Rescate al corazón. María Jordao
y una alarma le avisaba que tenía que reaccionar de inmediato. Danny seguía gritando, insultándolo, maldiciéndolo por todo lo que había pasado. Él combatía contra ella y contra el fuego que había empezado a crecer dentro de él. No sabía que esa muchacha podía atraerlo tanto. No podía soltarla y, el fondo, no quería, pero algo debía hacer para aplacarla. La soltó un instante para poder cogerla de otro modo, pero ella se sacudió tanto que ambos perdieron el equilibrio y cayeron al suelo. Él encima de ella. Danny no se enteraba de nada y Dave de todo. Era demasiado para él. Cogió su cabeza entre sus grandes manos, logró inmovilizarla para luego besarla.
Quería conseguir que se diera cuenta de lo que estaba pasando. Por lo menos, pudo mantener la boca de Danny cerrada. Era un beso duro, salvaje y con la misión de calmarla. Poco a poco, notó cómo Danny dejaba de temblar. Se concentró aún más en el beso. Se volvió más suave, más dulce y más posesivo. Las manos de Dave aflojaron un poco y acarició el pelo suelto de Danny mientras su boca la hechizaba con cada movimiento. Danny no podía creer lo que estaba sucediendo. Estaba debajo de un hombre, un desconocido, la estaba besando y ella… no podía hacer nada para detenerlo. Se quedaron mirando fijamente a los ojos. Todas las emociones de ambos pasaron por sus miradas intensamente.
Dave carraspeó y se levantó ayudando a Danny a incorporarse. Por primera vez en su vida, Danny no tenía nada que decir.
6
Una serpiente. Eso era lo que había alterado tanto a Danny esa noche. Una serpiente. Y no era para menos pues la condenada era grande y venenosa, según había dicho él después de matarla con el cuchillo. Danny estaba asustada por lo ocurrido. Era la primera vez que veía un animal de ese tipo tan cerca. ¿Es que su mala suerte no iba a acabar? Por suerte, Dave había ido rápido a rescatarla. La mató sin ningún problema, aunque ella no se había enterado muy bien ya que estaba gritando y azotando todo lo que encontraba en su camino al fuego. Se habían quedado sin mantas, sin comida y sin lumbre. La oscuridad se ciñó sobre ellos como un manto, amenazante. La luna estaba casi llena e iluminaba un poco el lugar.
Danny estaba segura de que el rubor de sus mejillas se veía, aunque no hubiera luz. Tan azorada estaba. Aparte del susto de la serpiente, no esperaba que Dave la abordara de ese modo. La había besado para aplacar su ataque de histeria y había funcionado. Fue un beso rudo, violento, del que no había disfrutado nada. No era la primera vez que la besaban, algún pretendiente que otro se había atrevido a ello, pero habían sido besos superficiales, fríos, y que no había sentido nada. Con Dave era diferente. Un calor había invadido todo su cuerpo en espiral haciendo que temblase como una tonta. Sentir el peso de él sobre el suyo era algo insólito para ella y le había gustado. Si ese hombre no se hubiera detenido, ella no habría hecho nada por interrumpirle, tan embriagada estaba. Nunca un beso la había dejado en ese estado de estupor, ni siquiera se lo reprochó. Se quedó muda por primera vez y, por primera vez, acertó.
Una serpiente. El motivo que había suscitado el miedo de la muchacha y el motivo que él había aprovechado para besarla. ¿En qué estaba pensando? Danielle no era la clase de mujer que a él le gustaba. Nunca había tenido problemas para encontrar a alguien para pasar un buen rato, pero esta vez era diferente. Era una señorita en todos los aspectos y no estaba a su alcance. Se sintió avergonzado por su conducta, pero, ¡qué demonios!, no estaba arrepentido. Tenía ganas de hacerlo desde la primera vez que la vio. Además, había servido para que se calmara y, gracias a Dios, ella se quedó callada.
Miró alrededor después de hacer otra hoguera y vio que no tenían nada para comer ni para dormir. Él no tenía problemas para dormir sobre el suelo, pero ella… Ella dormiría también. Se lo merecía. Había echado a perder todo y todo por una estúpida serpiente. Hubiera gritado, él la hubiera matado y listo. Si ella no hubiera quemado todo, él… él no habría cometido la estupidez de besarla. Llegaron al rancho Langton al día siguiente a última hora de la tarde. Los padres de Danny la esperaban a la puerta, pues habían recibido la nota que había mandado Dave desde Tucson. John y Diana también estaban allí. Dave desmontó y ayudó a Danny a bajarse del caballo y cuando la agarró por la cintura, sus miradas de cruzaron un instante. No habían vuelto a hablar desde lo ocurrido, solo algunas trivialidades. Era mejor dejar el asunto zanjado.
