Historia del Próximo Oriente antiguo. Marc Van De Mieroop

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sembrar, contribuyendo así a propagar esas especies. A lo largo de muchos siglos, los seres humanos modificaron genéticamente los cereales mediante la selección y la hibridación. La escanda y la espelta que crecían silvestres en el Próximo Oriente mutaron en los trigos harinero y racimoso modernos.

      La caza selectiva de animales salvajes también reemplazó a la caza indiscriminada precedente. Los cazadores entresacaban las manadas silvestres para lograr un equilibrio de edades y sexos, y las protegían de los depredadores naturales. Ovejas y cabras fueron los animales domesticados más comunes y entre ellas se dio preferencia a las razas que aportasen la mayor cantidad de recursos, como ovejas de lana abundante. Con el tiempo, los humanos se hicieron responsables de todos los aspectos de la existencia de los animales, cuyo comportamiento ya se había apartado completamente del de sus progenitores salvajes y cuyos atributos físicos también se habían hecho muy diferentes. Las ovejas desarrollaron un largo pelaje que podía convertirse en hebras para tejer. Los perros domesticados comían cereales, algo que sus ancestros salvajes jamás habrían hecho. El cuerpo humano también cambió. Por ejemplo, algunos pueblos desarrollaron las enzimas necesarias para la digestión de la leche animal no procesada.

      Así, no hubo un cambio repentino de la caza y la recolección a las granjas, sino un proceso lento durante el cual la población aumentó su dependencia de la comida que cultivaba, pero suplementando sus dietas con recursos salvajes. Está claro que el proceso no era irreversible. A veces, los pueblos tenían que regresar a una existencia de cazadores-recolectores o incrementar su ingesta de recursos salvajes cuando el suministro domesticado no colmaba sus necesidades. Tenemos que recordar que ambos modos de vida existían en la misma área geográfica: la agricultura se desarrolló donde los recursos naturales eran abundantes.

      La agricultura permitió a la población permanecer en el mismo lugar largos períodos de tiempo. Las distintas culturas arqueológicas que diferenciamos entre los años 9000 y 5000 atestiguan una permanencia en la residencia y comunidades mayores. La casa es el atributo de la vida sedentaria más reconocible en el registro arqueológico. En el Levante, las casas se construían en piedra o con cimientos de piedra; en otros lugares del Próximo Oriente sus muros eran de capas de barro y luego de adobe. Los asentamientos se hicieron cada vez más grandes, lo que demuestra la capacidad de alimentar a un número de personas cada vez mayor. En el noveno milenio se produjo un cambio de casas de planta redonda a planta rectangular, lo que muestra que grupos más grandes de personas cohabitaban con algún tipo de jerarquía social y de especialización en el uso de las habitaciones. En los poblados más antiguos del noveno milenio, la población utilizaba receptáculos de almacenamiento de arcilla, pero en el séptimo milenio desarrollaron la cerámica cocida. Aunque quizá no sea uno de los grandes adelantos tecnológicos, puesto que solo era una extensión de prácticas de almacenamiento precedentes y del uso de la arcilla, facilitaba la cocina y permitía un almacenaje más seguro de los productos. Una afortunada coincidencia, la cerámica suministra al arqueólogo una de las herramientas más útiles para datar los restos excavados, en parte por tratarse de una tecnología en continuo desarrollo (recuadro 1.2).

      Recuadro 1.2. EL USO DE LA CERÁMICA EN LA INVESTIGACIÓN ARQUEOLÓGICA

      Los restos cerámicos constituyen una importante herramienta para los arqueólogos. La cerámica es ubicua en el registro arqueológico, los fragmentos prácticamente indestructibles; y los estilos de decoración, así como la forma de las vasijas cambian con considerable velocidad a lo largo del tiempo, indicando los gustos de grupos de personas diferentes. Al igual que hoy la forma y decoración de las botellas de refrescos se desarrolla con el tiempo y podemos fechar una fotografía por la botella que una persona tiene en la mano, también los estilos cambiantes de la cerámica de la Antigüedad pueden usarse como forma de datar yacimientos y los distintos niveles arqueológicos en ellos. Consecuentemente, las culturas prehistóricas a menudo son denominadas por el tipo de cerámica que las representa: Hassuna, Samarra, Obeid y demás, cuyos estilos cerámicos se identificaron por primera vez en los yacimientos con esos nombres (figura 1.2). Cuando aparecen distintos grupos cerámicos en una secuencia estratigráfica, podemos establecer su cronología relativa. Todos los tell del Próximo Oriente están cubiertos de fragmentos que representan los períodos de ocupación. Así, incluso sin excavación, el arqueólogo puede determinar cuándo estuvo habitado un yacimiento a partir de lo restos de cerámica.

