Narradores del caos. Carlos Mario Correa Soto

Narradores del caos - Carlos Mario Correa Soto


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por el sudor que le empapa la nuca y por el polvo que tiene en sus zapatos.

      Siempre es muy difícil acercarse a los poderosos –dice Anderson–, quienes normalmente rehúyen a los periodistas, sobre todo a los que no controlan, y debido a que “tienen séquitos nutridos de empleados cuya función en la vida es mantenerlos distantes y asegurar que todo retrato de ellos sea positivo” (2016: 14-15).

      También es excepcional y un aporte significativo el libro Crecer a golpes. Crónicas y ensayos de América Latina a cuarenta años de Allende y Pinochet (2013), editado por Diego Fonseca, en el cual él y otros trece escritores43 –periodistas y novelistas– hacen memoria de los pisotones y de los estragos dejados por las botas militares –y por sus áulicos en traje de civil– cuando después de asaltar la democracia en varios países del continente se enquistaron en el poder y actuaron como gobernantes.

      Crecer a golpes –explica Fonseca– toma como punto de partida el golpe de Pinochet para repasar los relatos de once naciones latinoamericanas y de España –“la Madre Patria”– y Estados Unidos –“el Padre Político”–. Y a través de las reminiscencias de cada uno de los autores “explora cómo la marcha a paso de ganso de los golpes militares propició nuevos procesos de cambio y permitió revelar otros en la misma época y con la andadura de las décadas. La historia en toda su manifestación, una corriente eléctrica de didáctica continua” (2013: xvii).

      Como son excepcionales los reportajes para periódicos, libros, televisión e Internet del colombiano Gerardo Reyes, uno de los cronistas que más ha mortificado a los poderosos de América Latina y de Estados Unidos al descubrir y contar sus historias no autorizadas, gracias al poderío de su refinado instinto de sabueso.

      Reyes, quien hizo parte de la mítica Unidad Investigativa del periódico El Tiempo de Bogotá y ahora es el director del equipo de Univisión Investiga del departamento de Noticias de la Cadena Univisión, por sus trabajos ha recibido notables premios como el Pulitzer en 1999, al integrar el equipo del diario The Miami Herald que realizó la serie Dirty Votes, The Race for Miami Mayor; el María Moors Cabot de la Universidad de Columbia en 2004; y el Ortega y Gasset en 2015, concedido por El País de España, en la categoría Periodismo Digital, al especial titulado “Los nuevos narcotesoros”44, publicado por Univisión Noticias.

      Es autor45 de los libros de reportaje y crónica: Made in Miami. Vidas de narcos, santos, seductores, caudillos y soplones (2000), Don Julio Mario. Biografía no autorizada,46 sobre Julio Mario Santo Domingo, quien fue el hombre más rico de Colombia; Nuestro hombre en la DEA (Premio de Periodismo Planeta, 2007), en el cual narra la doble vida de Baruch Vega, un fotógrafo de hermosas modelos que negociaba la libertad de narcotraficantes en Estados Unidos; Vuelo 495: la tragedia ignorada del primer secuestro aéreo en Estados Unidos (2015), Frechette se confiesa (2015), una conversación franca con el polémico embajador estadounidense Myles Frechette en torno a graves sucesos ocurridos en Colombia a finales de los años noventa; y es coautor de Los dueños de América Latina. Cómo amasaron sus fortunas los personajes más ricos e influyentes de la región (2005).

      El atrevimiento que tuvo Gerardo Reyes de ponerse a investigar y a escribir sobre don Julio Mario Santo Domingo (1923-2011) y su imperio dinástico, sin su autorización; con quien nunca pudo entrevistarse y quien se negó a contestar sus mensajes y cartas certificadas que le envió durante tres años –además del temeroso silencio de los testigos–, le demandó un arduo trabajo de sabueso consultando archivos públicos y privados, conversando con sus amigos y enemigos bajo toda clase de arreglos periodísticos, puesto que algunos le hablaron con sus nombres y apellidos, otros aceptaron entregarle información sin ser citados, y otros le admitieron sin vergüenza su miedo y le confiaron algunas anécdotas con la condición de que les protegiera su anonimato (Reyes, 2011).

