos se destaca la harmina, del grupo de alcaloides llamados beta-carbolinos) y la Psychotria viridis (chacruna, de la familia de las Rubiaceae o del café), que contiene triptaminas que, ingeridas en conjunto con los beta-carbolinos mencionados, sirven para alargar y potenciar el estado ampliado de conciencia. Ambos son los principales componentes vegetales de la famosa bebida sagrada amazónica ayahuasca.
El ya citado Richard Spruce, joven botánico inglés, fue el primer europeo en describir la planta, que conoció en 1852 en la localidad brasileña de Urubú-coára. A pesar de las referencias previas al uso indígena de esta especie −hechas por misioneros: Chantre al final del siglo xvii, Magnin en 1740, y por algunos viajeros extranjeros−, fue Spruce el que primero colectó e hizo la identificación botánica de la planta en cuestión (Luz, 1966). Encontrándose en la mencionada localidad, durante una fiesta indígena dabucuri (fiestas de intercambio que aún se realizan) fue convidado a ingerir la bebida elaborada a partir de Banisteriopsis caapi. Indagando sobre el origen de tal preparado, tuvo la suerte de ser llevado hasta un ejemplar en flor y con algunos frutos, hecho que posibilitó su correcta identificación. A partir de entonces la ciencia occidental comenzó a interesarse por su estudio, mientras hacía muchísimo tiempo que la planta era usada por pueblos de la Amazonia occidental.
Como las características del medio ambiente y de la cultura material de los grupos que usan la Banisteriopsis no favorecen la preservación de vestigios arqueológicos, basándose en la presencia de esta planta en los mitos de creación de los pueblos que la utilizan, Evans Schultes considera milenario su uso. Plutarco Naranjo (1986), basado en vestigios arqueológicos encontrados en Ecuador, lo remonta a cuatro mil años.
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