Danny corrio hacia su familia y se abrazaron largo tiempo. Luego Danny abrazó a su amiga y hasta a John, pues sabía que también había sufrido lo suyo. Entraron a la casa y ordenaron un baño para Danielle en su cuarto. Lo único que quería era sentirse limpia y dormir en su cama durante días. Se despidió de todos antes de ir a su habitación seguida de Diana y su madre. Le ofrecieron un baño y hospedaje a Dave, pero rehusó diciendo que tenía que irse. Richard aprovechó y acompañó a Dave a su despacho para hablar.
Dave le relató lo que había pasado y que había matado a Jake. Que el viaje de vuelta había estado tranquilo y que todo había salido con éxito. Richard escuchaba atentamente, sin saber cómo podía agradecer a ese hombre todo lo que había hecho por su hija.
—Bien, señor Holt, cuando usted quiera iremos al pueblo para sacar el dinero que le debo. Supongo que es eso lo que me pedirá. Eso, junto con mi eterna gratitud, es lo mínimo que puedo hacer por usted. Si necesita algo, por favor, comuníquemelo.
—Gracias, eso es todo. Le mandaré una nota para reunirme con usted en un par de días —respondió Dave y se fue a su hotel para bañarse y comer algo.
En el piso de arriba, Diana hablaba con su amiga, que ahora estaba peinándose el pelo mojado
—No puedo creer que estés aquí, Danny. Estábamos tan preocupados por ti.
—Temíamos por tu seguridad, hija. Tu padre hizo todo lo posible por encontrarte y cuando recibió la nota con lo que pedían esos bribones, fue al banco enseguida. El sheriff tuvo la genial idea de contratar un rastreador. Resultó mejor de lo que esperábamos.
—Sí… —dijo Danny, ensimismada.
Su madre y Diana seguían hablando mientras ella estaba junto a la ventana peinándose y pensando en todo lo que le había pasado. Y lo más extraño era que no dejaba de pensar en el beso de Dave.
—Así que tu padre le dijo al señor Holt que le daría lo que pidiera, supongo que pedirá el dinero que tenía pensado dar a los bandidos —dijo su madre cuando Danny despertó de su trance.
—¿Qué? —preguntó Danny, dándose la vuelta para mirar a su madre y carraspeo—. ¿Y cuál es esa cifra?
—Diez mil dólares. Danny quedó perpleja. ¡Diez mil dólares! ¿Eso habían pedido sus secuestradores? Ahora entendía por qué Dave había aceptado. Era un número difícil de rechazar. Bueno, al fin y al cabo, era a eso a lo que se dedicaba. Además, no le preocupaba. Su padre tenía mucho dinero y su rescate lo valía. Siguió con lo que estaba haciendo y cayó en la cuenta de que, probablemente, nunca más volvería a ver a Dave Holt.
Diana y Danny se encontraban en el porche de la casa tomando un refrigerio. La cálida brisa del atardecer ondeaba sus cabellos y hacía que los ojos de ambas parecieran aún más claros.
—¡Qué miedo pasé, Danny, cando vi que no estabas al salir del coche! —dijo Diana—. Oí todo lo que dijeron y pensé que estaba soñando hasta que comprendí que te habían llevado con ellos.
Danny recordó aquel momento y dio un respingo.
—La verdad que yo tampoco me lo esperaba. Pero míralo de este modo, al final ha quedado como una anécdota para contar a Lydia y a Samantha. Se morirán de envidia al saber la aventura que pasé —Miró a Diana, que estaba asustada por sus palabras—. Bienvenida al Oeste, Diana.
Diana Sonrió al ver que su amiga lo tomaba con humor. Miró al sol que ya estaba escondiéndose detrás de una colina. Habían pasado dos días desde que Danny había regresado. Solo quería dormir y comer, aunque no lo consiguió mucho con lo primero. No sabía cuál era la extraña razón por la que no dejaba de pensar en Dave y su beso. Cada vez que lo recordaba, se ruborizaba al instante. Ese hombre había conseguido lo que otra mucha gente había intentado: intimidarla.
—Supongo que