      Figura 1.2. Secuencia cerámica. Las formas de la cerámica y sus decoraciones pueden variar drásticamente entre distintas culturas arqueológicas, destacando así como marcadores de su identidad. En la secuencia del sur de Mesopotamia, la cerámica pintada de Obeid (a-g) es muy distinta de las sobrias vasijas de Uruk (h-n) que la reemplazaron, pero, por otro lado, los alfareros más recientes experimentaron con nuevas formas. Créditos: S. Pollock, Ancient Mesopotamia: The Eden thar Never Was (Cambridge University Press, Cambridge, 1999), p. 4. Según Meely and Wright, 1994, fig. III.5 c,f; III, 4a,h; III,7d,f; III,8b,c; Safar et al. 1981 74/8, 80/1, 9.

      Originales del autor cortesía de S. Pollock.

      En torno al 7000 existían aldeas plenamente agrícolas a lo largo del Próximo Oriente, todas ellas localizadas en áreas con suficientes precipitaciones para el cultivo. El foco de los desarrollos tecnológicos ulteriores se desplazó entonces hacia el este, en especial a la región bajo la zona de agricultura seca, es decir, las llanuras de Mesopotamia. Poco después de 7000, se desarrollaron comunidades agrícolas en áreas del norte de Mesopotamia que carecían de lluvia suficiente y dependían de la irrigación. La tecnología que conducía el agua de ríos y cuencas a los cultivos ya se había utilizado mucho antes en zonas como el Levante, pero con el paso de los asentamientos a zonas áridas la irrigación se hizo esencial. Hubo un cambio radical en la interacción de los granjeros con los cultivos naturales. Mientras que anteriormente habían potenciado el crecimiento de cereales que también existían en la naturaleza, ahora los introducían en áreas que no les eran naturales y donde dependían plenamente del apoyo humano. Los desafíos a los que hicieron frente en Mesopotamia eran enormes. Al contrario que el Nilo en Egipto, que aportaba agua a finales del verano, justo cuando se necesitaba para preparar los campos húmedos para plantar semillas, el Tigris y el Éufrates crecen a finales de la primavera cuando un exceso de agua puede destruir las plantas que ya casi han acabado de crecer. Los ríos están en su nivel más bajo cuando llega la temporada de la siembra, y los granjeros tuvieron que construir canales y cuencas de almacenamiento para controlar el agua y solo dejar que llegara a los campos cuando hiciese falta. El sistema no tenía que ser elaborado y podían gestionarlo comunidades reducidas, pero, con todo, era necesario un conocimiento de los ciclos de ríos y cultivos, por lo que planificación y organización eran necesarias para irrigar desde los ríos de Mesopotamia.

      Sistemas de irrigación de pequeña escala aparecieron por primera vez en las colinas de los Zagros y probablemente también en las marismas al sur de Babilonia. La tecnología necesitaba más desarrollo, sin embargo, antes de que pudiera extenderse a la Mesopotamia meridional, donde lo extremadamente llano de la planicie exponía los campos a inundaciones, especialmente del Éufrates, que prácticamente carece de valle. El río, con todos sus brazos y canales artificiales, tenía que ser gestionado cuidadosamente y los granjeros no solo tenían que conducir el agua a los cultivos, sino también protegerlos del exceso de agua. Siempre que un ramal del río crecía en exceso, se formaba un límite por los depósitos de limo que quedaban atrás al perder velocidad el agua. Aunque los diques podían reforzarse artificialmente, la sedimentación a menudo hacía que los lechos fluviales quedasen por encima de los campos que los rodeaban. No había un drenaje natural del agua depositada en los campos y el clima cálido causaba evaporación y por tanto un nivel de sal más elevado en la tierra. Además, la capa freática ascendía tras la irrigación, dañando las raíces cuando se acercaba a la superficie. Pero, a lo largo de los milenios, los habitantes de Babilonia fueron desarrollando la tecnología para irrigar áreas


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