      En septiembre de 2002, cuando le faltaban tres meses para ponerle punto final a su libro, Reyes –sin cita previa– se acercó al “reino” donde vivía Santo Domingo, un condominio del 740 de Park Avenue, conocido como la Torre del Poder en Nueva York, esperando que su suerte de periodista lo pusiera de frente con su biografiado para interrogarlo en el vestíbulo del edifico o en la calle.

      Pero no tuvo suerte. Los porteros del edificio le salieron al paso y, cortésmente, le dijeron que don Julio Mario no estaba en casa –o no estaba– para visitas.

      Meses después en Miami, a donde Reyes regresó con las manos vacías, se enteró de la versión que Santo Domingo dio sobre su visita de periodista impertinente:

      […] El empresario se jactó ante sus amigos de haberme dejado plantado. Dijo algo así como: “Cité a ese ‘h. p.’ al edificio, lo hice esperar y nunca lo recibí”. La envalentonada interpretación del magnate solo me alegró porque confirmaba las imitaciones que amigos y enemigos me hacían de sus ataques de soberbia. Santo Domingo gana siempre, decían, y cuando se siente perdido, desvía la derrota a su pararrayo de turno (Reyes, 2011: 10).

      Santo Domingo no logró detener la publicación del libro de Reyes tras intentarlo a través de uno de sus abogados en España. Entonces trató de restarle importancia y de hacerse el desentendido, pero “cuidaba como un cartujo su vida privada y los entretelones de sus negocios”, en “medio siglo de vida empresarial no dio más de una docena de entrevistas”, y era sabido que tampoco le gustaba que otros hablaran de él sin su permiso. Asunto que el ilustrador colombiano Vladimir Flórez, Vladdo, aprovechó en el 2003 para caricaturizarlo en la revista Semana: “¿Quién diablos le dio a usted permiso para escribir una biografía no autorizada?”, pregunta Santo Domingo, apuntando con el dedo a Reyes, y este responde que nadie” (Reyes, 2011: 10-11).

      Excepcional, por lo totalizadora así como por la prudente distancia afectiva del cronista con su personaje, resulta Slim. Biografía política del mexicano más rico del mundo (2016), una encarecida pieza de periodismo narrativo para la cual Diego Enrique Osorno se valió de una investigación de ocho años apoyada en archivos históricos, periodísticos y confidenciales de los organismos de inteligencia, en un centenar de entrevistas –con amigos y adversarios–, en viajes a ciudades de su país y del exterior, en seguimientos en actos públicos y privados, y en el testimonio directo de Carlos Slim Helú.

      Slim Helú, nacido el 28 de enero de 1940 en Ciudad de México, hijo de un migrante libanés, ingeniero civil que sumó su habilidad para las matemáticas a su visión de negocios para crear un emporio global y convertirse en el primer hombre nacido en el “tercer mundo” que llegó a la cima de la lista Forbes, es descubierto y conquistado para su relato por Osorno desde sus orígenes, sus vínculos familiares y sociales, sus maniobras financieras, sus redes de apoyo, sus contradicciones y sus pasiones personales, que lo acercan a los hombres y lo alejan de los dioses en el contexto de México y de América Latina, un país y un continente habitados por millones de pobres.

      Diego Enrique Osorno –a quien Jon Lee Anderson define como un periodista con agallas para meterse a fondo y en carne propia en los asuntos y personajes más poderosos y temibles de su país, entre ellos en los cruentos carteles del narcotráfico–47 pregunta, mira y olfatea todo lo que ve y oye, buscando descifrar y perfilar a Slim Helú, “sin un afán de linchamiento ni tampoco de glorificarlo” (2016: 22), como lo exige el periodismo en el que cree.

      Un periodismo de investigación y de narración que no va de afán, sino que hace parte de un proceso que implica un reportaje integrado por diversos métodos y estrategias de indagación, con fuentes de información testimoniales y documentales, así como el aporte exclusivo de sus experiencias en el seguimiento, acercamiento, encuentro y confrontación con el personaje en distintos tiempos, espacios y eventos.

      En México muchos saben algo de Slim –dice Osorno–, pero no abunda gente dispuesta a hablar de él con soltura y por eso al mismo tiempo hay más leyendas que retratos del magnate. Así que mientras trabajaba en su biografía no oficial, sus entrevistados se sorprendían de que estuviera investigando al presidente del Grupo Carso. Varios de ellos le advertían que no sería fácil publicarlo porque todas las editoriales tenían mucho miedo a afectar su relación comercial con Sanborns, la mayor cadena


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