Winnicott y Kohut - La intersubjetividad y los trastornos complejos. Carlos Nemirovsky

Winnicott y Kohut - La intersubjetividad y los trastornos complejos - Carlos Nemirovsky


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      Se mueven cómodos habitando la experiencia cultural, como si hubiesen tendido un buen acceso a la zona transicional desde la que ésta se gesta, les suele gustar la poesía, la lectura, la música…

      Quizás no tuvieron toda la provisión ambiental como para tener regalado el acceso a la salud así entendida, entonces pienso que tuvieron/crearon o se curraron (en el sentido español de trabajar, no en el argentino) buenos encuentros humanos y tuvieron la inmensa suerte de tener buenos análisis y aprovecharlos, buenos en el sentido de que esos procesos –además de descifradores/interpretativos– se vivieron como segundas oportunidades para descongelar y hacer avanzar aquello –poco o mucho– que había quedado detenido en las etapas más tempranas.

      Yo tiendo a pensar que tuvieron madres suficientemente buenas porque procuran, ya que en sus ideales está incluido, ser suficientemente buenos en lo que hacen –y especialmente– en lo que son.

      Como analistas los imagino respetando la interpretación sin olvidar el valor del sostén, son de recursos amplios, son clínicos por vocación.

      Siempre tienen a mano la ilusión, alguna ilusión (ojo, no son ilusos. No deberíamos confundir ambos términos) y se ve que algo de la omnipotencia vivida tempranamente –y bien administrada– les permite creer en lo que dice el novelista italiano Marco Vichi: “Somos seres insignificantes, pulgas del universo y, sin embargo, cada uno de nosotros se siente como si fuese él el que hace girar el mundo. Y quizás tengamos razón, somos pulgas que hacemos girar el mundo”.

      Una expresión con fuerte tono paradojal, por cierto.

      Y hablando de paradojas… decir que les gusta mucho la paradoja (además de la “para-joda” como decía un amigo mío) y paradojean… y paradojean con naturalidad claro, no como un deporte, no como una pose.

      Al hablar, eso se nota mucho, un interlocutor algo ingenuo podría –en muchas ocasiones– preguntarles:

      –Disculpe, ¿está usted hablando en serio o en broma?

      A lo que ellos contestarían:

      –Por supuesto que hablo en serio… y en broma.

      Si el interlocutor además de ingenuo fuese un poco obsesivo, repreguntaría:

      –Disculpe, ¿en qué porcentaje “en serio” y en qué porcentaje “en broma”?

      A los que ellos responderían:

      –Calcule que cada frase es 100 % en serio… y 100 % en broma!

      Saben que la paradoja debe ser respetada y sostenida y saben que Winnicott cuando hace este planteo no se anda con chiquitas, la paradoja es una forma de ver el mundo, es la aceptación lúcida y valiente de que ciertos aspectos centrales de la existencia no se pueden expresar de otra forma que como paradojas, que no admiten reduccionismos, aunque haya mucho jíbaro suelto que lo intente una y otra vez. Acoger la paradoja con todo lo que tiene –y nos exige– es aceptar la ausencia de certezas, es reconocer que no hay otro camino que vivir el significado subjetivo y múltiple de las cosas y que eso incluye la renuncia a la completud y a lo unitario.

      Unamuno escribió: “La paradoja se desarrolla entre el corazón que dice que sí a la inmortalidad del hombre y la razón que dice que no. Ahí está la contradicción y la lucha. La solución vendría de reconocer una forma de conocimiento además de la sensible y la racional: la mística”.

      Les gusta jugar y juegan, no el sentido del término game (juego pautado) sino en el sentido de play, juego en un sentido amplio, lúdico, ligado a crear. Un amigo que vivió en Tanzania me contó algo fantástico: en Suahili hay un sólo verbo para designar jugar, bailar y follar y sólo el contexto permite saber de qué actividad y de qué placer se está hablando cada vez…

      En la secta son buenos conversadores, y desean comunicarse sin ser hallados del todo, saben y respetan que el núcleo del sí-mismo, por definición, no se comunica y desde ahí respetan también en el otro el deseo de ser encontrado pero no descubierto.

      Todo esto les permite tener la capacidad para estar solos, quizás la mayor garantía que tiene el otro de que cuando uno busca el contacto y el encuentro es porque quiere y lo desea y no tanto porque lo necesita… y esto no les impide saber que a la independencia absoluta nunca se accede… por suerte, diría yo.

      En una cita que nos gusta mucho a Ariel y a mí, Winnicott dice: … “nuestra teoría incluye la creencia de que vivir en forma creadora es un estado saludable, mientras que la complacencia es una base enfermiza para la vida”, es una cita que habla de la creatividad y de la libertad, rasgos emparentados en su raíz, y será por esa relación con la libertad, con la creatividad y con la no-complacencia, que pueden – por ejemplo– contradecir un tango en el que se puede escuchar una definición tremenda, dice: “Ya aprendí que en esta vida se cuidan los zapatos andando de rodillas”… los de la secta suelen tener los zapatos hechos polvo pero las rodillas casi intactas…

      Si miráis hoy los zapatos de Carlos buscando una prueba de lo que digo debéis saber que esta mañana pasó, gracias a una sugerencia de Alejandra, por la sección de zapatería del Corte Inglés… porque es muy elegante, eso sí.

      Muy al contrario de lo que algunos críticos ya decían del propio Winnicott son pensadores rigurosos, este libro lo demuestra, pero saben también la diferencia que existe entre rigor y rigidez y saben algo más: que el mayor rigor posible… es deseable y saludable que nunca sea alcanzado, porque ese rigor es el rigor mortis.

      Porque siguieron a Winnicott cambiaron la posición depresiva por la capacidad de preocupación por el otro y de ahí que establezcan buenos vínculos y que sean menos depresivos de lo que la teoría auguraba.

      Algo tienen los participantes de esta secta que hace que uno se sienta cercano, incluido siempre, que sea fácil sentir que la relación sostiene y se sostiene y que las risas –como dice mi buen amigo Miguel Borge– siempre nos están esperando, que el encuentro nos reclama, que podemos vernos tomando un té, un vino o presentando el libro de un amigo con un amigo seguido de un vino.

      Aunque a decir verdad, veo, después de tanto despliegue, que no es necesario haber leído a Winnicott para ser parte de este club, ni siquiera es preciso ser psicoanalista, si uno observa los rasgos que conozco de Carlos y que traté aquí de transmitir se dará cuenta que se resumen en que

      a) uno se siente bien cerca de ellos;

      b) aman la vida rabiosamente –y todo lo que ella incluye– y así, la honran;

      c) son tozudos en el anhelo de ser –cada día– mejores personas;

      d) son buenos amigos de sus amigos.

      Es probable que todos ya se hayan dado cuenta, pero por las dudas voy a explicitarlo: quiero entrar en esa secta/club y leo estas líneas con la secreta esperanza de que me sirvan como el trabajo con el cual solicito dicho ingreso.

      Deseo –de todo corazón– que Winnicott, Dios, los winnicottianos y Carlos Nemirovsky tengan a bien recibirme.

      Muchas gracias por el libro Carlos… y por todo.

      AUGUSTO ABELLO BLANCO

      23 de octubre de 2007. Ágora

       Prólogo Valentín Barenblit*

      Prologar un libro implica sin lugar a dudas un trascendente acto en el que se articulan los más relevantes aspectos de un compromiso personal, profesional y ético.

      En esta oportunidad la generosidad del autor de este texto al brindarme el honroso privilegio de ocupar este lugar en su obra, contrasta con una realidad que considero importante expresar a los lectores y es la de que yo no soy un cualificado experto en la obra de Donald Woods Winnicott y Heinz Kohut, que Carlos Nemirovsky desarrolla en su libro con tanta excelencia como rigor teórico y clínico.

      Pero me siento legitimado en esta breve aportación introductoria por diversos motivos, de los que mencionaré algunos que considero que justifican


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